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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Cuando lleguemos al claro

    || Críticas | ★★★☆☆
    Cuando lleguemos al claro
    Márton Tarkövi
    Ascetismo visual


    Miguel Martín Maestro
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Hungría, España, 2025. Título original: Amikor az tisztásra érünk (Cuando lleguemos al claro). Dirección, guion, fotografía y montaje: Márton Tarkövi. Compañías: Tarkövi Productions Kft., Eddie Saeta S.A.U. Festival de presentación: 54ª edición del Festival Internacional de Cine de Róterdam. Fotografía fija: Lenke Szilágyi. Etalonaje: Mauro Maroto del Colorado. Sonido: Nacho Martínez Carrasco, Péter Balogh. Música: William Basinski. Reparto: Péter Molnár. Duración: 72 minutos.

    Las películas generan correspondencias. La fragilidad con la que el pintor Peter Molnar aparece ante nuestros ojos recuerda a la de Oleg Karavaichuk en Oleg y las raras artes. Pero no sólo esa fragilidad de la vejez, sino la que provoca el ascetismo de una vida, el gusto por las cosas sencillas, el tiempo que no se mide para conseguir la perfección de una obra de arte. Péter y Oleg comparten ese mismo rasgo de genialidad que identifica al simple artista del que dota a su obra de una pulsión personal difícilmente confundible con la de ningún otro. Ascetismo también destila la película de Arantxa Aguirre Ciento volando sobre el itinerario creativo de Eduardo Chillida y su minuciosidad en el proceso creativo, como la de William Kentridge en su Self portrait is a coffee pot con la que asistimos a otra representación del artista, al expansivo, extrovertido, exhibicionista. Películas recientes en las que el hecho de hacer arte por parte de músicos, pintores o escultores se abre ante nuestros ojos para demostrar que lo que les hace únicos es su irrepetibilidad. Eremitas, familiares, extrovertidos, los caracteres no influyen, lo que determina su creatividad es su cerebro y no su carácter. Molnar no quiere contar su vida ni, probablemente, nosotros estemos muy interesados en ello. Asistimos en primera fila a la minuciosidad de su creación, a su dedicación durante décadas para dar por concluida una obra, a su absoluta falta de ambición económica ni preocupación por lo material empeñado en conseguir que la idea mental tenga su representación fidedigna sobre el papel.

    El retrato que el director, nieto del artista, ofrece de su abuelo se acerca al del monje miniaturista medieval más que al del artista comercial del momento. Tarkövi se somete a la voluntad del pintor. Vence el pintor al cineasta; apenas hay referencias personales, aunque el director no evite aparecer en primera persona, ese mal tan acostumbrado del cine documental. Reflexiones artísticas, políticas o filosóficas de Molnar acompañan las imágenes de la creación, que alcanza mayor significado cuanto más ausente está la palabra. Arte y naturaleza componen el todo de la película, el atelier del artista, volcado sobre su obra a muy corta distancia para seguir dibujando de manera incansable esa caligrafía minúscula e ilegible que, a fuerza de repetir signos parecidos, va creando formas geométricas caprichosas de significados telúricos. Formas y texturas que se dan forma a partir de la relación del artista con la naturaleza que le rodea, en esa especie de comuna decadente y en estado ruinoso donde fueron acogidos decenas de artistas en alguna época pasada y donde el tiempo parece haberse detenido salvo por el incansable avance de la vegetación y el deterioro de las construcciones, como aquella otra por la que paseaba Oleg en las proximidades de San Petersburgo. De hecho, se podría afirmar que en esta comunidad de Molnar él es, también, el único residente resistente.

    "Tú filmas, yo pinto" no es una mera división de tareas que impone el pintor; es una declaración de intenciones para que el nieto no le ponga en el compromiso de hablar, de contar intimidades o relaciones que han provocado una huella familiar. Las texturas de los cuadros de Molnar se trasladan a las propias imágenes filmadas para la película. De lo digital a la imagen del super 8 llena de irregularidades, capas, descompensaciones, sinuosidades, cambios de color, matices. Molnar está presente como si la cámara no lo estuviera, abstraído en su composición o en su paseo por el bosque o a orillas del lago. Un hombre y sus circunstancias en medio de la frugalidad y asediado ya por la idea del final (fallecido antes del estreno), la película viene a convertirse, así, en un testamento sin reparto patrimonial, un testimonio del acto mismo de crear, de pintar y repintar, de iniciar y arrepentirse, de inseguridades y avances, de decisiones y contradecisiones en el apasionante mundo del que surge todo a partir de la nada, ya sea un lienzo en blanco, un bloque de piedra o un archivo visual sin ninguna imagen grabada. ♦


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