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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | A Complete Unknown

    || Críticas | ★★★★★
    A Complete Unknown
    James Mangold
    Una canción detrás de otra


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU. 2024. Título original: A Complete Unknown. Director: James Mangold. Guion: James Mangold, Jay Cocks. Productores: Michael Bederman, Fred Berger, Alex Heineman, James Mangold, Andrew Rona, Timothée Chalamet, Bob Bookman. Productoras: Searchlight Pictures, The Picture Company, Range Media Partners, Veritas Entertainment, Big Indie Pictures, TSG Entertainment. Fotografía: Phedon Papamichael. Música: canciones de Bob Dylan. Montaje: Andrew Buckland, Scott Morris. Reparto: Timothée Chalamet, Elle Fanning, Edward Norton, Monica Barbaro, Dan Fogler, Eriko Hatsune, Scott McNairy.

    Bienvenido sea el fracaso de Indiana Jones y el dial del destino (Indiana Jones and the Dial of Destiny, 2023) si ha servido para devolvernos al mejor James Mangold. Un director que, ya sea con poco o mucho presupuesto, en forma de comedia, thriller o acción superheroica, sabe hablar endiabladamente bien de un asunto: la necesidad de vivir siendo fiel a uno mismo. Y por consiguiente, de la semilla de resentimiento que esta decisión deja en quienes se aferran al miedo y mascan su patetismo. Este hilo invisible cose películas en apariencia tan disímiles como Kate & Leopold (2001) y Logan (2017) o Inocencia interrumpida (Girl, Interrupted, 1999) y Le Mans ’66 (Ford v Ferrari, 2019). Historias de personajes que se han atrevido a matar no solo al padre, sino también a sus amigos y a sus amantes. A ser ellos mismos, con todas las consecuencias, mientras buscan su no-lugar en el mundo.

    Si eliminásemos todo lo que ocurre entre la primera y la última escena de A Complete Unknown, crónica de los primeros años de la andadura musical de Bob Dylan, en Nueva York, hasta la publicación del álbum Highway 61 Revisited (1965), esta idea quedaría meridianamente clara. Nos perderíamos, eso sí, una de las cintas más complejas, sólidas y hermosas que ha dado el cine norteamericano en los últimos años. Una canción, ya que hablamos de Dylan, con una letra muy suya, porque alaba las virtudes del individuo. Y a la vez muy nuestra, de todos, ya que apunta directa al corazón del desengaño, ese día, ese momento en que nos faltó valor para aceptar que algo se había terminado. Una etapa, una amistad, un amor… Pero por las razones adecuadas, porque eran estaciones de tránsito en la búsqueda de nuestra identidad.

    Algunas voces críticas han señalado ciertas inexactitudes en la biografía de Dylan. Nunca faltan los biógrafos sin libro. A mi entender, poco importa si Mangold y Jay Cocks, su coguionista, han omitido o desvirtuado ciertos detalles relativos a los inicios del cantante y compositor de Duluth (Minnesota). El propósito de un biopic no es levantar acta notarial de una vida, sino utilizar sus luces y sombras como relato ejemplar de una verdad. En este caso, que la paz interior, la auténtica libertad, tiene un precio. Justamente aquí descarrilaba Maria Callas (Maria, Pablo Larraín, 2024), por el afán ciego de su director en dramatizar una vida, no una historia. A Complete Unknown camina en la dirección contraria, como por cierto hacían Dylan y Suze Rotolo en la icónica portada de The Freewheelin’ Bob Dylan (1963). Esta es la clase de detalles que distinguen a un cineasta, Mangold, que entiende el valor simbólico de los mitos.

    Como las obviedades se ven y se cuentan solas, no quiero malgastar palabras comentando el magnífico tono de todos y cada uno de los intérpretes que salen en pantalla. Hasta nueva orden, el cine es de los actores, y aquí hay talento a mansalva. Sin embargo, me gustaría detenerme en lo que hace Scott McNairy, en la piel de un moribundo Woody Guthrie. La desesperación de su mirada, el rictus desencajado, su pecho hundido, las manos como garras, sus balbuceos. Todo él compone la viva imagen de un hombre al que la enfermedad le ha arrebatado su único bien: la música. Todo él encarna la peor pesadilla de cualquiera de nosotros: el olvido. Las escenas que protagoniza tienen además un significado esencial en la estructura del guion. Guthrie abre y cierra la historia de Bob Dylan como un personaje en busca de autor.

    Hay un gesto conmovedor que resume esta relación: la mano de Timothée Chalamet sobre el cabello desmadejado de Scott McNairy, en su último encuentro. Afecto, piedad, ternura, gratitud, soledad, abandono… Mangold conduce con mano maestra la película hasta este instante de belleza y tristeza infinitas. Una imagen en la que coinciden el ascenso de una estrella y el declive de otra, el discípulo audaz y el maestro temeroso, el hijo que se va y el padre que se queda. La vida y la muerte. A Complete Unknown le devuelve de esta manera el reflejo a su película-espejo, A propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn Davis, Joel y Ethan Coen, 2013), en la que un aspirante a músico comprendía que jamás lograría el éxito cuando asiste, por casualidad, a una de las primeras actuaciones de Bob Dylan. La revelación era trágica; el esfuerzo nada puede contra el talento.

    Si los Coen reflexionaban sobre la suerte de los rezagados y los malditos, Mangold hace lo propio con los tocados por la fortuna. Su retrato de la escena folk en los años sesenta no deja un palo sin tocar. De Pete Seeger a Joan Báez, pasando por Johnny Cash y Bob Neuwirth, la película trasciende el biopic al uso para erigirse en un ejercicio de memoria colectiva sobre aquella América convulsa de Martin Luther King, J.F. Kennedy y la crisis de los misiles de Cuba. El final de la infancia de un país que se había creído sus propias mentiras al término de la Segunda Guerra Mundial. Mangold muestra este contexto a través de los medios de comunicación, como una suerte de ruido blanco que se mantiene en segundo plano en la vida de los personajes. Acaso eso y no otra cosa sea la Historia. El protagonismo se lo otorga a la música y el papel que esta juega en nuestras vidas. Las historias de nuestra historia, en uno de los homenajes más inspirados que se recuerdan.

    A Complete Unknown no es una película musical, sino música en imágenes. Poesía que se balancea, acaricia y emociona. La dirección encadena temas y actuaciones con una ductilidad asombrosa, clavando cada plano y cada travelling de cámara, siempre con la iluminación adecuada y el punto justo de sentimiento. Nos creemos a Dylan, nos creemos a Báez, nos creemos a Seeger, nos creemos a Guthrie, incluso nos creemos a ese Dave Van Ronk medio agazapado en las calles de Greenwich Village no porque sus intérpretes estén inmensos, sino porque expresan con dolor la mayor tragedia del ser humano: el implacable paso del tiempo. Aquí se cifra la distancia con En la cuerda floja (Walk the Line, James Mangold, 2005) y, ya que estamos The Brutalist (Brady Corbet, 2024). No quedará nada de nosotros, salvo las lágrimas. ♦


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