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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Wolf Man

    || Críticas | ★★★☆☆
    Wolf man
    Leigh Whannell
    En el principio fue la mujer


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU. 2024. Título original: Wolf Man. Director: Leigh Whannell. Guion: Leigh Whannell y Corbett Tuck. Productores: Jason Blum, Ryan Gosling, Helena Hawkes, Ken Kao, Axel Paton, Jon Romano, Jennifer Scudder, Beatriz Sequeira, Melanie Turner, Leigh Whannell. Productoras: Universal Pictures, Blumhouse Productions, Cloak & Co., New Zealand Film Commission, Rialto. Fotografía: Stefan Duscio. Música: Benjamin Wallfisch. Montaje: Andy Canny. Reparto: Christopher Abbott, Julia Garner, Matilda Firth, Sam Jaeger, Ben Prendergast, Benedict Hardie.

    Tras su interesante exploración del hombre invisible, Leigh Whannell se atreve ahora con el hombre lobo. Junto con el no-muerto (vampiro o zombi), el monstruo con raíces folclóricas más universales, pues se puede rastrear su huella en la tradición oral y mítica de decenas de pueblos por todo el mundo. En esta época en la que el terror comercial parece abocado al mal de altura de lo «elevado» y de otras derivadas estetizantes del género, lo primero que sorprende, y para bien, de la propuesta de Whannell es su navegación suave, a barlovento de la tendencia dominante. Se podría decir incluso discreta, algo llamativo viniendo de la Universal y la factoría de Jason Blum. El director sabe tener estilo sin resultar preciosista, sabe ser conciso sin caer en la ramplonería, y, lo más interesante, sabe elaborar un discurso actual sin dar un sermón.

    Porque su aproximación a la criatura que inmortalizaran John Gilbert y Claude Rains no es sino una excusa para reflexionar sobre la relación, a veces convergente, a veces divergente, entre lo femenino y lo masculino cuando la supervivencia está en juego. Y lo hace sin dogmas de nueva fe, alejándose felizmente de las agendas que imponen una visión sobre la otra a partir del ya viejo esquema que asocia el Eros a la mujer y el Tánatos al hombre. Para Whannell y Corbett Tuck (su coguionista y esposa), la fuerza femenina es la compasión mientras que la masculina es el sacrificio. El matrimonio en crisis que interpretan Christopher Abbott (Blake) y Julia Garner (Charlotte) sirve bien a este propósito: él, un escritor sin ideas que vive por y para su hija; ella, una periodista adicta al trabajo y ausente de casa. Las tornas se dan la vuelta cuando Blake hereda la maldición de su padre y se convierte en una amenaza para su familia. En el centro del drama, la pequeña Ginger (Mathilda Firth) dejará atrás su infancia de la manera más dolorosa y traumática.

    El argumento, resulta evidente, mantiene algunas constantes recurrentes en casi todas las versiones cinematográficas del hombre del lobo: los pecados que pasan de padres a hijos, la violencia como instinto natural del hombre, la llamada de lo salvaje, la consideración de la mujer como una diosa salvífica, la inexorabilidad de los ritos de paso y la pervivencia de lo fantástico en el mundo moderno. Stevenson así lo entendió en Jekyll y Hyde, y desde él la práctica totalidad de autores que han abordado la revelación del carácter bestial del ser humano ante un horizonte de cambio y amenaza. Whannell y Tuck no han querido ser menos, lo que explica que su Hombre lobo se desarrolle sobre un camino más clásico de lo esperado y, al mismo tiempo, valiente, por distinto, de otras versiones más aplaudidas. Esto emparenta su película con dos ejercicios tan incomprendidos como El hombre lobo de Joe Johnston (The Wolfman, 2010) y The Cursed (Eight for Silver, Sean Ellis, 2021). Ambos comparten con la obra de Whannell y Tuck la sugerente idea de la mujer como el auténtico Adán del Paraíso. No fue Eva sino Él quien mordió la manzana prohibida. De ahí la maldición eterna que condena a los hombres a la violencia, la soledad y la muerte.

    En la coherencia y solidez formal de esta aproximación tiene mucho que ver el hecho de que Whannell haya contado de nuevo con Stefan Duscio (fotografía), Andy Canny (montaje) y Benjamin Wallfisch (banda sonora). Los dos primeros son leales a su causa desde Upgrade (Ilimitado) (Upgrade, 2018), y Wallfisch le acompaña desde El hombre invisible (The Invisible Man, 2020). Sabedor quizá de sus limitaciones como cineasta –lo pasa mal en los encuadres medios y en la planificación de los diálogos–, hace bien Whannell en rodearse de una guardia pretoriana que asegure unos mínimos de calidad y solvencia en la puesta en escena. A Duscio, por ejemplo, le debe la concreción de una magnífica atmósfera fría de claroscuros, así como la revelación, con imágenes en negativo, de los instintos animales de Blake. Canny redondea las secuencias de tensión con su buena mano para el montaje por corte. Y Wallfisch, cada vez mejor músico, le regala una banda sonora a la vez romántica y tenebrosa que recuerda al Goldsmith de The Haunting (La guarida) (The Haunting, Jan de Bont, 1999).

    Todos estos elementos empujan en la buena dirección a una película que no es una obra maestra ni lo pretende, pero tampoco el bodrio que han querido ver algunas voces críticas. Como ante la reciente El cuervo. The Crow (The Crow, Rupert Sanders, 2024), da la impresión de que en el panorama actual del fantástico es un crimen contar las cosas con cierta calma, incumplir las expectativas de los fans, proponer lecturas de género complejas o, aún peor, atreverse a producir una película normal y corriente. No hace tanto, filmes como Hombre lobo te alegraban una matinal entre semana. Y, a poco que uno se descuidara, hasta justificaban la pesadilla anual de Sitges. ♦


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