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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | María Callas

    || Críticas | ★★★☆☆
    María Callas
    Pablo Larraín
    «¡Crudel! Ho dato tutto a te»


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU. 2024. Título original: Maria. Director: Pablo Larraín. Guion: Steven Knight. Productores: Pablo Larraín, Juan de Dios Larraín, Andrea Scrosati, Seb Shorr, Christian Vesper, Helmut Hutter, Simone Gattoni, Miki Emmrich, Maren Ade, Lorenzo Mieli, Iliaria Zazzaro. Productoras: The Apartment, Komplizen Film, Fabula, FilmNation Entertainment. Fotografía: Edward Lachman. Montaje: Sofía Subercaseaux. Reparto: Angelina Jolie, Pierfrancesco Favino, Alba Rohrwacher, Haluk Bilginer, Kodi Smit-McPhee, Stephen Ashfield, Valeria Golino, Vincent Macaigne.

    Amigo íntimo de la Callas durante cuarenta años, a Franco Zeffirelli casi lo excomulgaron cuando estrenó Callas Forever (2002), entre acusaciones de ensimismamiento formal, falta de contexto histórico, invenciones biográficas (los personajes de Jeremy Irons y Joan Plowright), tibiez con el mundo de la ópera y una aproximación hagiográfica a la popular soprano, interpretada por Fanny Ardant durante los últimos días de vida de la diva, en septiembre de 1977, en París. Poco más de dos décadas después, a Pablo Larraín se le está tratando bastante mejor por contar lo mismo de una manera parecida. En esta indulgencia tienen no poco que ver dos factores. Primero, el reconocimiento unánime a la labor de Angelina Jolie. Y segundo, el hecho de que María Callas sea la tercera y última entrega, tras Jackie (2016) y Spencer (2021), de un proyecto cinematográfico dedicado a mujeres célebres del siglo XX bajo una mirada feminista.

    Sobre el trabajo de la Jolie, cautela, porque es evidente que se encuentra más cómoda como María que como Callas; esto es, hablando que «cantando». El prólogo no le hace ningún favor en este sentido, ya que la expone muy pronto a las comparaciones con la gestualidad y la expresividad de la auténtica Callas en el escenario. Y de ahí no puede salir nadie vivo. Como en tantos otros biopics sobre cantantes, aquí el rostro del intérprete no casa ni con el alma ni con la voz original. Y sobre el proyecto de Larraín, también cautela, ya que a sus películas se le suelen perdonar los defectos porque la causa lo merece. No debería ser así. En ningún caso. Si, como parece en los últimos años, la valoración de las películas va a depender exclusivamente de la conveniencia de los temas, las visiones victimistas y los discursos amables, el cine dejará de ser un instrumento de pensamiento y se convertirá en una red social.

    Vaya por delante que María Callas no es una mala película, al menos desde un punto de vista estilístico. Larraín arma muy bien sus dos horas de tragedia griega con la ayuda de Edward Lachman (fotografía) y Guy Hendrix Dyas (diseño de producción), artífices de una espléndida atmósfera melancólica y crepuscular que abraza y mece con suavidad la historia y a su protagonista. Como era previsible, la parte del león es la banda sonora, atinada en la elección de las interpretaciones que elevaron a la Callas al cielo del bel canto. En lo narrativo hay más problemas, principalmente porque Larraín combina mal las tres películas que tiene entre manos: el cuento de fantasmas al estilo de Henry James (la mejor y más desaprovechada), la historia de ascenso y caída (lastrada por unos flashbacks mal montados) y la elegía por una mujer maltratada (con la que más cosas se podrían haber contado, y que se queda en la crónica rosa ya conocida).

    Este desequilibro señala directamente al agujero negro del guion de Steven Knight: Larraín y su guionista quieren convertir a la soprano en la mártir del feminismo que nunca fue, y eso arruina buena parte de la función. Jackie y Spencer adolecían del mismo problema, si bien esta suerte de revisionismo contemporáneo quedaba matizado por una aproximación más compleja, con claroscuros, de las figuras en cuestión. En María Callas no hay rastro de crítica, de controversia, de duda. De vida. La Callas de Larraín es una víctima de principio a fin, sin discusión posible. Y por si esto no fuera evidente, hay está la escena más vulgar del film para subrayarlo. Cuando María se reúne con su hermana Yakinthy (Valeria Golino) en un café de París, ésta le absuelve de cualquier responsabilidad en la aceptación adulta de sus aflicciones. Textualmente: «Sea lo que sea que hayas hecho mal (…). Tú no tienes la culpa, cariño». El infierno son los demás.

    María Callas fue una mujer golpeada por la vida desde su juventud, de eso no cabe la menor duda a poco que uno lea a sus principales biógrafos (Nicholas Gage, Alfonso Signorini, Anne Edwards, Annarita Briganti). Una madre autoritaria, un marido indolente (Giovanni Battista Meneghini), un amor indeseable (Onassis), un bebé muerto… Lo que sí abre interrogantes es la decisión de Larraín de retratar estos traumas de manera superficial, sin añadir matices nuevos. Si a esto le sumamos la omisión de los rincones oscuros de la artista –cada vez que alguien le mencionaba el talento de Renata Tebaldi, su principal rival en los teatros, la Divina rompía todo lo que encontraba a su alrededor– y el absoluto silencio en torno a los hombres que más daño le hicieron a su carrera y probablemente a su autoestima –sus representantes y el director Luchino Visconti, culpable de su delgadez por razones fetichistas–, el resultado es un retrato desfigurado, parcial y ciertamente tramposo que malogra las buenas ideas del primer tercio de metraje, cuando la película se mantiene firme en su apuesta por el relato espectral.

    El simbolismo de Mandrax (Kodi Smit-McPhee), los intentos de María por recuperar su voz, sus paseos por la capital francesa o las escenas cotidianas con sus sirvientes apuntan una película maravillosa que nunca termina de romper. Tan minucioso para unas cosas y tan simple para otras, a Larraín se le escapa la esencia de sus historias porque renuncia a las contradicciones del ser humano. Uno de los episodios que mejor ilustra el carácter de la Callas fue el que tuvo lugar el 11 de septiembre de 1961 durante las representación de Medea en La Scala de Milán. Cuando el público empezó a increparle por el mal estado de su voz, ella se encaró con el respetable y le gritó: «¡Crudel! Ho dato tutto a te» (¡Cruel! Te lo he dado todo). Dedicadas al personaje de Jasón en el libreto de la ópera, Callas convirtió estas palabras en un juicio sumarísimo contra la ingratitud de los asistentes. Naturalmente, la diva salió ovacionada. Esta es la clase de escena que también le habría valido una ovación a Larraín. ♦


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