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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La red fantasma

    || Críticas | ★★★☆☆ |
    La red fantasma
    Jonathan Millet
    Opacidad hasta las últimas consecuencias


    Yago Paris
    Madrid |

    ficha técnica:
    Francia. 2024. Título original: Les fantômes. Director: Jonathan Millet. Guion: Jonathan Millet. Productores: Philippe Logie, Olivier Père, Pauline Seigland. Productoras: arte France Cinéma, Films Grand Huit. Fotografía: Olivier Boonjing. Música: Yuksek. Montaje: Laurent Sénéchal. Reparto: Adam Bessa, Tawfeek Barhom, Julia Franz Richter, Hala Rajab, Shafiqa El Till.

    En El asesino (The Killer, 2023), David Fincher propone uno de sus habituales ejercicios sobre la obsesión. En esta ocasión, el protagonista es un asesino a sueldo que se dedica a exponer, con una machacona voz en off, hasta los más nimios detalles de su rutina de vida, mientras se mantiene a la espera de ejecutar su plan. En ese sentido, probablemente la secuencia inicial sea el mejor ejemplo posible: encerrado en un piso, pasa días observando a su futura víctima, buscando el momento adecuado para apretar el gatillo de su rifle de francotirador. Mientras tanto, se ejercita, descansa, practica, engrasa su arma, repasa su plan, etc. La gracia de este filme está en comprobar que, detrás de la fachada de psicopatía, en realidad simplemente se esconde una nueva masculinidad, la de la obsesiva superación personal y los discursos estoicos, perfectamente integrada en la sociedad. ¿Hemos permitido que se integre la psicopatía, o hemos creado esta psicopatía? Sea cual sea el caso, lo que el filme descubre es a un profesional que lo es más por su actitud que por su verdadero saber hacer; un asesino a sueldo que comete errores constantemente y que a duras penas es capaz de llevar a cabo su misión, como si se tratara de un amateur metido a cazador de personas.

    Este espíritu amateur es el que rige la existencia de Hamid (Adam Bessa), el protagonista de La red fantasma (Les fantômes, Jonathan Millet, 2024). El hombre es un sirio que ha sufrido los terrores y las torturas del régimen de Bashar El-Ásad pero ha sido capaz de sobrevivir y escapar a Europa. En el momento en que se inicia el filme, el personaje se encuentra en la ciudad francesa de Estrasburgo, lugar donde se empeña en quedarse, a pesar de que el país que ha tramitado su proceso de acogida ha sido Alemania. Posteriormente se descubre el motivo de su insistencia: el protagonista pertenece a una célula espía amateur compuesta por diferentes afectados por el régimen sirio, que se dedican a localizar a miembros de la dictadura que también han escapado a Europa, buscando alejarse de la zona de conflicto y rehacer su vida sin tener que pagar por las consecuencias de sus actos. Aparentemente, el torturador de Hamid se encuentra en Estrasburgo, y al protagonista nadie lo va a mover de allí hasta que descubra si realmente es él o no. Al haber sufrido torturas con los ojos tapados, Hamid debe ser capaz de confirmar sus sospechas a través de otros sentidos: su oído –el timbre de su voz– y su olfato –su olor corporal–. Se inicia así una investigación obsesiva, en la que Hamid no hará otra cosa que observar a su potencial presa, seguirla disimuladamente por la ciudad, tratar de acercarse a él sin ser descubierto, y dar vueltas a sus pesquisas, sus pistas y los testimonios de otras víctimas del torturador cuando se encuentra a solas en su apartamento. Así, y al igual que en El asesino, el trabajo amateur puede aspirar a alcanzar cotas de lo profesional si se le dedica suficiente tiempo y esfuerzo.

    El principal acierto de Millet, al igual que sucede en la citada obra de Fincher, es la capacidad para discernir entre lo que debe entrar en el metraje y lo que debe quedarse fuera. Ambos filmes destacan así por una austeridad formal y narrativa, fruto de la cual se expande la capacidad de sugestión de sendas obsesiones que se pretenden retratar. A nivel de puesta en escena, destaca en La red fantasma la concisión estilística y la carencia de cualquier recurso que aumente la espectacularidad del proceso; esta investigación es, principalmente, aburrida y repetitiva. A nivel tonal, destaca la frialdad del relato, que se convierte en un seguimiento en la distancia de un personaje cuya identidad se trata de desenmascarar, sin apenas espacio para la emotividad o el dramatismo. A nivel narrativo, se prescinde de cualquier tentación de incluir flashbacks que generen rabia, dolor o indignación en el público, recursos con los que ganarse con facilidad la empatía de quien observa; también se anula la posibilidad de una trama romántica con una mujer siria que lo ayuda, pues el personaje es incapaz de dedicar esfuerzos a nada que no sea su objetivo vital: dar caza a su torturador. Resulta evidente que Millet opta por el camino difícil de este tipo de relatos, pues se evidencia que, en realidad, estamos ante un ejercicio de cine de denuncia social. Sin embargo, la cinta no cae en ninguno de los lugares comunes propios de este modelo de cine, tan acostumbrado a la manipulación, la traición de sus propuestas narrativas y el rechazo a la construcción de propuestas formales de valor. A Millet tampoco le quema el género, como se demuestra en la exploración sin tapujos del cine de espías, modelo que condiciona abiertamente el desarrollo de la trama, sin que por ello se desnaturalice la denuncia. Por todos estos motivos, el filme consigue ser tenso sin resultar frívolo –como sí le sucedía, hasta la obscenidad, a Holy Spider (Araña sagrada) (Holy Spider, Ali Abbasi, 2022)–, lo que implica que la película pueda ser al mismo tiempo un ejercicio cinematográfico de valor y una potente denuncia social.

    La propuesta es concisa y está definida con rotundidad, no existen fugas desnaturalizantes que allanen el camino, y el control dramático permite una exploración genérica que es a la vez estimulante y concienciadora. Este equilibrio alcanza sus cotas más altas en las escenas en que Hamid finalmente llega a compartir espacio y conversación con su observado, Harfaz (Tawfeek Barhom), interacciones aparentemente amables que esconden una observación mutua, y donde no termina de quedar claro quién está siendo el cazador y quién la presa. Es en estos momentos donde se sugieren los traumas de ambas personas. La dificultad para mover la mano derecha que Harfaz experimenta en determinados momentos podría ser fruto de una lesión debida al uso de la violencia física contra sus torturados, o quizás podría ser un temblor incontrolable fruto de lo que se conoce como el trauma del perpetrador, quien no deja de ser otra víctima de las circunstancias, forzado a cometer atrocidades con tal de no sufrirlas. Al otro lado de la mesa se sitúa el protagonista, evidentemente traumatizado por su pasado. En ambos casos, se sugiere el dolor, pero no termina de explorarse. Y es aquí donde se manifiesta la principal carencia de La red fantasma. Millet ha elaborado un destacable ejercicio formal del que el cine social al uso tiene mucho que aprender, y sin duda es meritoria su capacidad para transmitir sus ideas a través del uso de recursos inherentemente audiovisuales, pero esa austera construcción de la observación obsesiva es tan opaca que termina por bloquear los canales de la transmisión emocional con la audiencia. El cineasta se ha preocupado tanto por no caer en la lágrima fácil, que da la impresión de que se ha ido al extremo contrario. Y recuperar de nuevo El asesino en este punto termina de explicar la argumentación: Fincher logra todo lo que Millet consigue, pero además ofrece toda una ristra de reflexiones en torno a la sociedad actual y a las profundas contradicciones de su protagonista. La red fantasma, un loable ejercicio de cine de espías, apunta maneras pero no culmina su propósito. Concesiones finales relacionadas con la búsqueda de una vida mejor –y de una resolución más amable para el público– terminan de desdibujar una propuesta por momentos notable. ♦


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