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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El desafío de Sofía

    || Críticas | ★★★☆☆ |
    El desafío de Sofía
    Lillah Halla
    Tolerancia sin hospitalidad


    Javier Acevedo Nieto
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Brasil, Francia, Uruguay, 2023. Título original: «Levante». Dirección: Lillah Halla. Guion: Lillah Halla. Productoras: In Vivo Films, Cimarrón Cine, Manjericão Filmes, Arissas Multimidia, RioFilme, Vitrine Filmes, Canal Brasil. Fotografía: Wilssa Esser. Música: Maria Beraldo, Badsista. Reparto: Ayomi Domenica Dias, Loro Bardot, Grace Passô, Gláucia Vandeveld, Rômulo Braga. Duración: 92 minutos.

    El desafío de Sofía es una película que se presta a los adjetivos calificativos: necesaria, valiente, justa, contemporánea, pertinente y una retahíla de adjetivación cuya validez argumentativa sería la misma que redactar estas líneas con alguna inteligencia artificial. Partamos bajo la base de que la película de Lillah Halla tiene buenas intenciones. Sofía juega al voleibol, disfruta de sus diecisietes años con amigues y el relato de la cineasta no entra a reivindicar la identidad de género ni sexual de una camarilla, simplemente se afirma como una característica que codifica a unos personajes. Es este quizá el primer acierto de la película: la caracterización de los personajes no se convierte en una categoría moral que deba marcar la experiencia estética del espectador. Halla no quiere tanto que juzguemos a los personajes como convertirlos en sujetos narradores de su propia experiencia, quizá un primer paso hacia un cine LGBTIQ+ mainstream que pueda proponer relatos más allá del binarismo moral y la falsa conciencia social.

    Decíamos que Sofía disfruta de su juventud justo hasta el momento en el que debe plantearse abortar, detonante de un filme donde, a caballo entre el drama social y el cine activista, se busca construir una historia de profunda raigambre moralista y adoctrinadora —no hay juicio de valor en estos adjetivos estrictamente denotativos— que rastree las incoherencias morales y legales del sistema judicial y político brasileño. Como consecuencia, Lillah Halla teje un relato de resistencia y sororidad en torno a Sofía, una joven promesa del voleibol brasileño que enfrenta la amenaza de un aborto clandestino en una sociedad profundamente hostil. El filme, que se inscribe dentro del cine queer contemporáneo en su afán por construir crónicas ejemplarizantes de personajes que espoleen en la audiencia procesos de identificación y empatía, se erige como un testimonio de las dificultades de acceso a derechos reproductivos y de la persistente violencia contra los cuerpos no normativos.

    Sin embargo, el gran conflicto de la película radica en su propuesta de inclusividad y representación. Este conflicto atenaza a buena parte de la ficción ¿queer? contemporánea al intercambiar dos conceptos tan opuestos como los de tolerancia y hospitalidad. En su filosofía del Otro, Levinas plantearía estos dos conceptos que, para adelantar la conclusión, muestran una película con una inclusión condicional más que una aceptación plena de la alteridad.

    Levinas entiende la tolerancia como una forma de concesión que, aunque permite la existencia del Otro, lo hace bajo un marco de poder que sigue siendo hegemónico y potencialmente violento. En este sentido, El desafío de Sofía construye un relato donde la protagonista y su entorno intentan operar dentro de una estructura que no les es completamente hostil, pero que tampoco les brinda un reconocimiento pleno. La tolerancia que el film retrata es un espacio límite: se aceptan ciertas existencias queer dentro de la comunidad, pero solo hasta el punto en que no desafíen abiertamente las normas dominantes. Tolerancia sin hospitalidad en unas estructuras de poder simbólico que el film trata de problematizar a través de una puesta en escena cuya frontalidad y sobreabundancia de planos medios y generales es, en el mejor de los casos, excesivamente protocolaria y funcional.

    Uno de los aspectos más reveladores en este sentido es la manera en que la película muestra las relaciones interpersonales. Sofía cuenta con una red de apoyo conformada por su equipo y su pareja, quienes encarnan una forma de tolerancia más que una verdadera aceptación. Aunque su relación con otras mujeres lesbianas y queer se muestra cálida, el filme no expone una transformación estructural que permita pensar en una convivencia libre de presiones externas. La comunidad representada existe dentro de un marco de aparente inclusión, pero esa inclusión sigue estando supeditada a ciertas reglas que impiden la plena afirmación de la alteridad. El gran problema de Halla como cineasta —o su gran limitación, al igual que con buena parte del cine ¿queer? contemporáneo— es su incapacidad para pensar imágenes que se salgan de modelos de representación audiovisuales empleados por regímenes de creación artística que codificaron expresiones e identidades sexuales predominantes. Dicho de forma coloquial, ¿puede una persona queer imaginar, pensar y visualizarse como una persona hetero? La respuesta quedó resuelta hace tantos años que no vale la pena exigir al cineasta contemporáneo la labor de rastrear un cine que sí pudo cuestionarse todo eso.

    El problema se agudiza cuando observamos la propia relación del film con la hospitalidad, en el sentido que le otorga Levinas. Según el filósofo, el Otro es un ser que no puede reducirse a un concepto ni subsumirse bajo una categoría común: “es una relación con un ser que, en cierto modo, no existe en relación a mí [...]. Un ser situado más allá de todo atributo que tuviera como efecto el cualificarle, es decir, el reducirle a aquello que tiene en común con otros seres, el hacer de él un concepto”. Sin embargo, El desafío de Sofía no logra abrirse completamente a esta hospitalidad radical, pues sus personajes queer son representados dentro de un molde reconocible, sin permitir que emerjan en su singularidad más allá de los límites de lo esperado dentro del cine de denuncia social.

    Este problema no solo afecta a los personajes sino también a la representación del propio colectivo LGBTIQ+. La película, en su intento por mostrar la resistencia y el apoyo mutuo dentro de la comunidad, termina por enmarcar a sus personajes en roles predefinidos de víctima y resistencia. La hospitalidad radical que propondría Levinas implicaría, en cambio, un cine que acogiera plenamente al Otro sin reducirlo a su función dentro de una estructura narrativa preconcebida. Los personajes existen en tanto que cumplen una función dentro del relato de opresión, pero rara vez se les permite trascender ese marco para existir en su complejidad irreductible.

    La cinematografía y la dirección de arte siguen un realismo sobrio, una elección visual que no desafía los códigos establecidos del cine de denuncia social ni propone nuevas estéticas para la representación de la experiencia queer. Lejos queda cualquier intento por apostar por otras formas de pensar la imagen que fueron exploradas de manera experimental dentro del cine LGBTIQ+ a través de narrativas fragmentadas, estéticas expresionistas o estructuras no lineales para explorar la disidencia sexual, el uso de cámaras subjetivas, material de archivo o narrativas que diluyen las fronteras entre lo real y lo onírico.

    Si bien el filme apuesta por una narrativa de empoderamiento, la forma en que construye sus personajes y relaciones reproduce ciertas lógicas de tolerancia más que de verdadera aceptación. Muchos adjetivos para poca concisión enunciativa, comentábamos. La representación se inserta dentro de una visión que visibiliza, pero no necesariamente transforma. Aunque denuncia la violencia estructural contra los cuerpos queer, su construcción de la alteridad sigue anclada en los márgenes de una inclusión condicional, sin llegar a imaginar un espacio de resistencia que desborde los límites impuestos por el reconocimiento hegemónico. ♦


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