|| Críticas | ★★☆☆☆
Vivir el momento
John Crowley
Tráiler de una vida
Nacho Álvarez
ficha técnica:
Reino Unido. 2024. Título original: We Live In Time. Dirección: John Crowley. Guion: Nick Payne. Compañías productoras: Film4 Productions, Studiocanal, SunnyMarch, Shoebox Films, Film Four, Canal+. Distribución en España: Beta Fiction Spain. Música: Bryce Dessner. Fotografía: Stuart Bentley. Reparto: Florence Pugh, Andrew Garfield, Adam James, Marama Corlett, Aoife Hinds. Duración: 107 min.
Reino Unido. 2024. Título original: We Live In Time. Dirección: John Crowley. Guion: Nick Payne. Compañías productoras: Film4 Productions, Studiocanal, SunnyMarch, Shoebox Films, Film Four, Canal+. Distribución en España: Beta Fiction Spain. Música: Bryce Dessner. Fotografía: Stuart Bentley. Reparto: Florence Pugh, Andrew Garfield, Adam James, Marama Corlett, Aoife Hinds. Duración: 107 min.
La película asiste a la historia de amor de Almut (Florence Pugh) y Tobias (Andrew Garfield), una pareja británica de burgueses en su treintena que se enfrenta a lo largo de los años a una serie de incertidumbres como son la paternidad, la satisfacción laboral o la enfermedad. Como telón de fondo se sitúa el tiempo, que al igual que la mencionada banda sonora, no cesa de aparecer referenciado incansablemente desde el título -en forma de relojes, cronómetros o, directamente, una cuenta atrás en la penúltima escena- para recordar al espectador el inminente destino que asola a su protagonista, que padece un cáncer en fase avanzada. A partir de esta premisa, Crowley estructura su obra a través de un montaje fragmentado que desordena cronológicamente los eventos ocurridos durante la relación. Sin embargo, esta decisión formal del director, lejos de otorgar una mirada que explore las implicaciones del pasado en el presente y viceversa, ahondando en esa materia prima de toda obra de estas características que es el ya mencionado tiempo, no consigue más que aislar momentos oportunamente escogidos en guion y desposeer a sus elipsis y flashbacks de todo su potencial expresivo. La película queda así condenada a una pura dependencia de lo insólito, filmando solo a aquellos momentos que suponen un punto de inflexión en las vidas de los protagonistas y hacen avanzar el relato, dejando de lado cualquier elemento cotidiano, cualquier hueco de intimidad en el que podría detenerse la cámara. Como resultado, el férreo guion de Nick Payne no permite al espectador presenciar o intuir el proceso de enamoramiento, las brechas donde surgen las dudas o los silencios y miradas entre los miembros de una pareja, que tanto han poblado la filmografía de cineastas como Richard Linklater.
De una manera similar a lo que ocurría con la premiada Brooklyn (John Crowley, 2015), Vivir el momento no puede huir de su prudencia narrativa y su encorsetamiento conceptual, heredado de una tragicomedia burguesa británica rancia que ha sobresalido en el cine comercial desde principios de siglo -The Holiday (Vacaciones) (Nancy Meyers, 2006), Love Actually (Richard Curtis, 2003) o El diario de Bridget Jones (Sharon Maguire, 2001)-. Ni siquiera los esfuerzos que dedica a adscribirse a unos códigos narrativos en apariencia ‘contemporáneos’, que no hacen más que apelar a la ya estandarizada maquinaria iconográfica de A24 (distribuidora principal de la película) -como son la constante cámara en mano, la poca profundidad de campo o el valor de plano mucho más cerrado sobre los rostros de los personajes-, ocultan lo arcaico de su concepción del amor, la familia y el duelo. La irónica situación de Almut es paradigmática de toda la película: una chef de prestigio con inquietudes y aspiraciones que no puede evitar verse condenada a la trampa del matrimonio heteronormativo, cayendo inexplicablemente en los brazos de un ingeniero soso y obsesionado con apuntarlo todo.
Finalmente, Vivir el momento termina por presentarse como el tráiler de una vida, como un montaje que introduce a trompicones lo esencial de sus personajes y los problemas que enfrentarán para que el espectador se haga a la idea general, creando a su vez la sensación de que todo lo que podría resultar interesante es, en efecto, lo que no se ha llegado a filmar. En un año 2024 en el que se ha explorado la pérdida y la enfermedad desde propuestas tan sutiles y respetuosas como La habitación de al lado (Pedro Almodóvar, 2024) o Los destellos (Pilar Palomero, 2024), la última película de John Crowley se inserta cómodamente en la manipulación emocional por medio del guion y los golpes de efecto en diálogo, subrayados en todo momento por la evidente música de Dessner, que indica cuándo hay que reír, llorar o sentirse esperanzado. Y en esta apelación al llanto a moco tendido perecen los grandes esfuerzos de dos actores de la talla de Pugh y Garfield que, al igual que el público, parecen asistir con impotencia a la escasa profundidad vital de la relación de Almut y Tobias, y a ese “poco tiempo” que les queda y que la película también deja escapar. ♦