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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Vermiglio

    || Críticas | Seminci 2024 | ★★★★☆
    Vermiglio
    Maura Delpero
    Como en un poema de Pavese


    Rubén Téllez Brotons
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Italia, Francia, Bélgica, 2024. Título original: Vermiglio. Duración: 119 min. Dirección: Maura Delpero. Guion: Maura Delpero. Música: Matteo Franceschini. Fotografía: Mikhail Krichman. Compañías: Coproducción Italia-Francia-Bélgica; Cinedora, Charades, Versus Production, RAI Cinema, Eurimages. Reparto: Tommaso Ragno, Carlotta Gamba, Sara Serraiocco.

    Unas altas, densas y casi impenetrables capas de nieve mantienen aislado Vermiglio, un pueblo situado en los Alpes italianos, del resto de comunidades de su alrededor. La cámara encuadra la casa de la familia protagonista en grandes planos generales dentro de los que, sin embargo, termina reducida a una mera anécdota de piedra y paja que destaca mínimamente por encima del manto blanco que enfría el horizonte, que convierte en hielo la posibilidad de viajar a otras zonas del país o, incluso, de empezar una nueva vida en ellas. Los inviernos en Vermiglio están compuestos por catarros que se complican y que devienen en fiebres altas o en la misma muerte; por noches de escalofríos y humedad en las que el abrazo de un compañero de cama es lo único que permite mantener algo de calor bajo unas mantas viejas, nunca lo suficientemente grandes ni gruesas; por largos paseos en los que los caminantes dejan de sentir sus pies, hundidos en una masa densa de frío candente; por jornadas de poca luz en las que la espera de la primavera tiñe con algo de esperanza los rostros de los habitantes. Pero las bajas temperaturas y sus consecuencias no son lo único que preocupa a los protagonistas: es el año 1944, la II Guerra Mundial está llegando a su final, e Italia está ocupada por los nazis, que han convertido la República de Saló en su centro de operaciones.

    En su primera parte, Vermiglio funciona como un fresco de silencios y omisiones en el que se aprecia el modo en que el fascismo, pese a no estar físicamente presente en el pueblo —nunca se llega a ver soldados italianos ni alemanes—, se filtra en él, infectando cada aspecto de su día a día. Los planos son estáticos y porosos, de composición barroca en su absoluta ausencia de puntos de fuga, y la presencia constante de objetos o símbolos que recuerdan el peso de los efectos climatológicos los convierten en tapices sensoriales ásperos en los que una violencia totalitaria escruta desde cada esquina los movimientos que los protagonistas trazan sobre ellos. Delpero convierte cada imagen en una instantánea de la vida cotidiana cuya aparente transparencia se ve negada constantemente por todo aquello que permanece encerrado en el fuera de campo: como sucedía en los poemas que Cesare Pavese escribió en pleno auge del fascismo italiano, la representación directa y frontal de una realidad en apariencia normal —dos jóvenes amantes manteniendo un encuentro furtivo en un granero, por ejemplo— termina siempre amenazada, cuando no aplastada, por el peso de un contexto que, pese a no ser nombrado explícitamente en ningún momento, ejerce fuerza desde dentro de cada fotograma hasta abrir en él una grieta que le permita salir a la superficie.

    El fascismo cristaliza entonces en miradas inquisidoras que juzgan el beso espontáneo de una pareja, en el eco de alguna explosión lejana que irrumpe en mitad de la noche, en el deseo de un niño ansioso por crecer para poder pilotar aviones bombarderos, en la mirada pragmática con la que un padre observa la muerte de su hijo recién nacido, a quien no tardará en “sustituir” por uno nuevo por recomendación del sacerdote del pueblo. Los juegos de los más pequeños, el descubrimiento de la sexualidad, las dinámicas escolares o las charlas en la taberna; todo queda marcado por los códigos opresivos de una dictadura que envenena cada brizna de vida que intenta crecer entre tanta nieve. Los paseos en solitario o en compañía son motivo de murmullo; un cruce de miradas se convierte en la prueba de un delito escondido o —peor— de uno aún por cometer, ambos de igual gravedad; los pasatiempos ingenuos de unos críos que empiezan a conocer el mundo son, a ojos de su ultracatólica hermana adolescente, pecados de grandes dimensiones; y las conversaciones en los espacios públicos están siempre marcadas por la sombra de la desconfianza. Las imágenes son frías, los colores están apagados, como a la espera de que un milagro le inyecte algo de vida a unos planos que hibernan hasta que lleguen las estaciones cálidas. Delpero, mientras tanto, encierra los picos dramáticos dentro de constantes elipsis que le permiten mantener el carácter meramente observacional de la obra.

    La nieve empieza a derretirse y, tiempo después, la guerra llega a su fin; pero sus consecuencias siguen marcando el rumbo de las vidas de los habitantes de Vermiglio. Si bien es cierto que la pantalla se tiñe de verdes y azules vivos, de juegos al aire libre y de celebraciones que parecen anunciar un futuro de mínima prosperidad, la realidad esconde entre los pliegues de sus promesas de luz y esperanza un nudo de dolores y muertes que dejarán al descubierto los engranajes de sufrimiento que la mueven. Las dinámicas del fascismo siguen marcando la cotidianeidad y, pese a que las praderas y los bosques se hayan convertido en espacios vivos en los que la libertad puede, supuestamente, arraigar, la casa de la familia protagonista continúa encerrada en las tinieblas de sus peores recuerdos. La habitación de los padres sigue siendo una cárcel con aspecto de sala de parto donde la madre permanece encerrada; la hija mayor se queda en shock después de enterarse del asesinato de su marido, mientras que la mediana continúa absorbida por sus delirios religiosos y su creciente envidia hacia la pequeña, única mujer de la familia que, debido a la precariedad, va a continuar estudiando una vez haya finalizada su etapa escolar. El hijo mayor, por su parte, se recuesta sobre un silencio estoico mientras intenta masticar una tristeza sin cuerpo que le aflige cada día; sus hermanos pequeños, sencillamente, no se hacen a la idea de que la guerra haya terminado. Pese a que sus humildes estructuras arquitectónicas no hayan recibido el impacto de ninguna bomba, Vermiglio, como el resto del país, está en ruinas. ♦


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