|| Críticas | ★★★☆☆
Nosferatu
Robert Eggers
Los renglones torcidos de Drácula
Raúl Álvarez
ficha técnica:
EE.UU. 2024. Título original: Nosferatu. Director: Robert Eggers. Guion: Robert Eggers. Productores: Chris Columbus, Eleanor Columbus, Bernard Bellew, Robert Eggers, John Graham, David Minkowski, Jeff Robinov. Productoras: Focus Features, Maiden Voyage Pictures, Studio 8, Birch Hill Road Entertainment. Fotografía: Jarin Blaschke. Música: Robin Carolan. Montaje: Louise Ford. Reparto: Lily-Rose Depp, Nicholas Hoult, Bill Skarsgard, Aaron Taylor-Johnson, Emma Corrin, Willem Dafoe, Ralph Ineson, Simon McBurney.
EE.UU. 2024. Título original: Nosferatu. Director: Robert Eggers. Guion: Robert Eggers. Productores: Chris Columbus, Eleanor Columbus, Bernard Bellew, Robert Eggers, John Graham, David Minkowski, Jeff Robinov. Productoras: Focus Features, Maiden Voyage Pictures, Studio 8, Birch Hill Road Entertainment. Fotografía: Jarin Blaschke. Música: Robin Carolan. Montaje: Louise Ford. Reparto: Lily-Rose Depp, Nicholas Hoult, Bill Skarsgard, Aaron Taylor-Johnson, Emma Corrin, Willem Dafoe, Ralph Ineson, Simon McBurney.
Antes de proponer un análisis menos polarizado, es necesario recordar que el clásico de Murnau fue fruto de un desencuentro: el de los productores de la película y los herederos de Bram Stoker por los derechos de adaptación de Drácula (1897). Como no hubo acuerdo, el cineasta alemán y su guionista, Henrik Galeen, tuvieron que enmascarar la historia original con otros nombres, y ya de paso añadieron algunos detalles llamativos (el vampiro podía caminar de día) y cambiaron el final de la novela por uno más trágico, simbólico y contemporáneo. Ellen (Mina en la novela) sacrifica su vida para acabar con el conde Orlock (el émulo de Drácula), dando lugar de esta manera a un relato atrevido y sensual, en consonancia con la revolución feminista y la liberación sexual de la entonces reciente República de Weimar. Las mujeres ya no eran los «ángeles del hogar» sino los «ángeles de la libertad».
La admiración de Eggers, por consiguiente, tiene que ver no tanto con el canon victoriano de Drácula como con su hijo bastardo postromántico, Nosferatu, la criatura a la que primero Murnau y luego Herzog confirieron nuevas lecturas desde una aproximación psicológica ligada al subconsciente, acaso el hilo del que cuelga el mejor cine alemán de cualquier época. Depredador sanguinario, demonio interior, animal sexual, bestia primitiva… Todos los afluentes del inconsciente salvaje desembocan, con distintos matices, en las películas de ambos, para ser vencidos y redimidos en última instancia por la fuerza salvífica de la mujer, alfa y omega de la vida. La propuesta de Eggers no añade nada nuevo a esta consideración, por lo que su Nosferatu arrastra las mismas cadenas que El faro (The Lighthouse, 2019) y El hombre del norte (The Northman, 2022); esto es, filmes muy bien diseñados y producidos desde el punto de vista técnico y artístico, pero inanes en cuanto a su capacidad para articular un discurso propio, distinto o complementario al de sus referentes. El director de La bruja (The Witch, 2015) no sabe, no puede o no quiere. La pregunta que se impone en todo caso es: ¿por qué entonces un nuevo Nosferatu?
Nos encontramos ante un remake literal, prácticamente un calco fílmico, que se sostiene únicamente por el genio indiscutible de Eggers como diseñador de producción y creador de atmósferas. Sus filmes parecen buenos porque están muy bien hechos; los mima en cada composición, en cada fuente de luz, en cada textura, en cada prenda de vestuario, en cada decorado. Pero este valor, aun siendo admirable porque está en extinción en el cine comercial contemporáneo, se vuelve insuficiente cuando las referencias son tan obvias. Hablamos de Nosferatu, una de las películas más importantes de la historia, y de su revisión por parte de Herzog, tan buena o superior, no de rastrear las marinas expresionistas de El faro, el folk-horror inglés de serie B de La bruja o los ecos cimerios de El hombre del norte. La falta de oxígeno en el cine de Eggers se nota más cuanto más alto sube éste en el canon del fantástico. Y esta vez ha apuntado muy alto.
Con nada que aportar en lo discursivo, el cineasta se aplica con intensidad en armar un aparato formal que, si bien resulta arrollador y, en ocasiones, aplastante, no deja de ser una versión intensificada de los principales logros de Murnau y Herzog. Del primero, trata de imitar la planificación frontal y los espacios opresivos. Toma dos decisiones inteligentes al respecto: rueda con celuloide (película Kodak), para que el grano aporte densidad a la imagen, y replica los tintados originales (azul, gris ceniza y sepia) con filtros de color que, luego, en la posproducción digital, retoca y matiza para lograr el máximo contraste. De aquí salen las mejores escenas de la película: la llegada a la aldea gitana, el encuentro de Hutter con el carruaje y la entrada en el salón del castillo. De Herzog, toma el estilo de realización realista (profundidad de campo, cámara en mano y montaje pausado) para construir el tercio final y el clímax. Para ello, hecha mano de una cámara excelente, la Panavision Panaflex Millennium XL2, que tan pronto se monta sobre un trípode en un estudio como hace las veces de una steadycam. Eggers tiene muy buen ojo para todo lo relacionado con la técnica, pero hasta esos hallazgos, en este caso, son de otros.
Líneas atrás dejé suspendida en el aire una pregunta –¿por qué entonces un nuevo Nosferatu?– para la cual no tengo respuesta. Solo una intuición. Eggers, como tantos otros cineastas del fantástico contemporáneo, parece atrapado en una cinefilia nostálgica que le impulsa a seguir el mismo camino de sus maestros, sin un ápice de personalidad que confiera a su cine un rasgo distintivo. Ha vivido muchos años en las fantasías de otros, y ahora se empeña en recrearlas para tratar de entender su magia y vivir en ellas para siempre. Esto, por cierto, ya lo hizo Zulueta en Arrebato (1979). Pero no hay, no había ninguna magia. Solo la necesidad de contar algo. Ese sigue siendo el gran «debe» de su carrera. Porque las imágenes le sobran. ♦