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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Jurado Nº 2

    || Críticas | Streaming | ★★★★★
    Jurado Nº 2
    Clint Eastwood
    Tránsito final del gran cronista americano


    David Tejero Nogales
    Badajoz |

    ficha técnica:
    USA, 2024. Título original: Juror 2. Director: Clint Eastwood. Guion: Jonathan Abrams. Productores: Adam Goodman, Clint Eastwood, Matt Skiena, Tim Moore, Jessica Meier, Jeremy Bell. Productoras: Warner Bros, Malpaso Productions, Lightnin Production Rentals. Distribuida por: Warner Bros. Fotografía: Yves Bélanger. Música: Mark Mancina. Montaje: Joel Cox, David Cox. Diseño de producción: Ronald R. Reiss. Dirección de Arte: Gregory G. Sandoval. Reparto: Nicholas Hoult, Toni Collette, Zoey Deutch, Gabriel Basso, Chris Messina, J.K. Simmons, Leslie Bibb, Adrienne C. Moore, Kiefer Sutherland.

    A estas alturas resulta imposible acercarse a la filmografía de Clint Eastwood sin relacionar su cine con estructuras y estilemas propios del cine clásico. Sin embargo, esta comparativa reside principalmente en su dilatada trayectoria como narrador omnisciente, siempre en paralelo a las herencias de sus maestros y, sobre todo, en la condición de hijo cultural de cineastas cuyo principal foco de interés habita en el arte de contar historias. El patrimonio de su obra percute en los idearios de ilustres como John Ford, Howard Hawks o Don Siegel, con los que comparte esa desnudez narrativa y cierta invisibilidad para adentrarnos rápido en el contexto de sus relatos, al mismo tiempo que sacrifica su arrolladora personalidad por una crepuscularidad escénica que guarda especial relación con el permanente ocaso del mundo. Sería erróneo considerar lo crepuscular un valor añadido de su madurez artística porque es evidente que su cine lleva siendo así desde hace más de 50 años. Tanto El aventurero de medianoche como Bronco Billy, ya anticipaban esa singular inclinación hacia el olvido y la muerte de ciertos estereotipos vinculados a la vieja América. Digamos que su obsesión por mostrar personajes al borde del precipicio deriva en un discurso fantasmal, de misterio, en donde excavar en el trance perpetuo de la humanidad. En la notabilísima Jurado Nº 2, los marcos referenciales de su obra se expanden para construir un fantástico mapa de conductas y conflictos en paralelo a su hondura personal dentro de la historia cinematográfica.

    Es presumible, dada su longevidad, considerar Jurado Nº 2 como la despedida final del maestro. Haría un programa doble perfecto con Medianoche en el jardín del bien y del mal, porque una y otra arrastran temáticas y enfoques muy parecidos. Revisándola esas correspondencias manifiestan una taumaturgia con sugerentes filos espectrales. Ambas están ambientadas en Savannah, Georgia, espejo de una zona, el sur de Estados Unidos, con un gran pasado colonial, además están presentes las sombras de la esclavitud, de la Guerra de Sucesión, o los fantasmas de la mismísima Escarlata O’Hara, solapando un estilo de vida heterogéneo que ha desarrollado una cultura al margen del resto del país. Por eso podríamos observar los planos con los que abre y cierra Medianoche en el jardín del bien y del mal, arrastrándose lentamente por las tumbas y lapidas del cementerio, con una cámara que se balancea a un lado y al otro hallando las claves telúricas que den conciencia y significado al origen de las raíces estadounidenses. Los dos filmes abren el paraguas del subgénero judicial demostrando la preferencia del director californiano por el cine de juicios. La sala del tribunal se erige como representación del teatro de la vida, así mismo cuestiona el sistema judicial estadounidense y la labor del jurado popular en línea directa con las intenciones éticas y morales del periodista interpretado por el propio Eastwood en la reivindicable Ejecución inminente. Añadamos que, en estas, y en tantas otras, el director se proyecta en torno a sus personajes entendiéndolos como guías o pilotos del espectador. Una transformación o trasunto por el que solaparse. Tanto el personaje de John Cusack como el de Nicholas Hoult en Jurado Nº 2 trabajan como escritores; el primero es testigo y ojos de un proceso de investigación por asesinato, en donde esa proyección registra las excentricidades y vicisitudes de la alta sociedad de Savannah, mientras el de Hoult escribe artículos de opinión en una revista local. Uno y otro interpelan al espectador situándose en los dos lados de la balanza. El interés de Eastwood es filmar una sociedad decadente en duermevela de la que surgen los principales razonamientos e inquietudes estéticas del realizador norteamericano.

    No debe extrañarnos, por tanto, considerar la figura de Eastwood como la del gran cronista norteamericano. Su cine ha transitado todos los caminos y paisajes del estilo americano, desde los comienzos de la vida en el Oeste, los cimientos de los primeros colonos, el germen de la civilización o del capitalismo, hasta las zonas más desérticas del continente, la vida rural y por encima de lo demás, la admiración por los personajes errantes (una paráfrasis o interpretación del cowboy clásico y un dibujo excelente del territorio y la pertenencia a un lugar). En verdad sus películas más representativas tejen un viaje por el decorado de América siendo la mayoría bellísimas road movies, en donde sus actores traspasan fronteras en una huida hacia delante. Es ahí donde juega el recurso escénico de un cineasta aventurero, y explorador. Eastwood no separa sus facetas de actor y director en una mixtura de personajes con pasados traumáticos y heridas sentimentales. Su interés recae en la descripción agónica del hombre. Más de una vez esos mismos personajes se ven forzados a la marginalidad, desterrados que ponen en entredicho la propia idea de la masculinidad. Los hombres de Eastwood son hombres temerosos, con muchas taras y pecados a sus espaldas. Bien sean padres ausentes, personas con inclinaciones fuera de la ley, alcohólicos o mujeriegos, rompen el establishment en un cuadro de descomposición masculina. También sabe mantener abiertos diálogos o ventanas entre unas películas y otras dándole amplitud a los rasgos afines a su imagen heroica, imagen de leyenda, que nada o poco tiene que ver con la imagen de sus protagonistas. El William Munny o Walt Kowalski buscan redimirse de acciones cuestionables del pasado. El ojo por ojo de sus primeros westerns o cintas de acción, muta en un sentido mucho más práctico y benévolo de la justicia. Estudia la heroica y cuestiona una y otra vez al héroe. La labor del director es darles la vuelta a los tropos del cowboy o del vaquero, para entablar un pensamiento digamos que abstracto, o si quieren fantasmal, del justiciero. Son ejemplos simbólicos la del predicador de El jinete pálido, una entidad que emerge de entre los bosques para ayudar al pueblo minero del yugo de los caciques, o la de Sin perdón acudiendo al rescate de las prostitutas sometidas al maltrato y vejación de los gobernantes del pueblo. Su idea del caballero andante choca con la violencia de mundos subyacentes, siendo la descripción de sus personajes grises, más cerca del mal que del bien.

    De esta forma puede hacerse patente la predisposición del cineasta a cobijarse en lo dual y misterioso de sus personajes. El jurado número dos de su última obra dista igualmente de ser un hombre perfecto, volviendo a recurrir a la entretela y controversia del modelo de vida americano. No solo por la culpa y el dilema traducido directamente del libreto, sino también a la hora de plantearse la escritura visual, con ese inicio donde vemos el plano de una mujer guiada por su marido con los ojos vendados, y que gracias a un plano subjetivo tan característico y recurrente en el cine de Eastwood, se nos permite contemplar una vez descubierta la venda, el estanco o habitación del futuro bebé de la pareja. La fe ciega de los estamentos familiares, en este caso de su mujer (Zoey Deutch), una maestra de escuela embarazada, causan paralelismos con la justicia ciega y los fallos del sistema, por medio de su condición de salvadora, y de apoyo. La mujer es el ángel de luz para que su marido consiga enderezar su vida y olvidar así los errores y dramas del pasado. La soberbia escena de arranque ya articula en apenas un solo movimiento la interesante diatriba moral del excelente filme. Tampoco es nuevo, y suele ser habitual la manera de transitar los espacios de la vida familiar como paradigma de la felicidad autoimpuesta del cada día más hundido sueño americano. Recordemos las escenas familiares y románticas de El francotirador, en las que las heridas de guerra, y el cumplimento del deber, asomaban interponiendo un velo a la felicidad del matrimonio.

    Eastwood filma con tesón y elegancia una tragedia griega que no se reconoce como tal en sus parámetros visuales. La mayor virtud de la película reside en su talento para articular diferentes puntos de vista. Los precisos y eficaces saltos en el tiempo y los flashbacks dejan fluir una narrativa serena y cristalina al alcance de muy pocos cineastas contemporáneos. La cámara capta y teledirige el objetivo hacia los ojos y gestos del protagonista, las imágenes a contraluz pivotan en la mirada dubitativa, nerviosa, perturbada del Justin Kemp interpretado por Hoult, en una cascada de planos en donde la luz del sol se cuela por las rendijas de las persianas o ventanas en búsqueda de esa realidad tapada que no encuentra una salida cómoda. La excelente fotografía de Yves Bélanger, que vuelve a colaborar con el director tras Mula y Richard Jewell, se eleva en la colocación de un clima visual enrarecido (toda la trama parece estar a la espera de una tormenta de verano), con esos colores cálidos pero enturbiados próximos a la densidad de los pantanos del sur, y de la atmósfera húmeda y sudorosa de Georgia. Eastwood maneja los resortes de la puesta en escena evocando a muchos de los filmes rodados durante los años 90, a pesar de que su aspiración conecte mucho más con el cine de denuncia social de los años 60/70 – el John Frankenheimer de Los jóvenes salvajes, algunas películas de Elia Kazan, o Alan J. Pakula, y especialmente sus analogías con 12 hombres sin piedad de Sidney Lumet. También por supuesto recuerda en la escritura del guion – habilidoso primer borrador de Jonathan Abrams – a las novelas de abogados de John Grisham, y por ende a todas las adaptaciones cinematográficas que tuvieron su mayor impacto en los 90.

    El realizador de Un mundo perfecto pone en solfa algunas de las preguntas que venían obsesionándole desde siempre, narrando por encima de todo, un relato atemporal. Las redundantes imágenes de la balanza de la justicia, insertadas a lo ancho del metraje sin ningún tipo de discreción sobreponen una mirada incisiva y penetrante de dedo acusador muy parecida a la de los injertos de la estatua del cementerio en Medianoche en el jardín del bien y del mal. Si recordamos alguna de las frases más representativas de aquella película: “La verdad, como el arte, está en el ojo de quién la ve”, no nos sorprenderá el leitmotiv de Jurado Nº 2: “la verdad no siempre es justa”. Un viejo zorro como Eastwood supone que ante estas diatribas y axiomas uno tiende a preguntarse por cuál o cuáles son las líneas que separan los villanos de los héroes. La ambigua máscara de la justicia me hace pensar en ese final de El vengador sin piedad en el que el pistolero interpretado por Gregory Peck se confiesa al párroco de la iglesia después de haber ejecutado a los hombres equivocados por el asesinato de su esposa, en su condición tridente de juez, jurado y verdugo. Un western que guarda conceptos muy similares a los de la filmografía Eastwood, en la deconstrucción del imaginario y arquetipos del cine del Oeste, y en lo relativo también a la idea engañosa de tomar la justicia por la mano. A fin de cuentas, el realizador estudia y documenta la naturaleza de los hombres por medio del conflicto y del arrepentimiento.

    La fiscal Faith Killebrew (Toni Collette) se debate entre sus aspiraciones políticas y la verdad del caso. Por ella pasan todos y cada uno de los estados de conciencia del relato, siendo una de las puntas de lanza más importantes del filme. Una caracterización formidable, de peso, que se ubica en medio de las dos líneas de acción: por una parte, tenemos al condenado, un caso sencillo en el que las antipatías por el pasado delictivo y violento del acusado (Gabriel Basso), parecen prevalecer sobre las pruebas o hechos y luego hallamos a esa duda razonable que conduce al personaje a desviar la mirada hacia otro lado de la balanza. Excelentes los planos generales de la sala de juicios, sacándole partido al formato en scope, y la concatenación de cortes milimétricos de montaje que triangulan las miradas de los tres personajes, y que otorgan a la sala una sensación de espaciosidad infinita. Asimismo, los escorzos en donde Kemp posiciona su lugar determinante en el jurado, y las inteligentes maneras de alterar el relato de ficción alargan la omnisciente capacidad de Eastwood para integrarse en la historia. Una película rodada principalmente en interiores con apenas fugas al exterior. El realizador saca partido de esos escenarios íntimos, habituales de su cine, como las reuniones y discusiones en la barra de un bar y la transparente o cómoda relajación entre el abogado defensor (Chris Messina), y la fiscal, que nos retrotrae a las amigables conversaciones de los personajes del universo Eastwood, véanse por ejemplo las de Poder absoluto, o Million dollar baby.

    En verdad el imaginario de Clint Eastwood ha mantenido su marca o sello autoral muy por delante del complicado sistema de estudios, sus trabajos digamos más personales y menos comerciales se producen gracias a su productora Malpaso, aunque la mayoría de las veces sus películas se distribuyen bajo el respaldo de Warner Bros, que por otra parte le debe muchos de sus grandes éxitos de taquilla y algún que otro Oscar. Por eso es incomprensible el maltrato comercial y publicitario del desgraciadamente testamento final del actor de Los violentos de Kelly. Jurado Nº 2 parece sufrir los trances endémicos del streaming, un estreno muy limitado, más enfocado a Europa que a Estados Unidos en donde apenas un puñado de salas tuvieron la suerte de proyectar el filme. Su condición de cine para adultos y su empaque hubieran sido pasto y semilla de prestigio en los cines de hace una o dos décadas, sin embargo, ahora mismo sufre del delirio y las prisas del multiverso de las plataformas y del publico pasivo, domesticado por la parrilla de una oferta intercambiable. La paradoja fortuita y espontánea para Warner se descubre en la verdad que despierta el filme; un alegato amargo y desgarrador del alma humana, en un contexto fantasma, quebradizo e ilusionista. En cualquier caso, esto permite a Eastwood ocultarse entre bambalinas, estando presente fuera de campo, mucho más cómodo rehaciendo su americanismo. Las debilidades del realizador por las historias genuinamente americanas despliegan un mosaico excelso del american way life y como hemos dicho, su especial apego por los perdedores que dadas las circunstancias son empujados al extremo del ring. Pensemos en Luther Whitney, el ladrón de guante blanco de Poder absoluto, entrando a hurtadillas en el piso de su hija y llenándole la nevera en un segundo o tercer plano sin ser visto. Un ejecutor silencioso, que mantiene la calma y cuida de los suyos pero que también se debe a su condición de outsider, de soldado magullado e independiente, que en su retiro sabe cargar con toda la culpa sin miedo al juicio final. Por eso Eastwood escapa a las garras de los estudios ofreciéndonos en Jurado Nº 2 una despedida en voz baja, mejor en susurros, como sus cálidas melodías. Es mejor así porque a Jurado Nº 2 no le hace falta el CINE para serlo. ♦


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