|| Críticas | SEFF 2024 | ★★★☆☆ |
The antique
Russudan Glurjidze
A merced del destino en Europa del Este
Yago Paris
ficha técnica:
Georgia. 2024. Título original: Antikvariati. Director: Russudan Glurjidze. Guion: Russudan Glurjidze. Productores: Tatiana Detlofson, Andrey Epifanov, Uschi Feldges, Ansgar Frerich, Eva Kemme, Marie-Pierre Macia, Zurab Magalashvili. Productoras: CineTech, Cinetrain. Fotografía: Gorka Gómez Andreu (fotografía adicional de Alexander Glurjidze). Música: Gia Kancheli. Montaje: Grigol Palavandishvili. Reparto: Salome Demuria, Sergey Dreiden, Vladimir Daushvili, Vladimir Vdovichenkov.
Georgia. 2024. Título original: Antikvariati. Director: Russudan Glurjidze. Guion: Russudan Glurjidze. Productores: Tatiana Detlofson, Andrey Epifanov, Uschi Feldges, Ansgar Frerich, Eva Kemme, Marie-Pierre Macia, Zurab Magalashvili. Productoras: CineTech, Cinetrain. Fotografía: Gorka Gómez Andreu (fotografía adicional de Alexander Glurjidze). Música: Gia Kancheli. Montaje: Grigol Palavandishvili. Reparto: Salome Demuria, Sergey Dreiden, Vladimir Daushvili, Vladimir Vdovichenkov.
Esta mirada profundamente pesimista es la que recorre The Antique (Antikvariati, Russudan Glurjidze, 2024), película presente en la Sección Oficial de la edición de 2024 del Festival de cine europeo de Sevilla. El cineasta, también autor del guion, sitúa su historia dentro del contexto real de la Rusia de 2006, cuando Vladimir Putin utilizó las fuerzas policiales para deportar a miles de georgianos, nacionalidad a la que pertenece el realizador. La historia narra las desventuras de cuatro personajes inesperadamente relacionados entre sí de manera fortuita. Por un lado se sitúan dos georgianos, Medea (Salome Demuria) y Lado (Vladimir Daushvili), que comparten una difusa relación sentimental. Por otro, aparecen Vadim (Sergey Dreyden) y Peter (Vladimir Vdovichenkov), padre e hijo respectivamente. Medea acaba de llegar a San Petersburgo, procedente de Georgia, y busca urgentemente una casa donde vivir. Vadim tiene en venta su enorme apartamento, pero la condición al comprarlo es que se le permita residir en él hasta su muerte, algo que, intuye, no tardará demasiados años en suceder. Medea acepta la propuesta y comienzan una tensa convivencia que poco a poco irá evolucionando hacia una inesperada conexión. Lado y Peter son satélites de esta relación. A medida que se desarrollan las diferentes conexiones humanas, que colocan a Medea en el centro, rodeada de tres hombres de distinta edad y procedencia, con diferentes intereses hacia la protagonista, el cineasta conecta lo humano, lo individual, la pequeña escala, con lo colectivo, lo histórico, lo basado en hechos reales.
Un primer acierto en la propuesta de Glurjidze consiste en desligar la historia de sus personajes de la Historia. Nada de lo que sucede en las vidas de estos personajes está directamente relacionado con las deportaciones de georgianos, y esto es así, se podría argumentar, porque el Poder no entiende nacionalidades: esta vez le ha tocado a los georgianos, pero los propios rusos llevan sufriendo el despotismo gubernamental desde que tienen uso de razón. El cineasta iguala a los miembros de ambas nacionalidades y los coloca en el mismo nivel, que es el de la víctima que sufre los abusos. En un sentido más profundo, el autor establece una suerte de metáfora de la evolución de la nación rusa desde mitad del siglo XX en adelante. No resulta complicado leer a Vadim como la representación del antiguo régimen, tan condicionado por los modos soviéticos que nunca ha sido capaz de adaptarse a la nueva realidad posterior a la caída del muro de Berlín. A esto se suma la sensación de abandono por parte del Estado, pues este personaje, del que se sospecha que es un antiguo espía, malvive solo y sin apenas recursos en un piso destartalado, esperando la muerte y con el kéfir y la ópera en vinilo como únicos alicientes vitales. Su hijo, Peter, se encuentra perdido entre las dos aguas que son la herencia comunista y el presente capitalista. A diferencia del anterior, este apenas cuenta con metraje para desarrollar esta hipotética metáfora, de ahí que la lectura simbólica de su personaje se resienta.
Lado, por su parte, es un georgiano que introduce antigüedades de manera ilegal en Rusia, y no solo está relacionado sentimentalmente con Medea, sino también laboralmente, pues transporta su mercancía al almacén en el que esta trabaja. También se podría establecer una lectura política sobre el uso del ruso en ambos personajes. Mientras Lado se niega a aprender ruso, Medea lo domina, de tal manera que ambos personajes representan las dos actitudes principales a la hora de residir en un país extranjero: buscar la integración, pensando que esto podría asegurar una asimilación positiva, o asumir que uno siempre será extranjero y, por tanto, no aceptado como tal en la sociedad. Es en este almacén de antigüedades donde los cuatro personajes vuelven a conectarse. Si inicialmente lo hicieron en el piso de Vadim, el círculo se cierra en estas nuevas instalaciones, y a través de una antigüedad muy concreta: un viejo armario del que Vadim quiere deshacerse. Este mueble conservaba todos los recuerdos familiares, pero el desengañado Vadim decide acabar con ellos, como así se muestra en la escena donde comienza a romper las fotografías que lleva décadas acumulando, y que guardaba en el interior del armario. Cuando Medea ve lo que está haciendo, lo anima a donar su ingente cantidad de fotografías a los archivos estatales, donde podrán tener algún tipo de valor documental, pero Vadim se niega. El personaje ya no cree en el Estado, y eso implica no creer en su pasado, que probablemente fue entregado en cuerpo y alma a su gobierno.
Pero el armario también tiene otra simbología, algo que se descubre a partir del testimonio de Peter, pues se trata del lugar donde lo encerraban de pequeño cuando se portaba mal. Un lugar que, a su vez, él mismo utilizaba para esconderse de sus padres cuando había bronca en casa. Así, la idea de pasado y de refugio se conectan, de tal manera que se pudiera interpretar que el pasado es el refugio del ser humano en tiempos difíciles. Sin embargo, ¿qué se puede hacer cuando uno reniega de su pasado, desengañado, o cuando ni siquiera tiene la impresión de contar con uno, o, cuando menos, con uno de valor? En un momento clave, este armario también servirá de refugio para Medea, alguien que no cuenta con un pasado en la Historia de Rusia. La utilización del mueble es literal y meramente instrumental. Se podría argumentar que su voluntad de querer integrarse en la sociedad es lo que le permite afrontar un destino más favorecedor, pero la realidad es que se debe a la pura fortuna. En la Rusia actual ya no quedan clavos ardientes a los que agarrarse, pues la mentira del socialismo ya no parece creérsela nadie. En estas circunstancias, lo único que parece quedar en pie es la lógica del «sálvese quien pueda», algo que, como en el caso de István Szabó, pasa por las pequeñas comunidades, las relaciones íntimas, y, sobre todo, estar siempre ojo avizor para tratar de evitar el envite del destino, es decir, de la Historia como conjunto de decisiones políticas del Estado. Refugiarse no asegura la supervivencia, y esto lleva a otro de los grandes temas del cine de Europa del Este, como es la sensación de que el individuo no se encuentra en control de su destino. La arbitrariedad con que Lado y Medea afrontan destinos opuestos a pesar de estar inicialmente condenados a un lugar común habla de la desesperanza y el pesimismo de las sociedades de Europa del Este, y dibujan un panorama perversamente oscuro en el caso de Rusia, cuyo máximo dirigente lleva décadas campando a sus anchas. La realización de The Antique apenas dos años después del inicio de la invasión rusa de Ucrania no parece un evento casual: «de aquellos barros, estos lodos», parece clamar Russudan Glurjidze, mientras la Unión Europea parece seguir mirando para otro lado. ♦