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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Alpha.

    || Críticas | SEFF 2024 | ★★☆☆☆ |
    Alpha.
    Jan-Willem van Ewijk
    Perder el tiempo en rencillas


    Yago Paris
    Sevilla |

    ficha técnica:
    Países Bajos. 2024. Título original: Alpha. Director: Jan-Willem van Ewijk. Guion: Jan-Willem van Ewijk. Productores: Miha Cernec, Frank Hoeve, Pascalle Kleingeld, Louis Mataré, Hans Oerlemans, Nina Robnik, Jozko Rutar, Martien Vlietman, Magdalena Welter. Productoras: BALDR Film, Lomotion AG, Staragara. Fotografía: Douwe Hennink. Música: Ella van der Woude. Montaje: Eline Bakker y Sander Vos. Reparto: Reinout Scholten van Aschat, Gijs Scholten van Aschat, Pia Amofa, Julien Genoud, Daria Fuchs.

    La mejor escena de Alpha. (Jan-Willem van Ewijk, 2024) transcurre a la mitad del metraje. Mediante un plano subjetivo del protagonista, Rein (Reinout Scholten van Aschat), el director narra la repentina eclosión de una avalancha, que atrapa al personaje bajo metros de nieve. El joven es un experto esquiador que en esos momentos se encontraba bajando una ladera de los Alpes con su tabla de snowboard, alejándose de su padre, con quien estaba inmerso en un conflicto enquistado en el tiempo. Para sacarle el máximo partido a una escena potencialmente tan impactante, el cineasta holandés decide hacer uso del CGI para recrear lo que debe de suponer vivir en primera persona una avalancha. La cámara virtual es rodeada por olas de nieve hasta quedar atrapada, mientras se escuchan de fondo los jadeos desesperados de Rein. Una vez termina la avalancha, el plano se mantiene fijo, dentro de la montaña de nieve, con una duración que se hace interminable. La escena, probablemente uno de los mejores usos del CGI de este año, posee tal virulencia que llega a fragmentar el filme en dos partes bien diferenciadas.

    La primera parte de Alpha. sirve para crear el contexto y aumentar la tensión hasta un clímax emocional previo al accidente. Rein se ha mudado a un pueblo de montaña dedicado al turismo de nieve. Allí trabaja de monitor mientras trata de recuperarse de la reciente muerte de su madre. Un día recibe la llamada de su padre, Gijs (Gijs Scholten van Aschat), quien quiere ir a hacerle una visita. El protagonista no parece entusiasmado con la idea, y pronto se descubre una evidente tensión entre padre e hijo. Conversaciones escuetas y a trompicones retratan la tan habitual incomunicación que se produce entre progenitores e hijos, algo especialmente presente en el caso concreto de las relaciones padre-hijo. En cierto sentido, el filme explora la masculinidad y sus características más comunes, y qué duda cabe que el estancamiento conversacional es uno de sus principales rasgos. Otro aspecto muy presente en las relaciones masculinas es la competitividad y la rivalidad, y, si bien es cierto que Gijs y Rein, padre e hijo tanto en la ficción como en la vida real, viven toda esta primera parte en una tensión constante, llena de brusquedades, tal vez sería un error leer el filme en estas coordenadas. Quizás el escenario nevado y su enorme similitud con Fuerza mayor (Turist, Ruben Östlund, 2014) fuerce en exceso la comparación, tergiversando la lectura del filme.

    Lo cierto es que, más que una competición entre dos bandos enfrentados, lo que se produce es principalmente un desafío constante del hijo al padre. Esto es así, se intuye, porque la incomunicación ha imposibilitado la sanación de heridas enquistadas desde la infancia. Las relaciones entre padres e hijos tienden a una jerarquía muy marcada, donde al menor se le suele denegar voz y voto en el ecosistema familiar, dando lugar a una acumulación de rencores, de dolores nunca expresados, que, cuando se consiguen manifestar, explotan en la cara del otro de manera en muchos casos sorpresiva para quien lo recibe. Este es el caso de Gijs, quien en realidad no entiende las reacciones de su hijo, pues no considera que haya hecho nada especialmente mal, desde luego no lo suficiente como para recibir semejante trato –o quizás prefiere autoengañarse para no afrontar las consecuencias de sus actos–. Al pasado se le suma el presente, que reincide en la herida pretérita: Gijs se mete de lleno en el grupo de amigos de Rein, lo que este último vive como una invasión de su intimidad, y, para más inri, comienza a coquetear con su interés amoroso.

    La tensión se va acumulando hasta que explota en lo alto de la montaña, cuando Rein y Gijs se han quedado solos. Poco después sucede la citada escena de la avalancha, que parece el toque de atención que el universo parece darle a estos dos personajes para que sean conscientes de la manera en que se están desgastando, están perdiendo el tiempo y desaprovechando la vida. A partir de entonces, el filme cambia de registro, pasando del drama familiar al terreno del cine de género, concretamente el de un survival que acaba desembocando en el fantástico. Una vez que la vida se reduce a la supervivencia, las rencillas familiares pasan a un segundo plano. Como si de un encuentro con lo Real lacaniano se tratase, ambos personajes descubren que bajo la capa superficial de resentimiento y conductas sociales late la verdadera pulsión humana, guiada por un amor que no entiende de convenciones protocolarias.

    Sin embargo, esta ruptura es la que echa a perder las ya de por sí no especialmente notables virtudes del filme. Hasta entonces, Alpha. funcionaba como un formulaico drama familiar, tan agradable como en realidad intrascendente. Lo que sucede a posteriori es un intento fallido de jugar con los tropos de los géneros, dando lugar a un fracaso en la tensión del survival, y a una cuestionable reflexión metafísica que se podría leer como un exploit mal digerido de 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968). En este punto se podría argumentar que el filme cuenta con una puesta en escena sólida y trabajada, y esto en sí es cierto, siempre y cuando se entienda este concepto como virtuosismo técnico. Qué duda cabe que Alpha. cuenta con unos planos detallistas, basados en una concienzuda construcción del plano y una trabajada planificación. Sin embargo, a medida que los planos se suceden, uno comienza a tener la sensación, tan habitual en el cine de festivales actual, de que el trabajo técnico no esconde detrás motivaciones narrativas ni una cohesión estética a lo largo del filme. Como tantas otras películas actuales –por supuesto, rodada en el formato 4:3–, Alpha. es un catálogo de planos bellos y trabajados, pero que se anulan los unos a los otros, pues ya una mera lectura superficial de los mismos desvela la carencia de significado en estos. Así, Jan-Willem van Ewijk fracasa a la hora de poner sobre imágenes sus temas, porque la lógica parece atender a las mismas motivaciones que la de su fallida evolución en la escritura: la voluntad de epatar se impone al acto de narrar. ♦


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