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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | The Tuba Thieves

    || Críticas | ZINEBI 2024 | ★★★★☆ |
    The Tuba Thieves
    Alison O’Daniel
    [Silencio]


    Javier Acevedo Nieto
    Bilbao |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2023. Título original: «The Tuba Thieves». Dirección: Alison O’Daniel. Guion: Alison O’Daniel. Productoras: Louverture Films. Fotografía: Derek Howard, Judy Phu, Meena Singh. Intervenciones: Nyeisha “Nyke” Prince, Geovanny Marroquin, Russell Harvard, Warren‘Wawa’ Snipe. Duración: 92 minutos.

    El 29 de agosto de 1952, David Tudor se quedó en silencio. Contra los ventanales de cristal se estrellan unas pocas gotas de lluvia. En torno a la estancia se arremolinan gorjeos, toses y gargantas que pugnan incómodas por mantener el silencio. El público se impacienta y mueve nerviosamente las cabezas. Pese a ello, lo único que hacen las manos de David Tudor es entrecerrar la tapa del piano para marcar el fin del primer movimiento. En Woodstock, Nueva York, las copas de los árboles son tan altas que hacen cosquillas al cielo y este parece reír con bocanadas de viento que trastabillan en las hojas secas. Tudor ha presentado lo que considera el comienzo de la música noise. Se trata de 4’33”, la obra de John Cage que buscó dar sonido a todos los sonidos incidentales o indeseables. Un hombre abandona el concierto y camina bajo el bosque. Las gafas de pasta negra le impiden ver, pero por fin puede escuchar. Mira al cielo, casi como si el sonido fuera a sepultarlo bajo una inmensa nube hecha de algodón mojado. De repente, fundido a negro, un intertítulo informa: “Silencio”.

    Todo el metraje anterior de The Tuba Thieves (2023) borbotea alrededor de todos los sonidos a los que nadie presta atención. Tras sus poco más de noventa minutos de duración, el espectador habrá aprendido a reconocer esos sonidos. Del mismo modo que 4’33” no era una composición silente, la película de Alison O'Daniel tampoco lo es. El cine es un lenguaje lleno de signos predefinidos: creemos saber el significado del significante de un primer plano, como pensamos que un contrapicado expresa un significado lleno de tensión. Esta película es un poco novedosa no porque proponga algo nuevo o original. Olvidémonos por un instante de juicios estéticos binarios. Esto no trata sobre originalidad.

    La película de O’Daniels continúa una cierta semántica del cine documental que asocia significados muy concretos a operaciones cinematográficas determinadas. Un plano largo estático en el que solo suena el lejano ruido de retroexcavadoras sigue significando contemplación. Lo que no hace el film es escribir sus imágenes con una semántica predefinidas y arbitraria. Ese mismo plano contiene intertítulos en el lenguaje americano de signos (ASL) y está concatenado con live cams o cámaras en directo de una reserva natural y otro plano medio de dos personas sordas que dialogan sobre los incendios de California.

    O’Daniels parte de esta semántica histórica del cine documental para imbuirla con unas imágenes-significantes que van más allá del logocentrismo del cine documental. Nadie lo ilustró mejor que Michel Chiton, cuyos estudios sobre el cine le hicieron afirmar que el cine padece un vococentrismo y verbocentrismo acusados. La palabra y la voz humanas determinan nuestra relación con la imagen cinematográfica, pero, ¿puede construirse una imagen afónica? El robo de las tubas de varios institutos de California ayuda a la cineasta a diseñar unas imágenes en las que el sonido prevalece sobre la voz. Escamoteado un elemento esencial de la orquesta escolar, la película construye una historia de la segregación del sonido: aviones que rompen la velocidad del sonido, incendios cuyas llamas restallan en el sacudir de las manos como ascuas o sesiones de grabación donde las vibraciones hacen bailar los órganos internos.

    Alrededor de esta historia, el relato mínimo de dos personajes. Por un lado, Nyke Prince, una mujer que parece huir de la contaminación acústica; por el otro, Geovanny Marroquin, batería de uno de los institutos donde se sustrajeron las tubas. La interacción de ambos con un entorno sonoro hostil es el motor dramático de la película. Por no dejar aislada la referencia a Chion, esta interacción genera un efecto anempático a partir de sonidos que, ajenos a la emoción humana, parecen estar siempre dispuestos a suscitarla. O’Daniels logra este efecto con una estricta linealización y sincronización del sonido. Huye, entonces, de toda dramatización expresiva pues la gran pregunta de The Tuba Thieves es ¿qué es el silencio? Desde luego, no es un estado absoluto, ni tan siquiera aquello que las personas oyentes podemos considerar. Es un espectro que se abre más allá de la propia interacción individual con el entorno. En consecuencia, el gran hallazgo del filme es saber establecer un dialogismo entre personajes, sonidos e imágenes hasta que la pregunta sobre el silencio se convierte en una polifonía de experiencias, voces y sonidos.

    Chion afirmó que la síncresis era “un punto de sincronización, un momento relevante de encuentro síncrono entre un instante sonoro y un instante visual”. The Tuba Thieves alcanza estos puntos en muchas ocasiones, pero lo hace sin necesidad de subrayados discursivos. En un cine, ya sea narrativo, documental, experimental o cualquier etiqueta que queramos ponerle, dominado por la dramatización de la emoción y el discurso, habría que celebrar más a menudo la recuperación de películas que sitúan al espectador en el lugar que siempre les ha correspondido: uno de completa indefensión y desconocimiento ante lo que ve y escucha. Esta es una película que parte de una semántica audiovisual dada y es capaz de cuestionar la naturaleza del sonido y su percepción. El sonido se transforma y queda constancia del cambio, y en el cambio tiene que haber una base de asociación entre el significado viejo y el nuevo. Este punto de tensión consigue que The Tuba Thieves sea una experiencia en la que el cambio y el desplazamiento de la imagen a un segundo tengan la capacidad de proponer una innovación en la utilización del lenguaje de las imágenes. Algo así como permitir escuchar todo aquello que siempre hemos subordinado. ♦


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