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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Esperando la noche

    || Críticas | ★★★★☆
    Esperando la noche
    Céline Rouzet
    La llamada de la sangre


    José Martín León
    Telde (Las Palmas) |

    ficha técnica:
    Francia, 2023. Título original: En attendant la nuit. Dirección: Céline Rouzet. Guion: William Martin, Céline Rouzet. Producción: Olivier Aknin, Candice Zaccagnino. Productoras: ElianeAntoinette, Reboot Films. Fotografía: Maxence Lemonnier. Música: Jean-Benoît Duncke. Montaje: Léa Masson. Reparto: Mathias Legout Hammond, Céleste Brunnquell, Élodie Bouchez, Jean-Charles Clichet, Laly Mercier, Louis Peres.

    Una vez que concluye la película, la fascinante ópera prima de su directora, Céline Rouzet –después de su incursión en el campo del documental con 140 km à l'ouest du paradis (2020)–, vemos que está dedicada a Vincent, un hermano suyo que terminó suicidándose tras sufrir rechazo por el simple hecho de haber nacido con una enfermedad rara. Es por esto que un rótulo del inicio informa que la historia está basada en hechos reales, algo que tendría que tomarse de manera metafórica, ya que el protagonista de Esperando la noche es un adolescente vampiro de 17 años. Al fin y al cabo, Rouzet y su coguionista William Martin no pretenden acercarse a esta oscura figura del modo terrorífico en el que la mayoría de las veces se han acercado tantas otras cintas, sino que hace de esta “diferencia” del chaval una excusa para reflejar la intolerancia de una gran parte de la sociedad hacia todo aquello que se desvía un poco de lo “normal”. Las primeras imágenes que nos regala el filme no pueden ser más reveladoras (y escalofriantes), ya que muestran los problemas de una madre para dar el pecho al bebé que acaba de tener en un hospital. Tras el rechazo inicial a alimentarse de la leche de su seno, vemos cómo la criatura termina haciendo sangrar a la mujer, algo que sí parece colmar su sed. Inmediatamente después, en un salto de diecisiete años en el tiempo (la historia se ambienta a finales de la década de los noventa), nos encontramos a la familia, compuesta por los padres, el chico ya adolescente y una hermana pequeña, rumbo hacia una nueva vida en su coche. El destino: un barrio a las afueras de la ciudad, prácticamente alejado del mundanal ruido (y las miradas indiscretas), en el corazón de un bosque, cuyos árboles aportan la sombra suficiente como para que Philémon (así se llama el muchacho) pueda campar a sus anchas durante el día sin sufrir los daños de la luz del sol. La intención: comenzar de cero y pasar desapercibidos en un su nuevo vecindario, como una familia completamente normal, sin despertar sospechas sobre la naturaleza del primogénito.

    La película se aleja en todo momento del género de terror, a pesar de poseer algunos ingredientes típicos del cine vampírico, ya que estos están tratados de una forma costumbrista y casi normalizadora. Lo que retrata Esperando la noche es el día a día de una familia, tan amorosa y unida como la que más, que lucha por pasar como cualquier otra, haciendo verdaderos sacrificios para que el hijo lleve una vida lo más digna posible, sin tener que dañar a los demás. Esto incluye que Laurence, la abnegada madre, se las tenga que ingeniar a diario para robar bolsas de sangre desechadas del centro de donaciones en el que comienza a trabajar. Sangre con la que alimentará a un Philémon que, al mismo tiempo, comienza a experimentar las primeras pulsiones sexuales, típicas de su edad, cayendo enamorado de su joven vecina, Camilla, la típica chica guapa y popular que, sin embargo, también empieza a interesarse por el carácter extrañamente reservado del chico, algo que servirá de detonante para desencadenar el drama. Y es que esto no es Crepúsculo, pese a que también ofrezca un romance adolescente entre el lánguido y solitario vampiro y la mortal que, en el fondo, también se siente desplazada en un entorno que, desde fuera, parece idílico. Aquí hay mucho más donde hincar el diente. La obra de Rouzet se aparta del efectismo o la violencia gratuita en los que podría haber derivado fácilmente la historia, bañando sus imágenes de ese aura especial que suele envolver a esos relatos sobre el primer amor (progresivos acercamientos a orillas de un lago en el que los jóvenes del pueblo pasan las horas muertas, silencios y miradas que lo dicen todo, inocentes juegos a través del bosque), con una delicadeza y una sensibilidad que consigue que el espectador empatice con los problemas a los que se enfrenta Philémon para tratar de adaptarse al círculo social de la chica que ama, sufriendo con él cuando sus instintos más primarios, esos que le hacen desear con fuerza la sangre, luchen por salir a la luz. La realizadora ha confesado haberse inspirado en títulos tan populares como Eduardo Manostijeras (Tim Burton, 1990) o La mosca (David Cronenberg, 1986), para crear a su personaje injustamente marginado por su condición de diferente, y, como ellos, parece condenado a un destino fatalista, en el que no tiene cabida la aceptación por parte de un entorno que mira lo desconocido con miedo y rechazo.

    Esperando la noche es un tormentoso drama romántico que recuerda a alguna joya del cine francés como Los juncos salvajes (André Techiné, 1994), en su modo de retratar los sufrimientos de la adolescencia y los primeros amores prohibidos, pero que también se acerca al espíritu de obras de terror tan maduras como Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008) o Crudo (Julia Ducournau, 2016), que utilizaban los instintos sanguinarios de sus protagonistas para ofrecer una imagen verdaderamente espeluznante de la pubertad. La realizadora demuestra muy buena mano para la dirección de actores, sacando lo mejor de las interpretaciones de todos ellos. Mathias Legout Hammond realiza un trabajo prodigioso en el torturado personaje de vampiro marginado –imposible no conmoverse con él en la escena en la que es objeto de burlas en un cine donde se proyecta La noche de los muertos vivientes–, mientras que Céleste Brunnquell le ofrece una perfecta réplica como Camille. Jean-Charles Clichet y, especialmente, Elodie Bouchez, como los padres de Philémon, también tienen escenas de gran fuerza dramática, de igual manera que la niña Laly Mercier aporta gran luminosidad y de la hermana pequeña. Al no ser este un filme de terror, sino una historia iniciática sobre el descubrimiento del primer amor y una crítica hacia cualquier tipo de discriminación, su ritmo es adecuadamente pausado, entregándose más a las emociones y sensaciones de sus personajes que a la sangre, pese a que esta esté bien presente en la trama. De hecho, son las escenas que muestran a la madre escondiéndola bajo su ropa las que consiguen crear mayor inquietud en el espectador, logrando hacer palpable ese peligro a ser descubierta y que todo su terrible secreto salga a la luz. Toda una demostración de que esta incipiente directora también está llamada a manejar el suspense con mucha eficacia. En definitiva, quienes esperen el habitual producto de vampiros, con muertes, mucha sangre, estacas y demás topicazos del género, pueden llevarse una decepción mayúscula con esta película, El resto, podrá gozar de otra de esas enriquecedoras historias de personas atormentadas, aisladas por la sociedad y, en el fondo, deseosas de encajar, amar y ser amados y alcanzar lo que todo el mundo, algo cercano a la felicidad, rodada con una sensibilidad exquisita (sin un ápice de ñoñería), propia del buen cine francés. Una carta de presentación inmejorable para una cineasta que ha sabido utilizar con inteligencia una mitología fantástica para hablar de temas universales como el amor, la familia y la búsqueda de la identidad. ♦


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