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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Stranger eyes (默視錄)

    || Críticas | Seminci 2024 | ★★★★☆ ½
    Stranger Eyes (默視錄)
    Yeo Siew Hua
    La imagen como obsesión enfermiza


    Rubén Téllez Brotons
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Singapur-Francia-Taiwán-Estados Unidos, 2024. Título original: 默視錄. Duración: 126 min. Dirección: Yeo Siew Hua. Guion: Yeo Siew Hua. Música: Thomas Foguenne. Fotografía: Hideho Urata. Compañías: Akanga Film Productions, Volos Films Co, Films de Force Majeure, Cinema Inutile, Purin Pictures. Reparto: Lee Kang-sheng, Wu Chien-Ho, Anicca Panna.

    Desde el plano inicial queda claro: Stranger eyes habla sobre la mirada; sobre las derivas obsesivas y oscuras que la pueden hundir en un bucle pantanoso de placer y soledad, de aflicción y culpa; sobre las fronteras de la observación rutinaria y su ruptura; sobre la forma en que un par de ojos pueden concretar, a partir del silencio evidenciado de sus gestos, la descripción de la realidad o de una parte de la identidad de un desconocido. La pantalla se enciende y en ella aparece una joven pareja jugando en un parque con su bebé; la voz de la abuela paterna entra en el encuadre —diciendo que quiere estar presente cuando la niña la llame por primera vez–-, pero ella no. De pronto, lo entendemos: lo que estamos observando es un plano subjetivo suyo, sí, pero no uno que se proyecta desde el interior de sus globos oculares biológicos, sino desde una de sus extensiones artificiales, una que nunca falla y que, además, le permite grabar cuanto desee: su móvil. La realidad queda así convertida en un material ambiguo que cualquiera tiene la tentación de escrutar, al que cualquiera se siente con derecho de exigirle algún capricho estético. La abuela no tiene suficiente con disfrutar del rato de risas y sol con su familia, sino que intenta manipular el momento —”moveos hacia la derecha, mirad a cámara…”— para poder filmar aquello que le interesa; todo tiene que salir perfecto, las redes sociales así lo exigen.

    Tras una brutal elipsis, Yeo Siew Hua enseña su primera carta: el bebé ha sido secuestrado. El padre muestra cierta entereza, continúa con su día a día con la mirada algo triste y la atención un poco dispersa, pero continúa, al fin y al cabo; la madre, en cambio, permanece encerrada en casa viendo una y otra vez todos los vídeos caseros en los que sale con su hija. El policía que se encarga del caso le dijo que a lo mejor encontraba en ellos algo de utilidad, alguna pista, y ella no hace otra cosa más que ponerlos en bucle: la imagen filmada convierte así el pasado en una biblioteca de sospechas que uno recorre con cuidado por miedo a encontrar en ella el germen de la violencia del presente. La abuela, por su parte, observa en silencio el progresivo distanciamiento de la pareja. De pronto, empiezan a dejarles en la puerta de su casa grabaciones en DVD de su rutina, pero, lejos de lo que pueda parecer, Yeo Siew Hua no utiliza el recurso para fracturar la —ya de por sí rota— cotidianidad de los jóvenes, buscando que su lado más hostil y egoísta se desparrame por las grietas —Caché—, sino para cuestionar el propio gesto pasivo de ser observado.

    La incomodidad asfixia entonces a unos personajes que se saben protagonistas de las fantasías voyeristas de un sujeto que les filma incluso cuando están dentro de su hogar, que no sólo destruye los límites de su intimidad, sino que echa abajo los muros que separan lo público de lo privado. Lo mismo le da grabarles mientras caminan por la calle que cuando se besan en la habitación vacía de su niña desaparecida: la curiosidad devenida en morbo no entiende de barreras; todo le sirve para alimentar su bulímica ansia de imágenes que capturen la superficialidad de unas vidas ajenas. De nuevo, Yeo Siew Hua vuelca otra carta sobre la mesa. Cuando el acosador está a punto de ser detenido, una nueva elipsis irrumpe en pantalla para cambiar el punto de vista y la línea temporal de la cinta. Ahora la cámara sigue al voyeur, que resulta ser el encargado de una tienda situada en el centro comercial en el que el joven padre solía pasar las tardes con su criatura. Stranger eyes se convierte en ese momento en un encadenado de seguimientos a un ser definido por una soledad que no se despega de su cuerpo, y que encuentra en las vidas de sus jóvenes vecinos una vía de escape que le permite fabular con la posibilidad de otra existencia.

    La abstracta sensualidad con la que el director filma el divagar de su personaje coloca a los espectadores frente a una encrucijada: ¿acaso no están disfrutando ellos mismos al observar la rutina de un desconocido?, ¿acaso no han escrutado la realidad de la película y le han exigido que cumpliese con alguno de sus caprichos —que el bebé apareciese vivo, por ejemplo—?; ¿qué diferencia al voyeur de los integrantes de la platea? Uno podría responder que el carácter ficticio de la propia película, pero ¿no se sigue —a través de las redes sociales— y se juzga de igual modo la vida de actores e influencers, de deportistas y estrellas de la música; o, más cercano, de los propios amigos y familiares? Con la cinta ya convertida en una entidad mutante que no deja de lanzar ideas e interrogantes, Yeo Siew Hua despliega el resto de sus cartas. Se desvela que la madre sabía desde hacía tiempo que alguien estaba obsesionado con ella; y que, de hecho, hablaba por mensaje con su acosador con frecuencia, hasta el punto de haberle confesado que sólo se sentía acompañada cuando alguien la observaba a través de una pantalla, y que creía que únicamente existía aquella fracción de su identidad que mostraba en Internet —es streamer—. El resultado: los DVDs. El padre, por su parte, le sirve al realizador para trazar una reflexión sobre el modo en que la vigilancia constante, ya sea la instaurada por las redes sociales, ya sea la que impone una sociedad paranoica empeñada en colocar cámaras de seguridad en cada calle, ya sea la que lleva a cabo alguien obstinado en desvelar los secretos de otra persona, termina convirtiendo las manías y pequeños fetiches de cada ciudadano en una posible prueba de un delito oculto, en el síntoma de una psicopatía escondida, o en el error a través del que se descubre una sospechada mentira o una conspiración. ♦


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