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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Faruk

    || Críticas | Mostra de Valencia 2024 | ★★★★☆ |
    Faruk
    Asli Özge
    Una ciudad como las otras


    Aarón Rodríguez Serrano
    Valencia |

    ficha técnica:
    Turquía, 2024. Dirección y guion: Asli Özge. Fotografía: Emre Erkmen. Música: Karim Sebastian Elias. Reparto: Faruk Özge, Derya Erkenci, Gönül Gezer, Nurdan Çakmak, Semih Arslanoğlu, Fikret Özge.

    Y así se diría que Estambul es cualquier ciudad de Europa, al menos por la parte de atrás, la trastienda y la guardarropía, aquello de que los edificios viejos se demuelen y los ancianos se desplazan y todo lo que no sea brillante y metalizado y capitalista y sea susceptible de atraer la novedad e inversiones y movimiento de capital, en fin, pues ustedes ya saben. Que molesta que envejezcamos y molesta que las casas envejezcan y molesta el tiempo mismo, y así Estambul -decía- es cualquier ciudad de Europa en la que el que más o el que menos tiene un piso y especula, o sueña con tener un piso y especular, o piensa que la inversión que cuenta es el ladrillo y los demás, qué vamos a hacerle, o se mueren o se empobrecen.

    Con lo que Asli Özge ha rodado una película profundamente europea, que no quiere decir aquí que se haya empapado de las huellas de estilo de la modernidad francesa o cosa similar, sino que es una película que deberíamos estar rodando en todas las ciudades europeas al mismo tiempo, porque entre desahucio y derribo, derribo y desahucio, y entre que si la Manifestación sale o no sale y entre que si la vivienda pública llega o no llega, los ancianos se nos mueren y el tiempo va pasando y la película no la rueda ni Dios. Salvo Asli Özge, claro.

    La cuestión es que aquí la cosa no va de panfleto, ni hay mártires o heroínas de la causa de los deshaucios, ni encontrarán una lectura edificante para almas nobles que van a la cosa del cine social como quien va a misa de doce, a ver el milagro. La cuestión es que lo difícil es rodar una comedia que pueda abrazar al mismo tiempo la vida, el humor negrísimo, la ironía bien temperada, la autocrítica y una suerte de metarreflexión cinematográfica divertidísima y que funciona como un tiro. Porque Faruk es, antes que otra cosa, una magnífica comedia. Habla de lo que hablan todas las películas inteligentes: del tiempo que se escapa, de los deseos y los cuerpos, de la dignidad de los seres humanos, de la pillería y el trapicheo, de que las cosas no funcionan del todo. Habla de la familia y de la confianza, del qué vamos a hacerle y del venga usted mañana. Es una película como un castillo reformado de grande, y así a veces basta con seguir a un anciano en su vagabundeo por una senectud compleja pero luminosa, y no aplanar las esquirlas de lo que hay. Y lo que hay, al final, es una colección de fotos, un metraje conservado de la boda de una prima lejana o similar, un par de zapatos del segundo matrimonio. No es poca cosa, pero arrastrarlo de una casa a otra es una cuestión de complejidad, y la directora sabe que no puede montar un docudrama o una caseta de feria lacrimógena: la película es la película, y de ahí que los planos estén profundamente, inteligentísimamente medidos.

    Se puede entrar a Faruk por la cuestión del humor, o se puede también experimentar el placer intelectual del artefacto, esto es, de deleitarse con las capas narrativas de profundidad que van integrando la película. Aunque al principio pueda parecer que la enunciación tiene una extraña manía en demostrarse a sí misma —el truco es setentero, y se agota pronto—, a partir de un cierto punto comienzan a aflorar ideas tremendas en el guion. Qué pasa cuando se pierde un teléfono móvil, por ejemplo. Qué pasa cuando se sueña con un cuerpo desnudo que obliga a pensar la propia desnudez, por ejemplo. Qué pasa cuando el ánimo de lucro del prójimo apesta hasta llenarlo todo de una pestilencia económica insoportable. La ciudad está viva y llena de colores, fuentes, rincones, esquinazos, parques. Faruk no se despide del mundo: lo atraviesa. Faruk no piensa en la muerte: la desafía. Faruk no quiere una casa para morir en paz: quiere una casa para vivir bien, y a partir de ahí la película es un éxito absoluto.

    Luego, en la conclusión, uno no sabe si emitir una tremenda carcajada o cerrar los ojos de puro pánico. La última bofetada de Asli Özge es contra sí misma o contra su cine, o quizá contra los mecanismos que regulan el inevitable oficio de contar historias, o quizá como rúbrica gigante y barroca en un relato bien temperado. Y es que, aquí lo de «barroco» debe ser leído casi al pie de la letra porque al final resulta que Faruk no es sino una cinta emocionantemente cervantina, de tal modo que se diría que Estambul no es cualquier ciudad de Europa, sino una revisión de nuestro Siglo de Oro. La picaresca invierte algunos de sus lugares pero la conclusión es la misma: se impone una realidad a la que hay que sobrevivir y no puede detenerse uno ni en la lágrima conmovida ni en la inutilidad del espejismo. Faruk trata de hombres que, hasta en el último aliento, clavan sus uñas en el tejido del mundo y mantienen la dignidad incluso en los más horteras chiringuitos mediterráneos. No es fácil, como no es fácil comprender por qué, repito, no estamos rodando esta misma película en todas las ciudades europeas, en todas las ciudades españolas ahora mismo, mientras termino esta página. ♦

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