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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Edge of Everything

    || Críticas | D'A 2024 | ★★☆☆☆
    Edge of Everything
    Pablo Feldman, Sophia Sabella
    Audio en bucle


    Carles M. Agenjo
    Barcelona |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2023. Título original: Edge of Everything. Dirección: Pablo Feldman, Sophia Sabella. Compañías productoras: More Avenue, Sultana Films. Fotografía: Scott Ray. Música: Marc E. Bassy. Producción: Sophia Sabella, Pablo Feldman, Jolene Mendes, Rabia Sultana. Reparto: Sierra McCormick, Jason Butler Harner, Ryan Simpkins, Emily Robinson, Dominique Gayle, Nadezhda Amé, Sabina Friedman-Seitz, Anthony Del Negro, Drew Scheid, Ben Weinswig. Duración: 81 minutos.

    Cuesta mucho empatizar con Abby. Por un lado, comprendemos su soledad, la ira sepultada, su incapacidad para soltar lágrima. A punto de cumplir los 15, acaba de perder a su madre y se ve obligada a retomar la convivencia con un padre que nunca estuvo allí y su nueva pareja con la que, por cierto, se lleva fatal. Por otro lado, Abby sigue la política de arrimarse al sol que más calienta. La joven –que encarna la ex chica Disney Sierra McCormick– queda tan impactada ante la rebeldía dionisíaca de Caroline, una joven mayor que ella –interpretada por una soberbia Ryan Simpkins– y amante del tardeo con ginebra, sexo y drogas, que sus amigas del insti parecen un grupo de aburridas. Lo más curioso de este punto de vista –a medio camino entre los dramas de Larry Clark y la empatía enfermiza de Evan Rachel Wood en Thirteen (2003)– es que revela una película partida en dos. En el fondo, Edge of everything –primer largo de Pablo Feldman y Sophia Sabella– no necesita plantear ningún proceso de duelo para que su protagonista admita que quiere cambiar de aires. Nos guste o no, Abby tiene todo el derecho del mundo a buscar emociones fuertes y relacionarse con quien quiera. Lo que no hace falta, tal vez, es que las mutaciones propias de la adolescencia se inflamen a través de un calculado proceso de duelo. Quizá el problema de esta poco inspirada coming of age es que no confía lo suficiente en el enorme poder de su reparto y se dedica a remarcar constantemente la pérdida de su protagonista mediante la escucha en bucle de una nota de voz.

    Salvando las distancias, Les amigues de l’Àgata (2015) proponía una crisis de amistad sin cargar las tintas del trauma a través de la mirada silenciosa de una joven Elena Martín que, en pleno acceso universitario, empezaba a sentirse extraña con las colegas de siempre. Por otra parte, la conmovedora Eighth grade (2018) narraba el espantoso último año de colegio de Kayla, una joven de 13 años –espléndida Elsie Fisher– justo antes de empezar la secundaria con la particularidad de que su falta de amigas y la mala comunicación con su padre –un entrañable Josh Hamilton– enmascaraban una ausencia materna. Edge of everything ocupa un lugar central entre ambos títulos. Su relación es improbable, pero acaban colisionando de forma inevitable. Abby es como un cuerpo polarizado entre el sentir proteico de Àgata transitando los círculos del afecto y la carga emocional de Kayla ante un padre con el que no se entiende. La gran diferencia radica en que el universo de Àgata se tomaba su tiempo y las escenas de amistad se construían sin prisas de guion, dejando aflorar una hermosa naturalidad. No es así en el caso de Abby. El potencial de McCormick para interpretar a un personaje diez años menor que ella se ve estrujado por los códigos de una narración convencional e iterativa, más atenta a las evidencias de su propia estructura que a las contradicciones del deseo púber que se esfuerza en retratar.

    Sobre el brillante debut de Bo Burnham, Eighth Grade también abordaba la cuestión de la madre ausente, pero lo hacía con mesura. La pérdida se hacía evidente en una reparadora conversación nocturna entre padre e hija al calor de una hoguera. Nada que ver con Edge of everything, que pasa por encima de lo paternofilial e insiste en lo mismo hasta la náusea. El drama nos ubica en un entierro, nos recuerda su importancia en varios momentos –con la reproducción del último audio que Abby recibió de su madre– y queda subrayado metafóricamente en la agitada fiesta de cumpleaños de la protagonista con la muerte accidental de un pez rojo sobre la alfombra de su habitación. Lógicamente, la emoción acumulada culminará en llanto catártico. Quizá la versión urbana, oscura y teen del final de Estiu 1993 (2017), pero con mucha menos delicadeza que Carla Simón. Nada grave. Tampoco lo pretende. La propuesta funciona mejor cuando atrapa el sentir volátil de Abby que cuando nos alerta de que esto no es una fiesta, sino un luto. Precisamente, la gran baza del conjunto reside en el dúo dinámico que integran Abby y Caroline, recorriendo calles y escondrijos de la californiana Mill Valley con el nervio de quien descubre su entorno a toda pastilla. Ellas son hermanas del caos, aunque la primera sólo esté de paso y conozca el camino de vuelta a casa. Su vínculo es caduco, pero encarna el espíritu romántico de la función. Estas pulsiones se manifiestan de forma intermitente, pero cuando lo hacen surge algo brillante como la cachimba improvisada en el bosque con una manzana agujereada o el primer piercing con aguja precalentada. Lástima que Feldman y Sabella no lleguen al alma del relato y desaprovechen secundarios de lujo como el joven Drew Scheid. ♦


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