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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Un silencio

    || Críticas | ★★★☆☆ |
    Un silencio
    Joachim Lafosse
    Artesanía en sordina


    Aarón Rodríguez Serrano
    Castellón |

    ficha técnica:
    Bélgica, 2024. Título original: Un Silence. Director: Joachim Lafosse. Guion: Chloé Duponchelle, Paul Ismael y Joachim Lafosse. Intérpretes: Daniel Auteuil, Emmanuelle Devos, Matthieu Galoux, Jeanne Cherhal, Louise Chevillotte. Director de fotografía: Jean-François Hensgens. Música: Òlafur Arnalds. Montaje: Damien Keyeux. Casting: Elsa Pharaon.

    Lafosse es uno de esos directores extraños que acaban configurando el fondo del cine europeo. Sin una vocación de autor demasiado marcada, consigue seguir rodando y estrenando con un nivel modesto, casi como si temiera ser confundido con un excéntrico o como si su cine pudiera salirse de las autopistas de la convención. Antes bien, Lafosse piensa, traza, rueda, dispone los planos siempre desde la concisión y la tranquilidad, sin estridencias, explorando los núcleos y sombras familiares, los dolores, las pequeñas penas de esa Europa languideciente y algo adocenada que únicamente existe en el cine contemporáneo. Esa Europa en la que a veces nos gustaría vivir y otras veces, como la que hoy nos ocupa, nos basta con contemplar.

    En paralelo, aunque la película tenga nacionalidad belga, parece remitir a esa sana escuela francesa de generar películas medianas. Y aclaro, nobleza obliga, que lo digo sin el más mínimo matiz peyorativo. Los franceses suelen tener pulso para encontrar un público cautivo, amante del cine de género, inteligente y que gusta de ir a llenar las salas para ver comedias, dramas, rostros. Historias, supongo. Son esas colas kilométricas que los sábados por la tarde acuden a ver «la comedia francesa del verano» o «el drama que ha conmovido a un millón de espectadores en Francia» y que, al fin y a la postre, son productos útiles y rentables que demuestran que hay muchos cines, muchas salas, muchos nichos y muchas concepciones cinematográficas.

    Lafosse ha rodado Un silencio, que podría ser el thriller sencillo y bien trazado de la temporada, un producto funcional que cuenta con tantos aciertos como debilidades y que, sin caer en demasiados aspavientos, se permite el lujo de no engañar a nadie. El planteamiento es, por supuesto, sencillo: una mujer encubre un oscuro secreto familiar e intenta mantener desesperadamente el equilibrio entre presiones éticas contrarias hasta que todo se desvanece. El secreto en cuestión se intuye desde el minuto cinco y se confirma como un reloj a mitad de película. Los protagonistas tienden a resultar sufrientes o malvados, las líneas éticas son ambiguas pero no mucho, los diálogos son previsibles pero se pronuncian con naturalidad. En el centro, sujetando con todas sus fuerzas la película, está una Emmanuelle Devos tan funcional como de costumbre, quizá algo más opacada y abrumada por las limitaciones más que obvias del guion. Dándole la réplica, un Daniel Auteuil que subraya la monstruosidad y la indignidad de su personaje firmando algunas de las escenas más incómodas de su filmografía. El problema es que teniendo semejantes mimbres, la película no consigue ofrecerles un asidero firme para que puedan desplegar emociones, afectos o siquiera sugerir algo que no quede encerrado en los diálogos explicativos. Hay algo ya hermoso en sí mismo en ver los rostros de Devos y de Auteuil, pero quizá tiene más que ver con la Historia del Cine que con la propia película de marras. A esto se le suma un tremendísimo error de casting al dejar caer todo el tramo final en un inexperto y muy deficitario Matthieu Galoux, actor además dañado por una decisión en peluquería completamente incomprensible y oscurecido por una fotografía que intenta disimular con sombras y contrastes lo que no deja de ser un hieratismo que denota sus carencias interpretativas. Los planos en los que se supone que roba las botellas del minibar, conduce por la carretera o intenta seducir —por supuesto, de manera violenta y desagradable— a una joven en una discoteca acaban por provocar una vergüenza ajena y una sensación de ridículo que no ayuda a empatizar con su hipotético drama ni, lamentablemente, a creer en la supuesta solemnidad de la clausura de la película.

    Más allá, la dirección de Lafosse es, como señalaba al principio de la crítica, felizmente funcional. Tiene un arranque prometedor cuando mantiene un largo plano de Devos conduciendo por las calles en una suerte de ensimismamiento interior y, poco a poco, va virando sus decisiones hacia un modelo clásico de mostración basado en el plano-contraplano y en el reencuadre ocasional de las figuras. Sin apenas hacer ruido, a veces deja caer una sugerencia, como cuando acompaña en escorzo a la protagonista en sus ataques de angustia o como cuando sabe mantenerse a una distancia precisa en aquellas conversaciones que exigen una mayor tensión dramática. La cámara se dispone con inteligencia, eso está claro, incluyendo también algunos juegos cómplices con la distancia focal cada vez que rueda con un vehículo que rozan por momentos la comedia negra. No obstante, Lafosse no permite que se le escape el ritmo de la película, sino que utiliza una escritura bien temperada y resultona, facilitada en parte por una dirección de arte comedida pero muy bien diseñada, coquetona en los interiores y ligeramente algo más gélida en los exteriores. Los juegos de luces en el pasillo del domicilio familiar, por ejemplo, permiten algún plano realmente jugoso con varios términos funcionando a la vez: Devos reflejada en un cristal y su marido corriendo bajo la lluvia, por ejemplo. Se observa ahí la precisión de un director que sabe narrar pero que, quién sabe por qué, se ha metido de pronto en una camisa de once varas monumental que no termina de aterrizar en ningún momento. El hecho de que el guion esté escrito a seis manos quizá tenga algo que ver en las tremendas dificultades de conexión que parecen arrastrarse escena tras escena, y que terminan dejando al espectador con la sensación de haber zapeado a lo largo de varias películas sin haber terminado de contemplar ninguna. Es un pequeño tropiezo para la trayectoria de un no-autor, y sin embargo, dará conversación y charlas animadas a la salida del cine a ese público que acude religiosamente y con su mejor intención a disfrutar del evento social y del arte de contar historias. Lo que no es poco, sin duda. ♦


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