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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | The Outrun

    || Críticas | Berlinale 2024 | ★★★☆☆
    Outrun
    Nora Fingscheidt
    El camino de vuelta


    Luis Enrique Forero Varela
    74ª Berlinale |

    ficha técnica:
    Reino Unido, 2024. Título original: «The Outrun». Dirección: Nora Fingscheidt. Guion: Nora Fingscheidt, Amy Liptrot; basado en una novela de Amy Liptrot. Compañías productoras: Brock Media, Arcade Pictures, Sarah Brocklehurst Productions, MBK Productions, BBC Film, Screen Scotland. Fotografía: Yunus Roy Imer. Intérpretes: Saoirse Ronan, Stephen Dillane, Paapa Essiedu, Nabil Elouahabi. Duración: 118 minutos.


    anexo| Cobertura de la Berlinale 2024


    The outrun, cuya traducción aproximada es la huida, supone un regalo para su actriz protagonista, Saoirse Ronan. La directora alemana Nora Fingscheidt, también autora del guion —junto a Amy Liptrot—, construye una historia de redención personal tras una temporada en el infierno de la adicción al alcohol; un filme competente, a pesar de estar inundado de elementos y códigos narrativos del campo de lo previsible. La estructura argumental no da cabida a ninguna sorpresa fuera de lo que cabría esperar. El desarrollo principal de la trama, en el presente, comienza in media res, desde el lugar más profundo de ese cráter al que se ha precipitado Rona, joven que roza la treintena y arrastra un historial de abuso del alcohol trepidante. Su adicción la ha empujado a dinamitar progresivamente su relación con su pareja Daynin (Paapa Essiedu) y sus amigos del máster de la facultad de biología, cuya dinámica social se basa en beber y salir de fiesta, en el consumo celebra do como un ritual cotidiano, con brindis y aplausos. Eso sí: la línea entre la palmadita en la espalda y la mirada de reproche es muy frágil en el caso particular de Rona, quien abandona este marco festivo y estrecha su relación con su adicción, tornándose necesario aliviar la urgencia a todas horas, a cualquier hora, y resultándole casi imposible detenerse en su avance atropellado hasta tocar pared y hacerse daño. Entonces la culpa incontenible y la vergüenza del día después suceden al vómito y los estallidos de ira. Así, todo el tiempo, repitiéndose en espiral, trazando anillos cada vez más cercanos del abandono del yo.

    Insertadas con buena mano, las secuencias flashbacks se encargan de exhibir los precedentes, con un afán como de causalidad, de mostrar por qué la situación ha llegado a aquel punto. Hija única, Rona se crio en una pequeña familia de campesinos en las islas Orkney del norte de Escocia; un territorio agreste y bello a partes iguales del que ha acabado huyendo, atormentada por la grave enfermedad mental de su padre —capaz de estados de de gran enajenación, o de depresión equina, impredecibles—. Ambas realidades, la pasada y la presente, se van integrando para acabar de dar forma al drama de la atribulada Rona, incapaz de contener su infierno personal sin un poco de ayuda externa. Tras pasar en Londres los peores momentos de su adicción y habiendo perdido la compañía social, la dignidad y la salud, Rona regresa a esta región marítima, donde intentará reconstruirse y trepar hacia la superficie. Recala, pues, primero en el hogar de infancia —llegada que despierta en ella el dolor remoto—, para más adelante trasladarse a una formación rocosa aún más pequeña, aún más alejada, su Santa Helena particular. Aquí, prácticamente aislada, hallará consuelo en la naturaleza, y también en las conversaciones con la escasa población local, sintiéndose un poco menos condenada.

    En este territorio limítrofe, vigilado por el mar infinito en todos los flancos, la voz en off de Rona —un recurso efectivo y, hay que decirlo, bastante manido— traza una suerte de enciclopedia endémica de las leyendas acerca de, por ejemplo, las focas, de las cuales se dice que en la noche salen a la superficie convertidas en seres humanos, y si alguien las ve, son condenadas a permanecer en esta forma; o de las propias islas Orkney, detrás de cuya formación se encuentra una bestia mitológica. Asimismo, aquí estrecha su relación, con el mar, con la flora y la fauna, que le proporcionan beneficios casi terapéuticos. Su preocupación por la conservación de las plantas marinas y las aves en peligro de extinción se vinculan de alguna manera con el cuidado propio, con la determinación de mantenerse sobria e ir contando los días, uno a uno, avanzando poco a poco hacia un estado de paz mental y armonía consigo misma y con sus heridas del pasado.

    Esta búsqueda de redención, cuya inspiración emocional más que temática puede encontrarse en Mi nombre es joe (de Ken Loach) o, The virtues (Shane Meadows), presta una cuidada atención al desarrollo interior de su protagonista. En la ilustración del paisaje emocional de Rona, en el que caben su sus excesos y humillaciones autoinflingidas, su frustración y sus ataques de pánico, todo está presentado con una mirada humana, a pesar incluso de que, estructuralmente, no exista ningún espacio para la sorpresa o el ingenio. Algunas de las líneas del guion parecen haber sido escritas con la exacta intención de hacer manifiesto su sufrimiento, como si no hubiese espacio para la sutileza. Cuanto ocurre, cada secuencia está como destilada, y su único objetivo es que los espectadores mantengan conectada su empatía con la protagonista. No llega al extremo de convertirse en un ejercicio de manipulación emocional; sin embargo, a Fingscheidt parece interesarle sobremanera hacer hincapié en esta autodestrucción para luego filmar el camino inverso, rehabilitador.

    La originalidad no es la virtud más destacable de The outrun. Los tropos comunes a los que se sujeta quizás lastran un conjunto potencialmente más interesante. Exhibe honestidad en sus intenciones, y no llega a perseguir el victimismo o la romantización de las adicciones —aunque en ocasiones parece aproximarse con peligrosa cercanía—; y esto tal vez ni siquiera sea un problema en sí mismo. Es evidente que en un retrato de esta categoría se suele acariciar la autocompasión al ofrecer un espacio para el despliegue y la resolución (o no) de situaciones tan intensas. Para mostrar el camino de vuelta hace falta señalar el doloroso camino de ida. Tal vez es la sensación de déjà vu parcial lo que impide la película de Fingscheidt llegar a cotas de brillantez. En las entrañas de The outrun todos los elementos se encuentran en su lugar correcto: bien escrita, bien filmada, muy bien actuada. Se trata de fórmula tan segura, tan sin riesgos, que acaba erigiéndose como un producto cinematográfico correcto, Dentro del conjunto resultante no destaca nada especialmente, aparte, claro está, de la enérgica actuación de Ronan; uno de esos papeles hechos a medida de su protagonista, en los que poder lucirse y desplegar todos los recursos del espectro interpretativo.


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