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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Shayda

    || Críticas | ★★★☆☆
    Shayda
    Noora Niasari
    Un cine de segundas oportunidades


    Agus Izquierdo
    Barcelona |

    ficha técnica:
    Australia, 2023. Duración: 117 min. Dirección: Noora Niasari. Guion: Noora Niasari. Fotografía: Sherwin Akbarzadeh. Reparto: Zar Amir-Ebrahimi, Leah Purcell, Mojean Aria, Jillian Nguyen. Compañías: Dirty Films, Screen Australia, The 51 Fund.

    Aeropuertos. Unos vienen, otros se van. Shayda despega en uno de esos endiablados edificios de salidas y llegadas. Una terminal significa un comienzo pero también un final. Ruptura y despedida son los ingredientes básicos para un drama asegurado. La ópera prima de Noora Niasari, producción australiana con el apoyo de Cate Blanchett, galardonada en Sundance con el Premio del Público, es un quiebre de una vida, o mejor dicho, dos: la de la protagonista encarnada por Zar Amir-Ebrahimi, que ya vimos (y con quien ya padecimos) en esa tremebunda Holy Spider; y su hija de seis años. Con ese arranque devastador basado en una despedida despiadada, Noora Niasari compone, escribe y dirige una tragedia que incorpora la maternidad, la injusticia que padece el exiliado, y la fuerza y el valor que un personaje femenino desata para empezar una nueva vida en contra de lo que su marido, su familia y su cultura radical le imponen.

    Shayda es la historia de una huida, aunque también de la renuncia de esa huida y de la dignidad de una madre coraje que finalmente se planta para enfrentarse al monstruo que la ha maltratado durante años. Cuando la protagonista abandona su país de procedencia, Irán, huyendo de su marido, Hossein (Osamah Sami) con quien se está divorciando en la distancia, también está batiéndose en duelo con su pasado y su origen represor que se manifiestan en el filme con llamadas telefónicas convulsas a su madre, que le pide que regrese y que recupere su matrimonio. La violencia cobra toda su fuerza a través de una serie de escenas de confesión desgarradoras donde Shayda explica a la abogada y a la asistenta de los servicios sociales todo por lo que ha pasado. Se derrumba, aunque también, en un ejercicio de osadía y de decoro catártico, colectiviza su maltrato ofreciendo una declaración (otra más), así como un espantoso testimonio de la barbarie. Son secuencias que rompen adrede el ritmo con severidad, y lo hacen para bien, pues materializan un pasado de toneladas de dolor y pavor acumulado. Shayda es un personaje que no necesita una justificación moral de ningún tipo, pero su relato sí ayuda a explicar y a somatizar el miedo, la angustia y el brutal sadismo a la cual ha sido sometida.

    A su vez, la película también pone de manifiesto la crisis de adaptación a la que un extranjero ha de llevar a cabo para encajar en nuevo país, dadas las aciagas circunstancias. Se enseña mediante un momento donde Shayda se disfrazará casi como un delincuente prófugo para entrar a comprar en un supermercado, o en su incomodidad cuando ha de salir en la calle, fruto de una paranoia muy comprensible y de un miedo que la paraliza y la bloquea. En ese sentido, puede leerse un subtexto donde Hossein, magistralmente interpretado por Sami, representa un estado represor y una sociedad islámica patriarcal, prácticamente dictatorial, que relega a la mujer a un simple objeto codiciado por el hombre. A su vez, Mona (Selina Zahednia), simboliza ese diamante en bruto que es la libertad, el futuro y el resquicio de un nuevo comienzo: la segunda oportunidad. En un sentido literal, la química entre el binomio compuesto por madre-hija es una de las bazas de este film, como lo son también esos fragmentos donde Shayda interactúa con sus compañeras, que residen junto a ella en un centro de acogida para mujeres víctimas de abuso. Les une su bravura y su brío. Hay en la protagonista una prueba vitalista y por naturaleza optimista; un orgullo propio admirable y una capacidad encomiable de supervivencia. La directora lo expresa, por ejemplo, cuando hace que esta se corte el pelo, o cuando sale a bailar al fin con las amigas del centro una noche donde, casualmente, conoce a Farhad (Mojean Aria), con quien entablan una relación más íntima de coqueteo y mariposas en el estómago. Así se vuelve a abrir esa dulce grieta que tiene que ver con probabilidad de una nueva vida.

    Este es un cine de segundas oportunidades que recuerda, por ejemplo, a The Opponent, de Milad Alam, donde en este caso la familia completa de un luchador profesional emigra a Canadá para buscar un nuevo comienzo. Un cine que ha de servir como un pellizco para salir de la pesadilla. Como posibilidad de esperanza y como lúcido autorretrato de una sociedad occidental que cada día acoge personas refugiadas que fácilmente caen en la frivolidad de cifras y números. Teniendo presente todas sus virtudes y puntos álgidos, Shayda es una buena película. Lamentablemente, es una buena película y ya, en el sentido que reúne todos los ingredientes para mantener conectado al espectador, pero lo logra a través de una trama que, salvando todas las distancias, se asemeja levemente a la de un telefilme de domingo tarde (cosa, escuchen, que tampoco tiene por qué ser negativo). Lo que sí nos insiste este debut a tener en cuenta es que este cine social del que estamos hablando está en auge porque lo social, lamentablemente, representa una preocupación y un reto que evidencia nuestras fallas etnocentristas, nuestras vulnerabilidades y nuestra incapacidad para acoger como es debido. Shayda se levanta como relato de la tolerancia y como manifiesto contra la sombra de la extrema derecha, así como las proclamas peligrosas y amenazadoras de un ultraconservadurismo que encontrará resistencia. Como, por ejemplo, esta película. ♦


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