Breve encuentro
Crítica ★★★☆☆ de «A Stormy Night», de David Moragas.
España, 2019. Título original: A Stormy Night. Dirección: David Moragas. Guion: David Moragas. Producción: Antonio Chavarrías. Música: Ángel Pérez. Fotografía: Alfonso Herrera Salcedo. Reparto: Jacob Perkins, David Moragas, Jordan Geiger, Marc DiFrancesco, Elena Martín. Productora: Oberon Media / Antaviana Films. Duración: 75 min.
Uno de los principales problemas a los que se enfrenta la ficción realista es la artificiosidad. En el caso del cine, el mayor reto para un director consiste en dotar de naturalidad a su obra, lo que le lleva a centrar todos sus esfuerzos en conseguir que la audiencia olvide la existencia de guiones, ensayos, sets y demás parafernalia cinematográfica con el objetivo de transmitir verdad a través del engaño. Por este motivo, la honestidad es una cualidad fundamental en la dirección cinematográfica, y que puede decidir el éxito o el fracaso de un filme independientemente de su maestría técnica, narrativa o formal. Cuando está presente, esta refleja el respeto que el realizador siente por todo aquel que se aproxime a su cinta, renunciando a la condescendencia para permitir un auténtico diálogo en torno a su propio proceso creativo. Para películas como A Stormy Night, esa honestidad es un factor diferencial: si no se consigue, la película fracasará irremediablemente. Pero David Moragas lo logra.
El director catalán, uno más del ramillete de cineastas debutantes en este D'A Film Festival y que también coprotagoniza su propio filme, presenta una trama corta –apenas dura 75 minutos– pero de gran intensidad, en la que ante todo prima la sencillez, tanto en su narrativa como en su técnica. En ella podemos reconocer la deuda que Moragas reconoce tener con la comedia romántica de los 90 y principios del 2000: Marcos, un documentalista bohemio y transgresor, ve cómo su vuelo es cancelado por culpa de una tormenta, lo que le obliga a pasar la noche en casa de Alan, un amigo de una amiga y con una personalidad completamente opuesta a la suya. A pesar de no ser completamente convencional, la trama revela cierta naturaleza arquetípica. Sin embargo, la historia no consiste en la clásica comedia de enredo, sino que ahonda en cuestiones menos superficiales.
Limitada en sus acciones debido a su propio planteamiento, el peso de la trama gravita en torno a unos diálogos consistentes. Su gran acierto radica en presentar una gran riqueza psicológica de los personajes, aunque en algunos momentos puedan achacárseles cierta impostura. También es verdad que esta puede provenir del acartonamiento que en algunos casos sufre la actuación del dúo protagonista, en la que la soltura de Jacob Perkins en su papel de Alan choca con la rigidez ocasional de Moragas, que, en su afán de mostrarse impenetrable, en ocasiones se presenta como anodino o poco carismático. Por otra parte, estos dos aspectos se ven claramente reforzados por una puesta en escena diáfana y algo disonante con respecto a las influencias estéticas reconocidas por el director. El blanco y negro de la imagen, el estatismo de la imagen o la larga duración de los planos no evocan precisamente a Notting Hill o a La boda de mi mejor amigo, sino que recuerda a un estilo de comedia romántica algo menos comercial, como la Annie Hall que se menciona en el filme, o incluso a otro tipo de cine independiente, más alejado de la comedia. Esta propuesta visual supone todo un acierto por parte del director, pues, al huir de la estridencia de una recargada paleta de colores permite adentrarse en el corazón de la trama –es decir, que la psique de sus protagonistas.
Es en este aspecto, en la templanza en la que se aborda cada tema, en el que reside la principal virtud de la cinta. Moragas no duda en adoptar la forma de una historia clásica y repetida hasta la saciedad, pero su talento se refleja en la personalidad que consigue conferirle al relato, aceptando los estereotipos referentes a la historia pero rechazando aquellos que afecten a la caracterización de sus personajes. Todos los convencionalismos comúnmente aceptados para la representación de la comunidad LGTB son minuciosamente deconstruidos a lo largo de la cinta, gracias en gran medida a la sinceridad con que el director catalán desea imprimir en su obra, una ambición que permite intuir una carrera prometedora para el catalán. Con sus comprensibles defectos, A Stormy Night supone un debut más que convincente y señala a Moragas como uno de los talentos a seguir en el panorama del cine independiente español | ★★★☆☆
© Revista EAM / Madrid