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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica: Los sonámbulos

    Territorio (demasiado) conocido

    Crítica ★★☆☆☆ de «Los sonámbulos», de Paula Hernández.

    Argentina, Uruguay, 2019. Título original: Los sonámbulos. Directora y guionista: Paula Hernández. Fotografía: Iván Gerasinchuk, Guillermo Nieto. Música: Pedro Onetto. Montaje: Rosario Suárez. Sonido: Martín Grignaschi. Dirección artística: Aili Chen. Producción ejecutiva: Juan Pablo Miller. Intérpretes: Erica Rivas, Ornella D’Elía, Luis Ziembrowski, Marilu Marini, Valeria Lois, C. Trancoso, D. Hendler, Rafael Federman. Compañías productoras: Oriental Films, Tarea Fina. Duración: 107 minutos.

    El eclecticismo de las películas que conforman la sección «Direccions» del festival D’A transforma la misma en un cajón de sastre donde ha abundado lo bueno y hasta lo superlativo, junto con películas un tanto intrascendentes o manifiestamente decepcionantes. Los sonámbulos de Paula Hernández entraría en la categoría de intercambiable con muchas otras ofertas de las diferentes secciones del festival, ni molesta ni entusiasma, es muy superior a las propuestas de Werner Herzog y, sobre todo, de la ridícula película china de Lou Ye incomprensiblemente multipremiada en Gijón; pero muy por debajo de las seleccionadas películas de Desplechin, Honoré, Kurosawa y, ante todo, la magnificente y deslumbrante película de Gu Xiaogang. Curiosamente hay un hilo que une la exuberante Dwelling in the Fuchun mountains con Los sonámbulos, y no es ni el estilo, ni la forma, ni la cámara, ni la delicadeza. El cordón umbilical de ambas películas es la familia, pero contemplando ambas, y apreciando hasta las corrientes subterráneas que identifican a las dos en los conflictos entre hermanos, latentes y muy sutiles en la china; su visión sucesiva diferencia lo extraordinario de lo normal. Comparar, o interrelacionar películas, dentro de un festival no es que sea habitual (siempre tendemos a buscar conexiones o semejanzas) es que en ocasiones permite identificar un propósito en la selección de las ofrecidas. Si la familia, o su falta, es el eje que une a todas las grandes películas de esta sección, con diferencia la mejor del festival, el distinto modo de enfocar las imágenes y los relatos va colocando a cada una en su verdadero lugar.

    Si las referencias en Honoré, Desplechin, Kurosawa o Gu Xiaogang son tan inexistentes, o tan remotas, que no afectan al sello personal del autor, las que atraviesan Los sonámbulos son tan evidentes, tan redundantes, tan cercanas y tan presentes en el cine argentino que resulta imposible deslindar donde hay origen y donde hay recuerdo de lo ya visto. La familia (y ya lo dijo Engels) puede resultar tan abrasiva que elimina al individuo y lo somete hasta el punto de anularlo. Los personajes de la película de Paula Hernández parecen tan vistos en su reciente cinematografía que sin querer ser exhaustivo, títulos como La ciénaga, Tigre, La helada negra, Paula y hasta el joven personaje femenino de Demasiado tarde para morir joven se agolpan sucesivamente en el recuerdo del espectador hasta determinar que, muy poco de lo propuesto, muy poco de lo ofrecido, muy poco de lo interpretado puede salvar el efecto comparativo, porque en esa irrefrenable competición provocada por la propia directora siempre sale perdiendo en cada uno de los combates individuales o colectivos. Y no empieza mal la película, porque esa presentación con el despertar sobresaltado de la madre que oye la ducha en mitad de la noche y se encuentra a su hija desnuda en mitad del descansillo, sonámbula y sangrando como consecuencia de la primera regla, permite aventurar la existencia de un entramado morboso y dañino en lo que veremos a continuación, aunque es más potente el planteamiento que el nudo, y en exceso forzado el desenlace.

    Los sonámbulos, Paula Hernández.
    Direccions | DA Film Festival.

    «Cuando llega la conclusión hay costuras que no cuadran e hilvanes que se descosen, el horror anunciado cobra cuerpo ante la indiferencia previa de toda la familia y la reacción exagerada del final cuando no cabe remedio alguno».


    Después de ese preámbulo y tras un viaje con destino a la finca familiar de la familia paterna para pasar las fiestas navideñas con todos los miembros de la misma, las cartas se levantan a las primeras de cambio y lo único que queda por esperar es hasta dónde va a ser capaz de llegar en su brutalidad la directora a la hora de concluir su historia, porque el simple hecho de que solamente la madre de Ana (otra joven actriz argentina a tener en cuenta, Ornella D’Elía), Luisa (eficacísima la veterana Érica Rivas), sea, casi, la única persona ajena a la familia consanguínea que haya acudido a la reunión revela de inmediato la naturaleza vampírica de esa familia con los miembros ajenos a la misma y que han llegado por la vía del matrimonio. El conflicto de los hermanos con la madre y de ellos entre sí, y el interno de cada una de las parejas, sitúa el relato al borde de la catástrofe familiar de manera continua, y para ello se sirve Hernández de un uso de la imagen opresivo, filmando en exceso primeros planos que eliminan el espacio de los personajes y nos acerca al rostro como elemento expresivo de constante aparición, difuminando los fondos que parecen irrelevantes. Al final los hilos conductores terminan siendo la madre y la hija, cada una con sus dudas y temores, una los de la sombra de la vejez y la sensación de una vida perdida en la que solo queda la confianza con la hija, y en ésta el temor de sus deseos adolescentes y el miedo al tabú del sexo, que es aprovechado por otro de los jóvenes de la reunión para reproducir los roles familiares patriarcales de abuso en todos los sentidos que, Hernández, con demasiada redundancia, va dejando como migas de pan a lo largo de un metraje que termina resultando excesivo.

    Cuando llega la conclusión hay costuras que no cuadran e hilvanes que se descosen, el horror anunciado cobra cuerpo ante la indiferencia previa de toda la familia y la reacción exagerada del final cuando no cabe remedio alguno. Ese plano final de madre e hija mirándose y reconociéndose como víctimas de un sistema amparado por otra mujer llega tarde, llega como conclusión querida en el guion pero sin resultar compatible ese deseo de protección de la madre con haber alentado el viaje a la guarida del lobo. Si la madre no pasó por algo similar, sí que la directora, en sus constantes referencias a las relaciones violentas de esa familia, no deja dudas de que se trata de una mujer abusada, algo que transforma en absurdo parte de su comportamiento precedente. Refutará la directora el enorme peso de La ciénaga en su obra, pero es tal esa influencia, tan especular su progresión en ese abismo de fractura y rencor familiar que, por no faltar no falta ni piscina, porque hasta eso ha tenido que introducir en el relato para que no podamos olvidar que la podredumbre familiar en el cine argentino tiene muchos precedentes, y algunos ilustres, como para pretender querer formar parte del grupo sin que se recuerde de dónde procede casi todo | ★★☆☆☆


    Miguel Martín Maestro |
    © Revista EAM / Madrid



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