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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica: Aznavour by Charles

    Autobiografía o no

    Crítica ★★★★☆ de «Aznavour by Charles», de Marc di Domenico.

    Francia, 2019. Título original: Le régard de Charles. Dirección: Marc di Domenico. Productor: Charles de Meaux. Guionistas: Marc di Domenico, Antoine Barraud. Imagen: Charles Aznavour. Música: Charles Aznavour. Productores asociados: Jean-Michel Rey, Antoine Henriquet. Voz en off: Romain Duris. Ingeniero de sonido: Bruno Ehlinger. Montadores: Catherine Libert, Didier d’Abreu, Fred Piet. Compañías productoras delegadas: Anna Sanders Films, Artisan Producteur. Coproducción: France 3. Presentación en el festival de cine francés de Angulema. Duración: 75 minutos.

    Admitamos como buena la explicación que el realizador-montador, no podemos decir que filmador, narra al inicio de la película. Imaginemos que, como se nos dice, tras conocer a Charles Aznavour, un día, de improviso, le enseña toda su colección de filmaciones desde finales de los 40, cuando Edith Piaf le regala una cámara al inicio de su carrera musical, y se las entrega para que haga con ellas lo que quiera. Aceptemos también que, junto a las filmaciones, Aznavour pone a su disposición escritos, reflexiones, frases, sus diarios. «Te entrego mi vida a través de mi mirada», parecería haberle dicho, y «ahora crea una película sin manipular el material». De aquí saldría Le régard de Charles, de aquí surge una obra muy interesante porque huye del consabido documental biográfico y hasta autobiográfico, para adentrarse en la creación, en el mundo de una ficción con cimientos de realidad. ¿Hasta dónde podremos afirmar que las imágenes han sido ordenadas de manera cronológica, o que los textos recitados por Romain Duris se corresponden con las precisas imágenes que los acompañan? He aquí el valor de la creación frente a la mera reproducción, como en My mexican bretzel, gran revelación del D’A. Di Domenico propone un camino que crece de manera recíproca desde la mirada del cantante-actor-cineasta y desde la mirada del espectador. Cuán sea éste capaz de aceptar el reto influirá en la percepción del conjunto y en la posibilidad de asistir a la desnudez del artista para encontrarse con el hombre. Si lo que vemos es lo que realmente pensó y sintió el cantante no podremos resolverlo, pero lo que no podremos negar es que las imágenes son reales.

    ¿Cómo desnudar la verdad de lo que no lo es si el relato que se nos cuenta es endiabladamente bueno? Obvio resulta decir que ha de ser, necesariamente, mérito del realizador, porque éste consigue involucrarnos en la evolución artística, sentimental y reivindicativa del cantante sin que en ningún momento nos sintamos dirigidos hacia una conclusión. Difícilmente podremos sospechar que la voluntad de Aznavour al hacer las filmaciones fuera la de dejar un legado para la posteridad que permitiera conocer mejor su lado íntimo. Si así fuera el ego del personaje sería aún mucho mayor que el que se le ha presupuesto siempre. La filmación que se une en la película es su visión del mundo que le rodea, pero también la muestra de cómo un estilo puede evolucionar desde el afán documentalista del viajero que hace de turista convertido en antropólogo en sus primeras giras por el territorio colonial francés, a la aceptación de un uso de la cámara como cineasta mediante las enseñanzas adquiridas a través de sus trabajos como actor, para llegar hasta el experimentalismo digno del nuevo cine estadounidense matizado por la influencia de la Nouvelle vague y su amigo Truffaut. Sin olvidar, claro está, que las imágenes están huérfanas del sonido, que es la unión de imagen y palabra las que conforman necesariamente una historia que no tiene porqué corresponder con la verdad, porque si se tratara del encadenado sucesivo, y mudo, del material filmado, la imaginación del espectador llegaría a lo obvio, pero no a lo melancólico, a lo poético, a lo sentido por el cantante a través de sus anotaciones.

    Le régard de Charles, Marc di Domenico.
    Especials | DA Film Festival.



    «Una obra muy interesante porque huye del consabido documental biográfico y hasta autobiográfico, para adentrarse en la creación, en el mundo de una ficción con cimientos de realidad. ¿Hasta dónde podremos afirmar que las imágenes han sido ordenadas de manera cronológica, o que los textos recitados por Romain Duris se corresponden con las precisas imágenes que los acompañan? He aquí el valor de la creación frente a la mera reproducción».


    En ese ejercicio de mantener la mirada como eje fundamental de su relato, Di Domenico utiliza las imágenes de Aznavour de la mejor manera posible: sin perder de vista, gracias a la narración, de aquello que al filmador le parecía su mundo, su propia visión, su subjetividad constante para los países que visitaba, las canciones que creaba, las personas con las que se relacionaba, las mujeres que amaba y su Armenia nunca olvidada. Funcionaría, en ese sentido, como una obra especular de las Reminiscencias de un viaje a Lituania de Jonas Mekas, exenta esta última de esa indudable pose romántico-sentimental del francés que es lo que le ha hecho perdurable como icono, pero situando ambos, uno Lituania y otro Armenia, a un territorio como un referente de un paraíso perdido a reencontrar. Y es así porque, en el montaje de las imágenes y las lecturas de Aznavour, permanece invariable un doble paradigma creativo, el amor a las mujeres y Armenia, por ese orden o al revés, es igual, por encima de Aznavour está su apellido real Aznavurian, y por encima de un desengaño amoroso está la realidad de encontrar a la mujer transparente que le acompaña durante la mayor parte del camino. La visión produce nostalgia, la de una persona siempre en movimiento ocupada en no perder sus raíces; obsesionada tanto por el éxito como por la cohesión familiar. Cuánto haya de verdad o cuánto de mentira no debería ensombrecer nuestra opinión. Es tan fácil intentar engañar que, cuando no cuesta dejarse llevar por el acierto de la historia trenzada a partir de unas imágenes reales, sólo queda disfrutar y acompañar cerca de medio siglo de miradas, siempre cómplices, siempre soñadoras, siempre sin abandonar ese espíritu de apariencia bohemia que, sin embargo, no oculta la realidad de un «bon vivant» amante de la vida | ★★★★☆


    Miguel Martín Maestro |
    © Revista EAM / Valladolid



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