La izquierda alimentó la (ultra)derecha
Crítica ★★★★★ de «El año del descubrimiento», de Luis López Carrasco.
España, Suiza, 2020. Título original: El año del descubrimiento. Dirección y guion: Luis López Carrasco. Producción: La Cima Producciones (España) con Co-Producción de Alina film (Suiza). Productores: Luis Ferrón, Luis López Carrasco. Co-productores: Eugenia Mumenthaler, David Epiney. Fotografía: Sara Gallego Grau. Dirección de producción: Pablo Pérez González. Sonido: Diego Staub. Montaje: Sergio Jiménez Barranquero. Etalonaje: Robin Erard. Duración: 200 minutos.
En 1992 se alzó el telón de la modernidad, el franquismo había desaparecido, España era un modelo envidiado en el mundo, o eso decían, el socialismo era capaz de crear riqueza para los de siempre y, además, igualdad para todos disminuyendo la brecha económica entre muy ricos y muy pobres. Las Olimpiadas de Barcelona hicieron de esa capital un foco turístico que, hasta entonces, era muy poco importante, y la Expo de Sevilla sirvió para, bueno, ¿para qué le sirvió a Sevilla y a España aquella Expo más que como escaparate publicitario político? Pasados los años, con perspectiva, esos dos acontecimientos de modernidad, de reconocimiento internacional de España como un país fiable para el inversor internacional fueron el inicio de un canto del cisne, de un despilfarro arbitrario y cuyas consecuencias se pagaron de inmediato. De paso, marcaron al socialismo español como un partido con alma de izquierdas pero que gobierna con el bolsillo de la derecha. Y aquel país de jauja donde cualquiera se convertía en millonario especulando y en el que su ministro de economía se jactaba de ello, España es el país del mundo donde es más fácil enriquecerse (Carlos Solchaga dixit) se dispuso a recuperar parte de lo dilapidado machacando a los de siempre.
La desnacionalización de empresas estratégicas, el que se llamó capitalismo popular, ofreciendo en bolsa el accionariado de estas empresas a los particulares para comprar pequeños paquetes de acciones mientras el control pasaba a grupos inversores más pendientes de la rentabilidad que de los trabajadores; empezó a triturar lo que el capitalismo conoce como mano de obra sobrante, aquellos excedentes de cupo laborales que eran arrojados a un paro incierto y empobrecedor, y con ellos, toda la comarca que se veía afectada por el cierre de factorías industriales. El carbón, la siderurgia y los astilleros fueron los sectores emblemáticos de la poda y el exterminio laboral y sindical, pero junto a ellos sufrieron muchos más, todos aquellos conocidos como el I.N.I., que se desmanteló al precio del mejor postor (siempre a la baja) para duplicar al ciudadano el coste de cualquier servicio básico construido, peseta a peseta, con los impuestos de todos nosotros y que terminó en manos ajenas por cuatro duros porque “había que liberalizar los mercados “ por orden de la Unión Europea. En las ruinas personales generadas por ese liberalismo económico, santificado por la socialdemocracia europea, se generaron rescoldos tras los incendios que, primero acabaron con la identificación de las clases populares con el voto de izquierda, y no mucho después, al mantenerse la desigualdad incrementando la riqueza de pocos en los peores momentos del país, favoreciendo el surgimiento de una nueva generación de extrema derecha que viene a cuestionar derechos y libertades que parecían asentadas, todo ello fomentado por el impulso de quienes, desde su ceguera endiosada por el poder, dinamitaron las conquistas sociales del siglo XX para transformar al asalariado en nuevos esclavos sin derecho a disfrutar con los rendimientos de su trabajo, creando la nueva casta de asalariados que viven en el umbral de la pobreza. Un incendio que paralizó a la izquierda europea que se quedó sin discurso y acabó con la credibilidad de las instituciones, y la primera los sindicatos, imprescindibles para frenar la voracidad especuladora a costa del obrero.
López Carrasco ya ha cuestionado los beneficiosos efectos de la llamada Transición política de este país en sus especulares y combatientes El futuro y Aliens, dignísimos precedentes de esta El año del descubrimiento, obra rotunda y de madurez que depura el dispositivo formal utilizado previamente, llevándolo al extremo de crear una obra de 200 minutos capaz de transitar con la fuerza y vigor intactos durante todo su metraje para, partiendo de los testimonios, recuerdos, vivencias, diálogos, discusiones, pasado y presente de una cuarentena de personas anónimas, o fundamentalmente anónimas, reconstruir los acontecimientos vividos en la comarca de Cartagena en los primeros años 90 del pasado siglo hasta el momento culminante de febrero de 1992, todo ello sin aislar efectos y consecuencias en un momento tan concreto, consiguiendo extender su proyección hasta el presente. López Carrasco consigue, sin adoctrinamiento, sin clases magistrales, sin teorías de derecho político, asomarnos, sin prejuicios ni censuras, al vacío representativo que para toda una comunidad autónoma supuso sentirse abandonada por el referente de la izquierda que siempre había abanderado la región, para pasar a ser el mayor exponente de permanencia de la derecha en el poder en este país y, como derivada reciente, germen y arraigo de la nueva extrema derecha triunfante.
▼ El año del descubrimiento, Luis López Carrasco.
Presentada en el Festival de Róterdam.
Presentada en el Festival de Róterdam.
«El año del descubrimiento, el año del despilfarro, el año de las medallas, el año de una carabela volcando y hundiéndose en su botadura en Sevilla, fue el año en que los manifestantes, indignados, humillados, olvidados por sus representantes, hicieron arder el parlamento autonómico de Murcia en Cartagena. López Carrasco recupera esa memoria, da voz a aquellos protagonistas y escucha a la gente de su generación que padece los efectos de aquel desprecio, construyendo una película histórica monumental con protagonistas anónimos. Una película soberana».
El director sitúa a sus protagonistas, filmados normalmente en planos muy cercanos; dando así entidad y veracidad a sus palabras a partir de sus rostros; en el interior de un bar anclado en una estética entre bar de barrio y bar de hace unas décadas, aumentando así ese efecto de antigüedad mediante la filmación como si de viejos videos de los años 90 se tratara, acercando el relato oral a la imagen guardada en nuestra memoria de aquellos años; haciéndonos dudar, incluso, cuando el espectador no ha terminado de ubicarse en la forma y fondo de la narración, si estamos ante testimonios recogidos en la actualidad o se trata de viejas grabaciones de la época. Pero no, las declaraciones son de ahora, se refieran a 1990 o a finales de la segunda década del siglo XXI; lo que son permanentes y devastadores son los efectos, que parecen irreversibles. Durante muchos minutos la pantalla se parte, una línea divisoria que hace las veces del folio partido por la mitad, un “hasta aquí hemos llegado” y a partir de ahora el trabajador volverá a ser pobre. La pantalla duplicada, o el fondo negro, mezclan la rabia del abismo generacional al que fue lanzada una masa de obreros en su momento de madurez vital y el vacío absoluto de unas nuevas generaciones que viven en un mundo de individualidades y sueldos precarizados, sin cuestionarse el uso de instrumentos para mejorar su situación. Esa pantalla dividida permite confrontar pasado con presente, y no necesariamente con ambos en la imagen, sino a través de la fuerza de una realidad que ha transmitido sus efectos desde el pasado hasta ahora, porque los jóvenes de ahora son herederos directos de los derrotados de los años 90.
Y sobrevolando la escena un hecho ocultado, o convenientemente silenciado con la inestimable connivencia de los medios de comunicación afines o, directamente, adictos al neoliberalismo. Ocultar que la protesta, la huelga indefinida, la revuelta, la movilización, el enfrentamiento es, en muchas ocasiones, sino todas, la única arma válida del débil para parar la voracidad sin fin del poder. Un episodio tratado con torpeza y miedo por un poder político regional y local que sabía que, con su falta de compromiso ciudadano, hipotecaba el futuro del partido y de la región, pero incapaz de poner freno al ansia especulativa. El anuncio de cierres en el astillero Bazán y de reconversión y despidos masivos en las empresas públicas de fertilizantes, unido a la torpeza policial, concluyó con una imagen icónica que, sin embargo, ha sido borrada de nuestra memoria porque nadie la ha querido volver a recordar. El año del descubrimiento, el año del despilfarro, el año de las medallas, el año de una carabela volcando y hundiéndose en su botadura en Sevilla, fue el año en que los manifestantes, indignados, humillados, olvidados por sus representantes, hicieron arder el parlamento autonómico de Murcia en Cartagena. López Carrasco recupera esa memoria, da voz a aquellos protagonistas y escucha a la gente de su generación que padece los efectos de aquel desprecio, construyendo una película histórica monumental con protagonistas anónimos. Una película soberana que confirma la marcha imparable de uno de los grandes creadores de nuestro cine desde que debutó con el colectivo Los hijos | ★★★★★
© Revista EAM / Valladolid