Entre la lealtad y el amor
Crítica ★★★☆☆ de «Señor», de Rohena Gera.
India, 2018. Título original: Sir. Director: Rohena Gera. Guion: Rohena Gera. Productores: Rohena Gera, Brice Poisson. Productoras: Coproducción India-Francia; Inkpot Films Private Limited. Fotografía: Dominique Colin. Música: Pierre Aviat. Montaje: Jacques Comets, Baptiste Ribrault. Reparto: Tilotama Shome, Vivek Gomber, Geetanjali Kulkami, Rahul Vohra, Ahmareen Anjum.
Las diferencias de clases sociales han sido siempre una de las cuestiones más empleadas por el cine romántico a la hora de confeccionar sus historias amorosas. Se suele decir, de manera un tanto ingenua, que el amor no conoce fronteras, que no entiende de razas, sexos o religiones cuando las flechas de Cupido escogen a sus víctimas, pero lo cierto es que, muchas veces, la sociedad se deja contaminar de absurdos prejuicios que dificultan las relaciones humanas. La archiconocida historia de la Cenicienta, aquella pobre chica de origen humilde que se enamoraba de un príncipe inalcanzable y que, contra todo pronóstico, terminaba conquistando su corazón gracias a sus encantos terrenales, ha sido representada, de manera velada, en multitud de ocasiones a la gran pantalla, siendo, tal vez, la comedia romántica Pretty Woman (Garry Marshall, 1990), la traslación más exitosa y feliz de sus arquetipos. Todos recordamos aquel bonito desenlace en que el ejecutivo interpretado por Richard Gere trepaba caballeroso hasta el balcón de la prostituta que lanzó al estrellato a Julia Roberts y le preguntaba qué sucedía al final de ese cuento de hadas que ella idealizaba desde niña, con el príncipe acudiendo a la torre donde estaba encerrada la damisela en apuros. La respuesta de ella, que era el príncipe el rescatado y no la princesa, fue un pequeño paso adelante en esa visión reaccionaria que el cine ha dado del hombre como elemento salvador de la mujer de una vida mediocre o poco apasionante, pero aún quedaba un largo camino que recorrer para acabar, definitivamente, con las connotaciones machistas de aquellos planteamientos. Salvando las distancias, y en un tono más realista y reconocible, la realizadora india Rohena Gera se sumerge, en su ópera prima tras las cámaras, Señor (2018) en otro romance protagonizado por una fémina pobre y un hombre opulento, otro cuento de la Cenicienta moderna en el que, por fortuna, se ha optado por despojar a la historia de los manidos arquetipos unidimensionales que tanto daño han hecho al género, en beneficio de una interesante reflexión acerca del choque entre modernidad y tradición en la encorsetada sociedad india.
Señor es un drama romántico que hace de la sencillez una virtud. El guion de la propia Rohena Gera puede pecar de ser excesivamente funcional y poco arriesgado. Además, carece de personajes secundarios suficientemente sólidos para que sirvan de apoyo a los dos protagonistas, algo que, en parte, queda solventado gracias a la cuidadosa labor de construcción de estos últimos. Está claro que Gera ama a sus criaturas, que cree firmemente en sus miedos, sueños y motivaciones, consiguiendo con asombrosa facilidad que el espectador empatice con la improbable pareja formada por Ratna y Ashwin. Ellos, y solo ellos, son la razón de ser de la historia. Únicamente en torno a ellos está edificado el romance, sin ornamentos ni excesivos inconvenientes que entorpezcan el avance de su relación, más allá que los provocados por sus propios prejuicios. Este minimalismo, la desnudez con la que está tratado el romance, tan a contracorriente de lo que suele ofrecer el cine norteamericano, dota al filme de una cercanía y una delicadeza poco habituales. Puede dar la (equivocada) sensación de que Señor no cuenta demasiado en su hora y media de metraje pero eso sería detenerse en su superficie y no querer ver las muchas lecturas que en su interior cobija. El personaje masculino está representado en Ashwin, exitoso arquitecto perteneciente a una familia adinerada, que parece tenerlo todo para triunfar. Atractivo, joven y bien posicionado en los círculos sociales de la próspera Bombay, su vida sufre un duro revés cuando una infidelidad de su prometida justo antes de la boda le convierta en un ser apático y triste. Este hecho debería suponer una profunda herida en su orgullo para una sociedad en la que aún quedan rescoldos del machismo ancestral, al igual que su asistenta doméstica, la discreta y silenciosa Ratna, tiene que vivir cada día con el estigma de haber quedado viuda, a la temprana edad de 19 años, del hombre con el que su familia casó en un matrimonio concertado. Desde ese momento, la mujer pasó a ser poco menos que una apestada, alguien que su entorno considera que atrae la mala fortuna, por lo que debe conformarse con vivir a la sombra el resto de sus días.
«Una película pequeña, poco ambiciosa, concebida para corazones románticos que disfruten viendo cómo el infranqueable abismo que existe entre dos personajes tan opuestos (y, a la vez, no tan distintos) se va disipando ante la entrada de ese sentimiento tan poderoso como imprevisible que es el amor».
Gera, a partir de dos personajes marcados por la tragedia, construye una historia de amor cálida y sincera, en la que los silencios y las miradas dicen mucho más que cualquier acercamiento físico entre los amantes. La directora remarca el carácter luchador y de superación que caracteriza a Ratna, una mujer emprendedora, fuerte e independiente, a pesar de sus circunstancias marginales, que no renuncia a su sueño de ser diseñadora de modas y ganar el suficiente dinero para dar a su hermana una vida mejor que a la que ella le tocó vivir. Del mismo modo, también muestra el daño que las arcaicas costumbres pasadas continúan haciendo en las mentalidades más jóvenes, reflejado en ese temor al qué dirán que dificulta que la progresiva atracción sexual entre señor y criada acabe materializándose. Las diferencias de clases sociales, las creencias religiosas que coartan los deseos carnales y el lugar, todavía secundario, en pleno siglo XXI, de la mujer en muchas poblaciones ancladas en el pasado, al margen de los avances culturales, económicos y sociales de las grandes capitales, son cuestiones que se dejan ver a lo largo de Señor de manera sutil, apelando a un costumbrismo nada impostado. Pese a que no sea una obra que destaque por una realización más allá de estrictamente correcto, hay que resaltar la elegancia con la que el director de fotografía Dominique Colin retrata a la ciudad de Bombay, ese paradigma de la abundancia y el progreso dentro de un país azotado por la pobreza que sirve de escenario a los vaivenes amorosos de Ratna y Ashwin, maravillosamente interpretados por unos Tilotama Shome y Vivek Gomber que desprenden una genuina química en cada fotograma que comparten (y son muchos). Es Señor una película pequeña, poco ambiciosa, concebida para corazones románticos que disfruten viendo cómo el infranqueable abismo que existe entre dos personajes tan opuestos (y, a la vez, no tan distintos) se va disipando ante la entrada de ese sentimiento tan poderoso como imprevisible que es el amor. Es también una historia de segundas oportunidades en la vida, inspiradora y positiva, algo que se agradece en unos tiempos en que parece predominar la desesperanza y la falta de fe en la humanidad. Y es que las de Ratna y Ashwin son dos luces que se niegan a apagarse por mucha oscuridad que parezca rodearles | ★★★☆☆
© Revista EAM / Madrid