Un ser querido sin cara ni voz
Crítica ★★★☆☆ de «Litus» de Dani de la Orden.
España, 2019. Presentación: Festival de Málaga 2019. Dirección: Dani de la Orden. Guion: Dani de la Orden y Marta Buchaca (basado en la obra de teatro de Marta Buchaca). Productoras: A Contracorriente Films / Litus Audiovisual / Neón Producciones / Álamo Producciones Audiovisuales. Fotografía: José Luis Bernal. Montaje: Alberto Gutiérrez. Música: Dani Trujillo. Dirección artística: Javier Albariño. Vestuario: Puy Uche. Reparto: Adrián Lastra, Belén Cuesta, Quim Gutiérrez, Álex García, Miquel Fernández y Marta Nieto. Duración: 90 minutos.
Las películas basadas en una historia previa suscitan muchas veces el dilema de si deben juzgarse independientemente o en relación a esa fuente anterior. Para quien esto escribe es más correcto lo primero, y de hecho la cuestión apenas se plantearía si toda la película reuniera los elementos suficientes para su plena satisfacción, lo cual es un requisito evidente para que podamos calificarla como “buena película”. El problema surge esencialmente cuando faltan algunos de esos elementos, por lo general detalles narrativos que pueden rellenarse para quienes conozcan ya la historia y en cambio permanecen ocultos o confusos para el espectador primerizo. Pero esa ausencia no debería dejar de ser criticable para unos y otros, por mucho que el cine realice una labor de síntesis cuando se inspira en una novela o en una determinada biografía, pues aquel también nos cuenta una historia con vocación omnicomprensiva, con un principio, un desarrollo y un final. El guionista debe entonces seleccionar aquellos elementos que, aunque recogidos parcialmente de esa fuente anterior, conecten unos con otros de tal manera que haya una continuidad y homogeneidad. No vamos a extender más esta reflexión en la medida en que resulte ajena a lo que aquí nos interesa, que es abordar la reseña de una película basada en una obra de teatro, donde el principio solo es plenamente comprensible para quien haya visto esta última. Afortunadamente el resto del metraje no presenta tal carencia, y ello seguramente se debe a que en este caso no tiene que realizarse una labor de síntesis sino más bien de expansión, pues tanto la duración como los medios de la obra de teatro son menores que los de la película.
Así Litus está basada en la pieza de Marta Buchaca, que aquí coescribe el guion con su director Dani de la Orden. La premisa es la del suicidio del personaje del título, que afecta a varias personas de su entorno reunidos meses después en el piso del fallecido para compartir sus experiencias. Este punto de partida, desde una perspectiva temporal, es lo que en la cinta se presenta de forma acelerada y algo torpe, pues el inicial montaje intercalado nos muestra la muerte de Litus y escenas en paralelo de esos amigos o familiares suyos. Tal como están montadas parece que las acciones están sucediendo al mismo tiempo, sobre todo porque los momentos previos al suicidio se escenifican con una especie de suspense que, al menos en esos primeros instantes, es común a los montajes en paralelo de este género, donde efectivamente los hechos son coetáneos aunque no lo sea la duración respectiva de los planos. Pero en realidad aquí el flashback (único de la narración, y sin ser tampoco un flashback propiamente dicho) está así planificado para corresponderse con los fragmentos de la memoria que los demás personajes han conservado con el paso del tiempo, aunque no asistieran a la muerte directamente. Como decíamos esta interpretación es instantánea para el público que haya visto la obra y en cambio surgiría con posterioridad para el resto, debido a ese montaje confuso por las razones expuestas. También adelantábamos en cualquier caso que después se corrige este defecto, y ello precisamente se debe a un montaje entonces mucho más claro y ajustado. Es más, desde un punto de vista técnico, y al margen de ese comienzo, el montaje es lo más destacado de la película, tanto por el ritmo como por las transiciones. Cuando se juntan los mencionados personajes en la susodicha localización única, sus intercambios y gestos se plasman de forma muy dinámica, pero con cortes casi siempre invisibles por su buena correspondencia con esas miradas y movimientos, sin llamar por tanto la atención sobre si mismos. Esta es una definición muy básica del montaje pero muchas veces no se cumple como debería, respetando sus reglas más ortodoxas cuando al fin y al cabo, y pasando ya a otros departamentos artísticos, los alicientes de esta película son otros.
«En suma, estamos ante una película recomendable sobre todo por sus buenos diálogos y llamativos actores, con muy pocos pasos en falso en este sentido, todo ello bien homogeneizado a través del montaje aunque no tanto mediante la música».
Estos son los diálogos y actores, como es propio de ese origen teatral, por mucho que como acabamos de comentar este se vuelva oportunamente cinematográfico gracias a la puesta en escena y la postproducción. Estas nos permiten disfrutar plenamente de un relato que nos va introduciendo de forma progresiva en las motivaciones de los amigos de Litus, su hermano, su novia y la antigua novia de uno de aquellos. Todos están lógicamente perturbados por lo acontecido pero algunos lo han superado en gran medida y otros no, desfase que propicia algunos enfrentamientos fruto de rencillas y recelos. En suma, el escenario es el idóneo para aventurarnos en un drama familiar (no tanto por girar en torno a la familia, que también, sino por la familiaridad y, más allá de la premisa, cotidianeidad de lo narrado), no sin toques cómicos que rozan en ocasiones el humor algo burdo, cuando este deriva no tanto del diálogo como de lo exagerado del comportamiento, sobre todo a través del amigo interpretado por Adrián Lastra. De hecho este roza la sobreactuación, mientras que otros actores como Quim Gutiérrez o Álex García están bastante más comedidos dentro del sufrimiento de sus respectivos personajes. El mayor equilibrio lo encuentra quizá Belén Cuesta, a la que estamos acostumbrados a no tomarnos en serio en papeles directamente paródicos, pero que aquí pasa adecuada y casi imperceptiblemente del registro más ligero al más trágico. Este equilibrio de tonos es por extensión la mayor complejidad de Litus, y aunque no siempre lo mantiene por caer en uno u otro extremo, por lo general la armonía del conjunto es meritoria. Hay que señalar por lo demás que esta se apoya en una música demasiado intrusiva y a la vez impersonal, algo especialmente criticable en una cinta tan centrada en la intimidad de sus referentes, y que además refuerza la sensación de convencionalidad de una historia que en el fondo pretende salirse de la norma. Esta voluntad la encontramos igualmente en un giro algo previsible, aunque la importancia que se le concede es menor en comparación con la que ya transmiten sus intérpretes. En suma, estamos ante una película recomendable sobre todo por sus buenos diálogos y llamativos actores, con muy pocos pasos en falso en este sentido, todo ello bien homogeneizado a través del montaje aunque no tanto mediante la música, por lo que no aporta nada nuevo en su confirmación de que el cine puede funcionar con unos pocos elementos antes propios que ajenos | ★★★☆☆
Ignacio Navarro
© Revista EAM / Madrid