Cuerpos en protesta
Crítica ★★ de «Callos», de Nacho Rodríguez.
Costa Rica, 2018. Título original: «Callos». Director: Nacho Rodríguez. Guión: Nacho Rodríguez. Compañía productora: Sus Amigos Films. Presentación oficial: Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana 2018. Productor: Esteban Cubero. Fotografía: Nacho Rodríguez. Montaje: Nacho Rodríguez. Diseño sonoro: Mau Durán. Duración: 78 minutos.
No es novedad decir que nos encontramos en un tiempo histórico donde se ha transformado radicalmente nuestra relación con las imágenes, los sonidos y los textos. Siempre es interesante, en ese orden de las cosas, observar cómo las películas toman posición y piensan su propia época. En el caso de Callos (2018), ópera prima de Nacho Rodríguez, la poética se hermana sin mediadores con las Redes Sociales. El filme replica historias de Instagram o mensajes de Messenger de tres jóvenes homosexuales de distintas generaciones que, en medio de las campañas electorales a la presidencia de 2018 en Costa Rica, que significaron además una contienda por los derechos de la comunidad LGBTTTIQ, exponen sus cuerpos, ideas, pasiones y miedos. El relato y el montaje responden a la inmediatez de las formas asociativas vinculadas al Internet; se adhieren a esa corriente sin necesariamente hacerla consciente, como si se arrojara a cierta urgencia e incendio desbocado que necesita poner el grito en el cielo. Eso genera, por un lado, una empatía directa con las juventudes y sus discusiones, y por el otro, se instituye como un argot que sólo puede leerse bajo las condiciones de posibilidad que nos convocan en este presente acotado y disperso.
¿Qué papel juega el cine en la fragmentación que supone la Web? ¿Cómo se articula con ese linaje estético? En principio, abre un escenario para contender por las ideas de tiempo y espacio, y permite prolongar el proceso de pensamiento. El cine puede tener diferentes plazos: hay películas que apuntan a lo inmediato y otras a la lenta maduración. Las primeras, sin embargo, parecen estar rebasadas por la experiencia, que camina antes que su dilucidación. Callos se asienta ahí: tiene esa fuerza y ese sentido, se propone como una piedra lanzada para intervenir, convocar y asumir la disidencia sexo-genérica en una sociedad conservadora e invadida por los discursos religiosos de odio contra la diferencia. Tal vez en ese campo limitado tenga su mayor eficacia. Más allá de ese umbral situado, noble y transparente en intenciones, hay poca voluntad por explayarse a una idea del cine y del mundo que permitan interrogar ya no sólo lo dicho, sino desde dónde se enuncia eso dicho. Como si fuera una transmisión más, otro mensaje dentro de los millones que circulan todos los días en Internet, Callos reniega cualquier tradición (incluso si la intención fuera desobedecerla), y navega por un mapa que desconoce a su cartógrafo. Es, en ese sentido, una película que elige como honestidad hablar el mismo lenguaje de aquellos a los que apunta; no desviarse del plano comunicativo ni ubicarse más allá de su lugar de acción.
Podríamos inferir, antes que juzgar, que este sentido endógeno tiene en el núcleo de sus decisiones una desconfianza a los mensajes foráneos, entendiendo por foráneo el conjunto de sujetos y estructuras que oprimen y convierten la diversidad en desigualdad. Ya sea por edad, creencias, género o clase. Este panorama reducido donde se sitúa Callos, es también un recinto amurallado de seguridad, confianza y reciprocidad. Un sitio donde se puede forjar una exigencia propia acallada por años. Ese pensar la época desde su interioridad (nadie puede exiliarse de sus coordenadas históricas, geográficas y culturales, pero es imaginando en contra de ellas que se les cuestiona con mayor intensidad, profundidad y precisión) niega de cierto modo los mediadores de esa realidad, aunque esté sujeto a ellos. Es decir, que los vehículos de representación no sólo transportan simbólicamente y materialmente el poder; son en sí mismos una forma de poder, y como tal, hay que ponerlos en entredicho. Los tres personajes que habitan la película, además de su orientación sexual, coinciden en una politización de mayor o menor grado, en su afición por algún tipo de actividad expresiva, y en su uso de las Redes Sociales, dejando en claro que éstas no obedecen a un canal artificial o irreal, más bien atraviesan sus vidas, le dan forma a sus relaciones y producen realidad. Ahí queda clara la pregnancia y el involucramiento de esta forma audiovisual en sus vidas. El punto de vista de la película lo reconoce, se acerca a ellos éticamente sin limitar sus personalidades ni victimizarles, a sabiendas que ese camino sólo se traduciría en un vaciamiento de cualquier resistencia. Hay en ese tejido de cuerpos, imágenes, sonidos y afectos, un mundo que necesita de otras palabras para decirse; un cine esperando encarnarse atonalmente. Callos habla de hechos situados pero lo hace desde la generalidad; quizá cuando el mirador y lo mirado se entrecrucen, finalmente podamos hablar de un acto de subversión | ★★
Rafael Guilhem
© Revista EAM / Costa Rica Film Festival