El gringo que siempre cumplía
Crítica ★★★ de Barry Seal: El traficante (American Made, Doug Liman, Estados Unidos, 2017).
Después del éxito de su última misión imposible estrenada en pantallas en 2015 (todo un salvavidas que le permite estar siempre en primera línea como estrella taquillera), Tom Cruise no ha vuelto a acertar con la elección de sus proyectos, ya que ni la vulgar secuela de Jack Reacher perpetrada en 2016 ni, mucho menos, esa aberración acometida sobre la terrorífica figura de La momia (Alex Kurtzman, 2017), convencieron a crítica y público, haciendo que la estrella se viese presionada a encontrar, con urgencia, ese papel que le devolviese el crédito perdido como actor en los últimos años. Un vehículo para su exclusivo lucimiento que, además de cumplir con las expectativas creadas en taquilla, le permitan sumergirse en un personaje con carisma, a poder ser uno de esos canallas, de verborrea incontrolada y con pocos escrúpulos para alcanzar el éxito, que tan espléndidos resultados le diesen en obras como Jerry Maguire (Cameron Crowe, 1996) o Magnolia (Paul Thomas Anderson, 1999), por las que optó a sendos Óscar, premio que, hasta el día de hoy, se le continúa resistiendo. Ha tenido que llegar Doug Liman, el realizador que reinventó el género de acción con aquella El caso Bourne (2002) que inauguró su propia franquicia, para rescatar a Cruise de su pequeño bache creativo, tres años después de que ambos colaboraran por primera vez en una de las cintas de ciencia ficción más originales y divertidas de los últimos años: Al filo del mañana (2004), de la que ya se prepara una continuación con director y protagonista de nuevo involucrados. La sintonía de este tándem es perfecta y, viendo los resultados en pantalla de Barry Seal: El traficante (2017), no cabe duda de que debieron pasárselo en grande rodándola y todas esas buenas vibraciones son trasladadas, sin remedio, al patio de butacas.
Treinta y un años después de meterse en el uniforme del piloto de la Marina de los Estados Unidos Maverick en la patriótica (estábamos en plena era Reagan) Top Gun (Tony Scott, 1986), Tom Cruise vuelve a surcar los cielos en la piel de un personaje completamente opuesto a aquel, dejando claro que los tiempos han cambiado y los chicos buenos quedaron atrás. Barry Seal: El traficante está basada en hechos reales, por muy fantásticas y alucinantes que puedan resultar las peripecias de su controvertido protagonista en pantalla. Seal era uno de los pilotos más jóvenes y aventajados de la aerolínea TWA a finales de los 70, un trabajo que era suficiente para mantener a su familia pero que no le proporcionaba esa adrenalina que su cuerpo le pedía para no caer en la rutina. Sus ansias de aventura y, por supuesto, enriquecerse, le llevaron a introducirse en una peligrosa espiral de espionaje, contrabando de drogas y armas y mentiras, realizando auténticas acrobacias para trabajar, al mismo tiempo, para la CIA –participando en una operación secreta contra el gobierno sandinista de Nicaragua–, la DEA –de quien fue informante–, la Casa Blanca y el Cártel de Medellín, donde llegó a ser hombre de confianza de los hermanos Ochoa y del mismísimo Pablo Escobar, antes de terminar delatándole. Esta facilidad de Seal para complacer a todos sin que estos se enterasen de su múltiple juego, le hizo amasar en poquísimo tiempo una enorme fortuna imposible de blanquear, por lo que era habitual que las bolsas cargadas de billetes apareciesen escondidas por cualquier parte de su casa o, incluso, enterradas en el propio jardín. Una vida, como se puede ver, de lo más intensa y aventurera, que, como era de esperar, acabó violentamente cuando, en 1986, fue asesinado por un sicario del Cártel. El guion de Gary Spinelli recoge toda esta turbulenta carrera de Seal, empleando la sátira y el humor de forma similar a lo que vimos en Atrápame si puedes (Steven Spielberg, 2002) o El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013). Con esta última guarda el filme no pocos paralelismos en su retrato del ascenso y caída de un trepa ambicioso que abraza el sueño americano al margen de la ley.
«Barry Seal: El traficante funciona de maravilla como recital interpretativo y acrobático de ese hombre orquesta que es Cruise, sabiendo elevarse por encima de la media de este tipo de espectáculos a base de incluir una incisiva crítica a los servicios secretos y el Gobierno del país de las barras y estrellas».
Doug Liman, director muy cualificado para la acción, ha preferido pasar de puntillas por cualquier tipo de análisis profundo de la personalidad de Seal, así como por las enredosas tácticas del Gobierno en su lucha contra la droga (que están ahí, pero descritas de modo superficial, para que nadie se pierda en la trama) o los pormenores familiares del antihéroe protagonista –por fortuna, Sarah Wright está estupenda como esa esposa que asiste, en principio temerosa y luego partícipe, al enriquecimiento de su marido; digna discípula de la Margot Robbie de El lobo de Wall Street– para elaborar una cinta de aventuras ligera y muy divertida. Como es habitual en el cine de Liman, el montaje es espectacular, utilizando todo tipo de formatos y texturas (desde el dibujo animado hasta la inclusión de imágenes de archivo o de otras películas, pasando por esas grabaciones caseras en las que Seal habla a cámara, haciendo al espectador cómplice de sus andanzas) para lograr un trabajo dinámico y muy expresivo, virtuosamente rodado en sus secuencias de vuelos –en las que Cruise pilota sin necesidad de especialista en la mayoría de los casos– y con una recreación de los 70 y los 80 perfecta. Como perfecto está Tom Cruise en la que, con toda seguridad, sea su mejor interpretación desde que Michael Mann le ofreciera la oportunidad de sacar su cara más oscura en Collateral (2004). Y es que Barry Seal: El traficante le ha entregado en bandeja lo que llevaba años esperando, un personaje tan atractivo como contradictorio, que lucha contra el tráfico de droga y, a la vez, hace de esta su principal fuente de ingresos; que no tiene ningún tipo de reparo en servir a "buenos" o "malos", según le beneficie a él; capaz de resultar, por igual, un encantador canalla o un pobre diablo, codicioso y kamikaze, que no supo medir las consecuencias de sus acciones (como él mismo dice, tal vez debió hacer más preguntas antes de actuar sin pensar). Poco importa que la psicología del Seal mostrado en la película de Liman se acerque más o menos a lo que en realidad fue. Es evidente que su imagen ha sido convenientemente suavizada para que, dentro de su conducta inmoral, Cruise no tenga que lidiar con un rol demasiado mezquino que pudiera pasarle factura dentro del mojigato Hollywood. La cuestión es que Barry Seal: El traficante funciona de maravilla como recital interpretativo y acrobático (a sus 55 años maneja la acción física como pocos) de ese hombre orquesta que es Cruise, sabiendo elevarse por encima de la media de este tipo de espectáculos a base de incluir una incisiva crítica a los servicios secretos y el Gobierno del país de las barras y estrellas. | ★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2017. Título original: American Made. Director: Doug Liman. Guion: Gary Spinelli. Productores: Doug Davison, Brian Grazer, Ron Howard, Brian Oliver, Kim Roth, Tyler Thompson. Productora: Universal Pictures. Fotografía: César Charlone. Música: Christophe Beck. Montaje: Saar Klein, Andrew Mondshein, Dylan Tichenor. Diseño de producción: Dan Weil. Reparto: Tom Cruise, Sarah Wright, Domhnall Gleeson, Caleb Landry Jones, Jesse Plemons, Jayma Mays, Alejandro Edda. PÓSTER.