Defectuoso eslabón perdido
crítica ★★★ de Alien: Covenant (Ridley Scott, Estados Unidos, 2017).
Casi cuarenta años después de su estreno, Alien el 8º pasajero (1979) continúa afianzándose como una de las obras maestras más imperecederas que ha dado el cine de ciencia ficción y terror en toda su Historia. Ridley Scott nos llevó a lo más lejano del espacio exterior (donde nadie puede oír tus gritos, como rezaba la mítica frase promocional), a bordo de la nave Nostromo, hasta un misterioso planeta en el que sus tripulantes recogían al que sería uno de los monstruos más espeluznantes que hemos podido ver en la gran pantalla. Todo en aquella cinta es, a día de hoy, icónico, desde la inquebrantable fortaleza de su heroína de acción (esa teniente Ripley que encumbró a la maravillosa Sigourney Weaver) hasta escenas que se grabarían a fuego en la retina de los amantes del género fantástico, como aquella en la que la criatura emerge del pecho de John Hurt. Una joya que sabía crear auténtica tensión y desasosiego en el claustrofóbico escenario de la nave, sin abusar de los momentos sanguinolentos y con la grandeza propia de una serie B que no imaginaba que llegaría a convertirse en el éxito que fue. Lo que vino después fue la explotación de la gallina de los huevos de oro, a través de tres secuelas a las que sus respectivos directores supieron insuflar su personalidad propia sin alcanzar jamás las cotas de genialidad del título inaugural. Así, mientras que James Cameron multiplicó el número de invasores y fomentó la acción bélica en la espectacular Aliens: El regreso (1986), David Fincher fue muy cuestionado por el tratamiento oscuro que le dio a Alien 3 (1992) –ejercicio de estilo nada desdeñable pero de ritmo desigual–, y Jean-Pierre Jeunet bañó de su habitual locura y barroquismo visual a las imágenes de Alien: Resurrección (1997), el que sería, durante mucho tiempo, (estupendo) broche final a la saga. Fue Ridley Scott quien, incapaz de facturar trabajos tan redondos como los de antaño, decidió construir todo un universo alrededor de su emblemático alienígena, abandonando un poco ese espíritu de monster movie sin pretensiones intelectuales de la tetralogía anterior para sumergirse en unos terrenos mucho más existencialistas en la incomprendida precuela Prometheus (2012). De hecho, un tema tan profundo como el de encontrar respuestas al misterio del origen de la vida en La Tierra era lo que empujaba a los exploradores de la nave que daba título al filme a viajar hasta un planeta lejano recién descubierto. Pese a la división de opiniones entre la crítica y cierto sabor agridulce dejado en los fans de la serie, el experimento funcionó lo suficientemente bien en taquilla como para alentar a Scott a seguir engordando su particular mitología en más entregas.
Alien: Covenant (2017) era la película que prometía recuperar el espíritu de Alien, el 8º pasajero y, vistas las primeras imágenes de los tráileres, la verdad es que el asunto no pintaba del todo mal. Brutales ataques de los xenomorfos, neomorfos y demás variedades de alienígenas; una protagonista femenina embutida en camiseta imperio, con los rasgos de Katherine Waterston –la sugerente revelación de Puro vicio (Paul Thomas Anderson, 2014)–, que nos recordaba vagamente a la aguerrida Ripley, y más acción, es lo que los seguidores de la saga esperábamos de ella, con el hype por las nubes. No es que Prometheus fuese una mala obra, ni muchísimo menos, pero era... otra cosa. La historia de esta secuela comienza 11 años después de los acontecimientos de aquella, que terminaron con la doctora Shaw (Noomi Rapace) y el androide David (Michael Fassbender) como únicos supervivientes de su tripulación, siguiendo las coordenadas del planeta de los ingenieros. En esta ocasión, una nueva nave colonial (con miles de personas en estado de hibernación, camino de un mundo habitable en el que empezar de nuevo), recibe señales desde otro planeta más cercano y que tiene todas las condiciones atmosféricas propicias para albergar vida. Como es de esperar, el paraíso que esperan encontrar se transforma en una trampa mortal en la que los miembros del equipo irán cayendo como moscas pasto de los aliens. Los títulos de crédito iniciales sobre el negro espacio, con una música de Jed Kurzel que rememora con brillantez la emblemática banda sonora de Jerry Goldsmith para la primera cinta, son suficientes para emocionarnos y hacer que pensemos que esta será la entrega definitiva, la que recupera los mayores aciertos de la franquicia. El poderoso prólogo que enfrenta a David con su creador (Guy Pearce) es de lo más revelador, ya que se sumerge, de lleno, en las inquietudes filosóficas de Prometheus, y en esa obsesión del hombre por jugar a ser Dios, presentada, una vez más, como caja de Pandora de los peores miedos. Esta vertiente emparenta al filme con la otra obra maestra del realizador, Blade Runner (1982), sobre todo desde la (doble) composición que Fassbender realiza de David y Walter, los dos robots protagonistas, envueltos en una relación de amor/odio con esos humanos que les construyeron para convertirles en sus sirvientes.
«El filme adolece de un ritmo un tanto titubeante, ya que se alternan, de forma desigual, momentos de acción brillantes con otros más intimistas que, por ambición o innecesarias ínfulas de trascendencia, no encajan demasiado bien en el conjunto».
A continuación, el guion de John Logan y Dante Harper se toma más de una hora de metraje en presentarnos al elenco de tripulantes que se despiertan accidentalmente en el Covenant. No es que la construcción de personajes sea el colmo de la complejidad dramática pero, al menos, se agradece que estos sean lo bastante cercanos como para que el espectador entable la suficiente empatía hacia ellos. Un grupo humano mucho más heterogéneo que nunca, en el que caben todas las razas, colores, inclinaciones sexuales (Demián Bichir encarna a un militar gay) y que, por encima de todo, destaca por el elevado número de féminas envueltas en la aventura. Katherine Waterston ofrece un trabajo más que correcto que aúna en un solo personaje la energía de la teniente Ripley con una vulnerabilidad e inteligencia más propias de la doctora Shaw, pero su protagonismo queda un tanto eclipsado por las magníficas contribuciones de Billy Crudup como el capitán Oram, un íntegro hombre de fe que se ve superado por las circunstancias, y, sobre todo, por ese Michael Fassbender que se adueña por completo de la función, dotando de dos personalidades opuestas (pero igual de fascinantes) a sus roles. Desde el instante que la nave toca tierra en el siniestro planeta, la película comienza a sufrir las consecuencias inherentes de su condición de episodio de transición, obligado a combinar la cerebral frialdad de Prometheus con el espectáculo de terror característico de los capítulos clásicos. Esto se traduce en un ritmo un tanto titubeante, ya que se alternan, de forma desigual, momentos de acción brillantes –el primer ataque del xenomorfo en la enfermería es todo lo impactante que se le podría exigir– con otros más intimistas –toda la parte que transcurre en la necrópolis y que reúne en pantalla al mesiánico David y a Walter, la versión actualizada de su modelo– que, por ambición o innecesarias ínfulas de trascendencia, no encajan demasiado bien en el conjunto. Es en estos pasajes donde Scott desentierra, una vez más, unos planteamientos estéticos y argumentales –los peligros de la inteligencia artificial– más cercanos a los de una versión descafeinada de Blade Runner, haciendo que la trama se ralentice y echemos en falta una mayor cantidad de ataques de los bichos, pese a que, a la postre, le brinden a Fassbender sus mayores ocasiones (aprovechadas al máximo) de lucimiento exclusivo.
«Alien: Covenant acaba siendo una relativa decepción... Es la triste sensación de que Scott no ha sabido alcanzar las cotas de angustia y verdadero horror que derrochaba cada fotograma de Alien, el 8º pasajero, limitándose a repetir situaciones ya vividas en aquella, de manera demasiado mecánica, sin un ápice de creatividad».
Así las cosas, Alien: Covenant acaba siendo una relativa decepción. No es esa clase de desencanto que se siente al estar ante un mal producto, que no lo es. Es la triste sensación de que Scott no ha sabido alcanzar las cotas de angustia y verdadero horror que derrochaba cada fotograma de Alien, el 8º pasajero, limitándose a repetir situaciones (en plan guiño, homenaje o como se le quiera denominar) ya vividas en aquella, de manera demasiado mecánica, sin un ápice de creatividad. Ya no impactan del mismo modo los aliens emergiendo con violencia desde el interior sus víctimas. Tampoco inquietan con la misma intensidad esos interminables pasillos de la nave de turno, aun a sabiendas de que en cualquier esquina se puede ocultar la amenaza de una de las letales criaturas. Ni siquiera, con todo lo que la tecnología ha avanzado en el campo de los efectos especiales en 30 años, esta nueva incursión en el universo inaugurado por Dan O'Bannon se acerca a los niveles de entretenimiento y adrenalina de Aliens: El regreso. Eso, a pesar de que Alien: Covenant es una cinta técnicamente impecable, a la que poco o nada se le puede reprochar en terrenos de fotografía (notable labor de Darius Wolski, todo un creador de ambientes y atmósferas, capaz de dejar imágenes para el recuerdo como las del flashback que muestra la extinción de los ingenieros) o dirección artística. Desde luego, estábamos ante un proyecto que contaba con todos los ingredientes para cimentar uno de los acontecimientos más relevantes de la ciencia ficción de los últimos años, pero, por desgracia, termina siendo tan frustrante como Prometheus. Incluso más, ya que aquella, al menos, ofrecía nuevas alternativas que se podrían haber explotado muchísimo mejor en esta desangelada continuación que trata de parecer inteligente y sofisticada para luego caer en lugares comunes de guion tan manidos como el del asesinato en la ducha durante un acto sexual. Lo que queda es una entrega extraña y desequilbrada, capaz de lo mejor y lo peor, y que se disfruta con facilidad si no se exigente en exceso con lo que nos ofrece. Curiosamente, ha jugado en su contra el recuerdo tan reciente de Life (Daniel Espinosa, 2017), una producción mucho más modesta que sí supo jugar a la perfección sus cartas como historia de terror con monstruo espacial, en la que muchos quisimos ver lo que debía ser una secuela bastarda de Alien cumplidora y efectiva. Ridley Scott ha manifestado su intención de seguir con la saga pero le va a tocar seguir tomando nota de los errores o seguirá dependiendo de la infinita versatilidad de Fassbender para salvar los muebles. | ★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2017. Título original: Alien: Covenant. Director: Ridley Scott. Guion: John Logan, Dante Harper (Historia: Jack Paglen, Michael Green). Productores: David Giler, Walter Hill, Mark Huffam, Michael Schaefer, Ridley Scott. Productoras: Twentieth Century Fox Film Corporation / Scott Free Productions / Brandywine Productions. Música: Jed Kurzel. Fotografía: Dariusz Wolski. Montaje: Pietro Scalia. Diseño de producción: Chris Seagers. Reparto: Michael Fassbender, Katherine Waterston, Billy Crudup, Danny McBride, Demián Bichir, Carmen Ejogo, Callie Hernandez, Jussie Smollett, Amy Seimetz, Nathaniel Dean, Tess Haubrich, Guy Pearce, Noomi Rapace, James Franco.