No es oro todo lo que reluce
crítica ★★★ de Gold, la gran estafa (Gold, Stephen Gaghan, 2016).
Hablar actualmente de economía supone adentrarse en un mundo de complejos instrumentos y opaca terminología, dada la creciente abstracción que lleva a dar protagonismo no ya a individuos de carne y hueso, sino a esos que llaman los mercados. Muy lejos de aquellos de sede urbana o campestre a los que uno acudía buscando un trueque concertado o espontáneo, nos referimos ahora a unas esferas a menudo supranacionales, descompuestas en los subtipos de mercados de deuda pública, de futuros y opciones, de activos empresariales, de contratación electrónica entre otros muchos, caracterizados por un proceso volátil, telemático y globalizado. La generalización cada vez más impuesta de las tarjetas de crédito, las transferencias bancarias o las cuentas online difumina el valor que solía darse al intercambio personal hace apenas unas décadas, e incluso cuestiona la clásica definición del contrato (valga aquí la licencia coloquial) donde la contraprestación suele definirse como “precio cierto”. Y es que las fluctuaciones de los tipos, intereses, aplazamientos o fraccionamientos dibujan un escenario incierto para todo aquel que no esté familiarizado con su jerga y sus mecanismos. Ante este panorama, se vuelven algo exóticos los vendedores ambulantes de oro que, con suerte, pueden aún encontrarse por la calle; o los locales donde se pueden empeñar joyas o relojes de apagado brillo a cambio de un puñado de billetes. Son portadores y escaparates de un metal que, sobre todo tras el abandono de su patrón en 1971, han pasado a la categoría de curiosidad antropológica que, eso sí, recobra cierta relevancia en las Bolsas en situaciones de depreciación. Los nostálgicos minoritarios encuentran entonces un consuelo inútil en apelar a este valor tan tangible como arcaico.
Estas peregrinas valoraciones podrían restarle relevancia a Gold, la gran estafa (Gold), centrada en la improbable historia de un autónomo pluriempleado y un prospector foráneo que se unen para montar una mina de oro en medio de la jungla indonesia. Pero el caso es que estamos ante una historia real, la del fraude de hasta 6 billones de dólares (spoiler que nos permitimos porque ya lo desvela la desafortunada traducción del título en español), con afectación de los a priori más avispados brókeres de Wall Street, que fue cometido en 1993 por la compañía canadiense Bre-X Minerals, representada por esos dos personajes respectivos llamados John Federhof y Michael de Guzman, cuyos nombres se cambian ahora por los de Kenny Wells (Matthew McConaughey) y Michael Acosta (Edgar Ramírez). Otra licencia narrativa es la trasposición del suceso a la década anterior, arrancando con un prólogo en 1980 para luego proseguir la historia en 1988, de manera que el metraje se corresponde en su cronología de forma bastante ajustada con la administración Reagan, a la que muchos retrotraen las causas de la más reciente crisis económica. Fue una época de talante neoliberal favorecedor de un capitalismo exacerbado, ilustrado aquí en la figura del tal Wells, un temerario buscavidas, de mentalidad embriagada, progresiva calvicie y barriga prominente al que McConaughey aporta su ya renombrado trabajo de método. Su enérgica interpretación es el principal asidero de un relato que, siguiendo las pautas del párrafo anterior, se antoja algo difícil de descifrar, aunque paradójicamente preste atención a ese metal tan preciado hacia el cual los hombres han profesado claras y añejas motivaciones. No hay que olvidar en efecto que los Estados Unidos se construyeron en gran parte en la segunda mitad del siglo XIX gracias a la expansión en el Oeste que propició la fiebre del oro.
«El caos adquiere valor propio y nos obliga a disfrutar del filme a un nivel más primario, ajeno al de sus estables y elaboradas coordenadas socioeconómicas».
En el discurso hay pues una cierta contradicción que sorprende teniendo en cuenta su director: Stephen Gaghan, cuya anterior cinta Syriana (2005) también hacía gala de exotismo geográfico de la mano de una industria mineral: la del petróleo. Empero entonces asistíamos a una narración sobria y consistente que contrasta con el tono irregular de esta nueva empresa, probablemente porque la coherencia estilística es una de las principales responsabilidades de un cineasta cuya escasa experiencia en este caso no se compensa con un guion propio, sino que el libreto corre a cargo de unos cuentistas de currículum sospechoso, contando en su haber de largometrajes sólo con Lara Croft: Tomb Raider (Simon West, 2001). La mentada irregularidad queda patente en unos confusos saltos espaciotemporales, y en especial en las secuencias de montaje o las escenas de duración discontinua que se inician o terminan en momentos extraños, incluso anticlimáticos. Valgan los ejemplos de aquellos instantes que el protagonista comparte con su amante, prometida, mujer o confidente (Bryce Dallas Howard), según lo que se tercie, que aspiran a aportarle mayor calado dramático y explicarnos un poco mejor su forma de ser, pero apenas se nos da ocasión de apreciarlo con pausa y fluidez. Un detalle más revelador es el susodicho prólogo donde vemos por primera y última vez a su padre, del que luego se habla como su principal referente y fuente de inspiración, pero nuestro desconocimiento del mismo impide que le otorguemos esa importancia. En otras palabras, pese al buen hacer de los actores, no sólo de McConaughey sino del veterano elenco que le apoya, sus papeles se acercan antes a la imprecisa caricatura que al perfil biográfico. No está de más citar al respecto un tercer y curioso dato: hacia el último trecho del metraje, cuando ya se ha revelado el tremendo engaño, alguien le muestra a Federhof la portada de una revista con su cara sobre la rúbrica Fool’s Gold. La expresión es oportuna, al traducirse como pirita u oro falso, pero tiene otro significado quizá fortuito: es el título de una de las películas que protagonizó el actor tejano cuando aún estaba lejos el reconocimiento de su gremio, Como locos… a por el oro (Fool’s Gold, Andy Tennant, 2008). En ese punto, cuando los acontecimientos anteriores nos han inducido a tomarnos cada vez menos en serio esta farsa anticuada y al tiempo muy actual del mundo de las finanzas, aparece un componente metalingüístico que da a entender que todo es posible en una historia que trasciende su propio marco. En suma, el caos adquiere valor propio y nos obliga a disfrutar del filme a un nivel más primario, ajeno al de sus estables y elaboradas coordenadas socioeconómicas. | ★★★ |
Ignacio Navarro Mejía
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos, 2016. Título original: Gold. Dirección: Stephen Gaghan. Guion: Patrick Massett & John Zinman. Productoras: Black Bear Pictures / Boies / Hwy61 / Living Films. Fotografía: Robert Elswit. Montaje: Douglas Crise & Rick Grayson. Música: Daniel Pemberton. Diseño de producción: Maria Djurkovic. Dirección artística: Lek Chaiyan Chunsuttiwat & Jeremy Woodward. Vestuario: Danny Glicker. Decorados: Carla Curry. Reparto: Matthew McConaughey, Edgar Ramírez, Bryce Dallas Howard, Corey Stoll, Toby Kebbell, Macon Blair, Stacy Keach, Bruce Greenwood. Duración: 120 minutos. PÓSTER OFICIAL.