Los oscuros recovecos de una mente perturbada
crítica ★★★★★ de The Eyes of My Mother (Nicolas Pesce, Estados Unidos, 2016).
El psicópata, ¿nace o se hace? El cine nos ha presentado, a lo largo de su historia, numerosos retratos de personajes mentalmente desequilibrados, capaces de cometer los más atroces actos sin parpadear ni mostrar la más mínima señal de arrepentimiento. La mayoría de las veces se ha tratado de justificar o buscar una respuesta a esta maldad en una infancia traumática o marcada por severas carencias afectivas, con un entorno social que marginaba y, en muchos de los casos, se burlaba de las dificultades del niño para socializarse con los demás. Así, psycho-killers tan célebres como el Norman Bates de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) o la chica con telequinesia de Carrie (Brian De Palma, 1976) encontraron una excusa para su enfado contra el mundo en la educación castradora recibida de unas madres de sexualidad frustrada y refugiadas en la religión, mientras que otros como May (Lucky McKee, 2002) o Willard (Glen Morgan, 2003) se construían su propio mundo de amigos imaginarios –rodeados por muñecas y ratas, respectivamente–, en respuesta al rechazo que sufrían desde pequeños por ser diferentes. En otras palabras, los mayores asesinos de la gran pantalla no son otra cosa que pobres repudiados, víctimas de una sociedad que siempre les ha dado la espalda y que no conocen otra forma de relacionarse que no sea la de la violencia. The Eyes of My Mother (2016), la ópera prima como director de Nicolas Pesce, estrenada con gran éxito en el Festival de Sundance y cosechadora de excelentes críticas en su paso por Sitges, nos presenta en la figura de la joven Francisca a una nueva criatura que viene a engrosar la (ya generosísima) lista de monstruosos psicópatas de la Historia del Cine, a través de un relato de iniciación a la vida de una niña pequeña sometida a una experiencia traumática y a un entorno de soledad y aislamiento, que se mueve a medio camino entre el género de terror y esos dramas rurales ambientados en la América profunda en donde imperan sus propias reglas y leyes al margen del mundo civilizado.
The Eyes of My Mother se abre con un hermoso plano cenital sobre un espeso bosque de Estados Unidos, aquel en el que habitan en absoluta soledad y alejados de cualquier contacto con la civilización, los tres miembros de una familia de inmigrantes portugueses, formada por los padres y la hija Francisca. Esta no ha conocido más compañía que la de sus progenitores y crece "feliz" pegada a las faldas de una madre, antigua cirujana ocular, que inculca a la pequeña los entresijos de la anatomía, dedicando largas jornadas a diseccionar animales de la granja y familiarizando a Francisca con el comportamiento de los órganos del cuerpo, la sangre y la fascinación por la muerte, desde temprana edad. Este estilo de vida tranquilo y sin sobresaltos se ve interrumpido de modo abrupto el día que un extraño se presenta en las puertas de la casa y comete un horrible crimen que arrebata la figura materna de la vida de la niña, viéndose esta obligada a pasar los años siguientes con un padre taciturno en exceso e incapaz de demostrar cariño, que pasa las horas sentado ante un televisor que funciona como única ventana distorsionada al mundo exterior. Por su parte, el hombre causante de la desdicha de la familia, descubrirá que existen castigos mayores que la cárcel o la misma muerte. Nicolas Pesce, en su doble debut como realizador y guionista, arriesga (y mucho) con una modesta cinta que intercala diálogos en inglés y portugués, dividida en tres actos bien diferenciados que muestran las tres etapas vitales por las que atraviesa el personaje de Francisca, desde el instante en que su inocencia se le es arrebatada de forma violenta y sin concesiones, convirtiéndola en un ser que no distingue las barreras entre lo que está bien y lo que está mal, tan necesitado de amor y compañía como incapacitado para ofrecerlo con normalidad. La joven trata de superar la soledad a toda costa, aun cuando su único amigo (a la fuerza) tenga que ser el asesino de su madre –con el que mantiene una malsana relación, no carente de cuidados y una extraña ternura–, cubriendo sus necesidades afectivas y sexuales de un modo enfermizo y contra natura y no dudando en dañar a quienes se interponen en su camino hacia la ansiada "felicidad".
«Una pequeña gran película a (sinuoso) ritmo de fado, que bien podría ser el psycho-killer más contundente que ha pasado por la gran pantalla desde los tiempos de Henry, retrato de un asesino (John McNaughton, 1986), hermosísimo desde el plano estético, a pesar de que cuenta una historia terrible y descarnada con una naturalidad desconcertante».
La soberbia labor fotográfica de Zach Zuperstein, con un elegantísimo blanco y negro que subraya el carácter atemporal del relato y lo dota de una ambientación enrarecida y tenebrosa, tiene momentos expresionistas que recuerdan a otro cuento de terror con infancia pervertida como fue la obra maestra La noche del cazador (Charles Laughton, 1955). El debutante Pesce, de solo 26 años, hace gala de una inusual seguridad tras las cámaras, creando una atmósfera opresiva e incómoda, potenciada por la climática música de Ariel Loh, que se apoya en el costumbrismo del monótono día a día de Francisca para generar auténtico pavor sin necesidad de mostrar la violencia desde una óptica explícita. Todos los horrores (que son muchos y variados), al contrario que en otros productos del subgénero de torturas como Martyrs (Pascal Laugier, 2008), suceden fuera de campo, algo que no disminuye su impacto, sino todo lo contrario. The Eyes of My Mother no necesita más de hora y cuarto de metraje para desarrollar una de las historias más tristes, perturbadoras y desasosegantes del año, a la vez que disecciona con la frialdad de un cirujano (nunca mejor dicho) la mente enferma de uno de los personajes femeninos más potentes del reciente cine de terror, interpretado con brillantez por dos actrices en estado de gracia: Olivia Bond, en la niñez, y la sorprendente Kika Magalhaes en su etapa adulta. Cada meticuloso movimiento, cada mirada inexpresiva (entre alucinada y ausente), cada rezo a una madre fallecida tomada como deidad, está representado por esta última con convicción, en una entregada actuación para la que se desnuda en cuerpo y alma. Imágenes poderosas prevalecerán en la retina del espectador mucho tiempo después de su visionado, desde la irrupción del decisivo personaje de Charlie (magnífico Will Brill) en el hogar de la protagonista, a todos los momentos que acontecen en el interior del granero, testigo silencioso de los actos más aberrantes de la protagonista.. Todo esto hace de The Eyes of My Mother una obra muy personal, que nos descubre a un nuevo autor con muchas cosas que ofrecer, al que habrá que seguir la pista muy de cerca en el futuro. Una pequeña gran película a (sinuoso) ritmo de fado, que bien podría ser el psycho-killer más contundente que ha pasado por la gran pantalla desde los tiempos de Henry, retrato de un asesino (John McNaughton, 1986), hermosísimo desde el plano estético, a pesar de que cuenta una historia terrible y descarnada con una naturalidad desconcertante, capaz de helar la sangre más por lo que sugiere que por lo que vemos. | ★★★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2016. Título original: The Eyes of My Mother. Director: Nicolas Pesce. Guion: Nicolas Pesce. Productores: Max Born, Jacob Wasserman, Schuyler Weiss. Productoras: Borderline Presents / Tandem Pictures. Fotografía: Zach Kuperstein. Música: Ariel Loh. Montaje: Nicolas Pesce, Connor Sullivan. Dirección artística: Caroline Keenan Russell. Reparto: Kika Magalhaes, Olivia Bond, Will Brill, Diana Agostini, Paul Nazak, Flora Diaz, Clara Wong, Joey Curtis-Green. PÓSTER OFICIAL.