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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Shelley

    Shelley

    Oscuro fruto de tu vientre

    crítica ★★★ de Shelley (Ali Abbasi, Dinamarca, 2016).

    Que el cine de terror nórdico goza de un envidiable estado de salud es algo más que palpable si nos atenemos al cada vez más amplio abanico de títulos que nos llega desde tierras como Noruega, Suecia o Finlandia, con propuestas frescas y novedosas que no necesitan recurrir a los habituales remakes o secuelas que tanto dicen de la falta de creatividad y nuevas ideas de las grandes productoras de Hollywood. Así, solo en la última década, cintas como Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008), Zombis Nazis (Tommy Wirkola, 2009), Troll Hunter (André Øvredal, 2010) o Rare Exports: Un cuento gamberro de Navidad (Jalmahi Helander, 2010), fueron recibidas con calidez por los aficionados al género fantástico, haciendo extensibles sus éxitos en diferentes festivales de renombre a su paso por las salas comerciales. Uno de los últimos ejemplos de esta atractiva (y saludable para que al cine europeo pueda llegar a más público) corriente lo encontramos en Shelley (2016), una curiosa coproducción entre Noruega y Dinamarca que, tras una premiere en la última Berlinale (donde provocó división de opiniones entre la crítica), ha revelado a su realizador, Ali Abbasi –en la que supone su ópera prima tras un mediometraje tan experimental como M for Markus (2011)–, como un aventajado creador de atmósferas enrarecidas, capaz de tomar una historia que, sobre el papel, poco tiene de original, para enfrentarla desde una óptica personal.

    Shelley nos traslada a lo más profundo de los bosques daneses, a una enorme casa de campo situada a orillas de un lago, donde el matrimonio formado por Kasper y Louise vive de modo plácido lejos del mundanal ruido, dándole la espalda a comodidades como la electricidad o el agua corriente. Un estilo de vida que podría ser idílico y despreocupado pero que se ve enturbiado por la constante sombra de la depresión que amenaza a Louise, la cual tiene su raíz en sus sucesivos (e infructuosos) intentos por llevar a buen puerto sus embarazos, debido a su imposibilidad física (vivida casi como una maldición) de albergar una nueva vida en su interior. Como contrapunto a su tristeza y frustración, tenemos a un tercer vértice del triángulo protagonista, ese que completa Elena, la joven, optimista (y saludablemente fértil) asistenta del hogar que trae a la casa un soplo de aire fresco y unas risas que parecían olvidadas, iniciándose entre las dos mujeres una estrecha relación de amistad y complicidad que culmina con un peliagudo acuerdo: Elena será el vientre de alquiler que posibilite a Louise la ilusión de tener un hijo y, a cambio, la criada dispondrá del dinero suficiente para sacar adelante a su necesitada familia.El guion de Maren Louise Käehne y el propio Abbasi opta, durante la primera mitad de película, por una pausada presentación de los personajes, su psicología y especiales circunstancias, dando una gran importancia a la ambientación y al espléndido trabajo de fotografía de Nadim Carlsen (con una iluminación que se va oscureciendo al mismo tiempo que la historia va ganando en negrura) para sumergirnos de lleno en un sereno drama costumbrista en el que apenas hay indicios del horror que está por llegar. Y es que, siguiendo los pasos de clásicos como La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968) o La profecía (Richard Donner, 1976), el proceso de embarazo de Elena se convierte en un auténtico vía crucis repleto de terroríficas señales y alucinaciones, así como de agresivas manifestaciones físicas que harían las delicias del David Cronenberg más retorcido. Circunstancias que llevan a la infortunada chica a sospechar que lo que alberga en su interior no es obra de Dios o fruto del amor, en la mejor tradición de las madres paranoicas que desempeñaran Mia Farrow o Lee Remick en aquellos títulos.

    Shelley

    «Una apuesta arriesgada e incómoda, no apta para espíritus sensibles, que transita paisajes ya conocidos por caminos no demasiado visitados, con la poco habitual virtud de no sucumbir ante las exigencias del cine más comercial, no temiendo al rechazo que puedan despertar la morosidad de su relato o lo escabroso de sus escenas más extremas».


    Es en estas etapas, cada vez más violentas (y nocivas para la salud de su protagonista) de la gestación, cuando Shelley empieza a destaparse como un enfermizo y perturbador ejercicio de estilo en el que Abbasi abraza de forma abierta al Antichrist (2009) del danés Lars von Trier, con un terror psicológico (no exento de imágenes perturbadoras y, en algunos casos, de explícito contenido sexual) que se apoya con contundencia en la naturaleza que envuelve a sus criaturas, a través de impactantes imágenes simbólicas, como elemento desestabilizador y causante de la "locura" de Elena. Cosmina Stratan está espléndida en este papel, haciendo creíble su conversión de mujer luminosa y vitalista en el ser amargado y sin voluntad del segundo acto, mientras que Ellen Dorrit Petersen aborda con brillantez su rol de Louise, ciegamente entregada al cuidado para que ese bebé pueda llegar a nacer. Este duelo interpretativo entre ambas actrices es lo más electrizante (y principal artífice de su éxito) del filme, gracias a dos personajes femeninos sólidos y muy bien escritos, que se intercambian las representaciones de la luz y de la oscuridad a lo largo del relato con gran sutileza, dejando poca cancha a Peter Christoffersen para desarrollar su desdibujado papel de marido, convidado de piedra a los acontecimientos. Lo que Abbasi nos ofrece es un perverso cuento (de terror) sobre la maternidad, haciendo hincapié en los trastornos más sórdidos y oscuros que conllevan el estado de buena esperanza, con momentos de una sequedad sin concesiones que parecen extraídos de cualquier obra de Michael Haneke (la reacción del niño ante la tripa de Elena, así como los instintos autolesionantes de esta). Como obra de género es bastante heterodoxa, ya que el horror se manifiesta en pantalla de un modo ambiguo y, la mayoría de las veces, a través del onirismo o pequeñas señales tan inquietantes como la mirada de pavor de esa suerte de curandero al que da vida un recuperado para el cine Björn Andrésen –aquel adolescente objeto del deseo de Dirk Bogarde en Muerte en Venecia (Luchino Visconti, 1971)–. Es Shelley una apuesta arriesgada e incómoda, no apta para espíritus sensibles, que transita paisajes ya conocidos por caminos no demasiado visitados, con la poco habitual virtud de no sucumbir ante las exigencias del cine más comercial, no temiendo al rechazo que puedan despertar la morosidad de su relato o lo escabroso de sus escenas más extremas.


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Dinamarca-Suecia. 2016. Título original: Shelley. Director: Ali Abbasi. Guion: Ali Abbasi, Maren Louise Käehne. Productor: Jacob Jarek. Fotografía: Nadim Carlsen, Sturla Brandth Grøvlen. Música: Martin Dirkov. Montaje: Olivia Neergaard-Holm. Diseño de producción: Sabine Hviid, Kristine Køster. Reparto: Ellen Dorrit Petersen, Cosmina Stratan, Peter Christoffersen, Björn Andrésen, Marlon Kindberg Bach, Kenneth M. Christensen. POSTER OFICIAL de SHELLEY: LINK.

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