El último superviviente
crítica de Blood Father (Jean-François Richet, EE.UU., 2016).
Mel Gibson vuelve (por enésima vez) a ser la estrella de su propia película como héroe de acción, después de unos años en los que la industria le dio la espalda, castigándole por sus excesos y opiniones alejadas de lo políticamente correcto y relegándole a apariciones testimoniales como villano “de lujo” en artefactos como Machete Kills (Robert Rodríguez, 2013) o Los mercenarios 3 (Patrick Hughes, 2014). Simpatías aparte, el australiano siempre ha destilado un carisma innato como actor, siendo durante varias décadas todo un gancho de cara a la taquilla, esa en la que triunfó con dos sagas tan rentables como las de Mad Max y Arma letal, antes de revelarse también como un realizador de lo más capaz, gracias a títulos tan controvertidos como Braveheart (1995), La Pasión de Cristo (2004), Apocalypto (2006) o esa Hacksaw Ridge (2016) que ha dividido opiniones en Venecia. Para bien o para mal, este sí tiene pinta de ser el año del definitivo resurgir del viejo Gibson, que en Blood Father se mete en la piel de un personaje, John Link, que, como él mismo, trata de enmendar viejos errores del pasado para redimirse y lograr el perdón de la sociedad, en general, y de su hija adolescente, en particular. La cinta, con guion de Peter Craig sobre su propia novela, nos presenta a un antihéroe venido a menos, un antiguo motero y expresidiario que ha conseguido dejar atrás su adicción al alcohol y un pasado delictivo en el que trabajó para un viejo mafioso en el que había encontrado casi una figura paternal. Link vive alejado de cualquier problema en una polvorienta ciudad de caravanas, vigilado de cerca por su mejor amigo y patrocinador Kirby, empeñado en velarle día y noche para que no vuelva a caer en las garras de la bebida. Cuando Lydia, su hija de 17 años a la que apenas conoce, se pone en contacto con él para que la ayude a huir de una peligrosa banda de narcotraficantes que han puesto precio a su cabeza, Link deberá desenterrar los fantasmas del pasado, recuperar antiguos contactos y convertirse de nuevo en aquel hombre de acción que no parpadeaba a la hora de apretar el gatillo. Detrás de las cámaras está el francés Jean-François Richet, ganador del César al mejor director por su espléndido díptico Mesrine (2008) y que fuese el encargado de llevar a buen puerto a Asalto al distrito 13 (2005), el efectivo remake del clásico de John Carpenter. Richet filma con nervio y buen pulso las escenas de acción (hay las justas, pero muy bien rodadas), sin abusar del montaje atropellado del último cine de acción y apostando por una estética más cercana a la del western-fronterizo (y crepuscular) de Los tres entierros de Melquiades Estrada (Tommy Lee Jones, 2005) que a los fuegos de artificio de esa trilogía de Venganza en la que Liam Neeson también se desvivía por proteger a su familia a golpe de violencia.
Estamos ante un producto de serie B que se enorgullece de serlo, estiloso y con una dirección competente, un guion funcional que no inventa nada pero que presta suficiente atención al factor sentimental de la historia –esta historia de reunión tardía entre el padre irresponsable y la adolescente rebelde con falta de cariño sabe tocar la fibra sensible sin necesidad de caer en maniqueísmos ni falsos mensajes moralizantes–, y que deja en un segundo plano su más convencional (y poco interesante) trama criminal, a pesar de que Diego Luna sea un villano más que aceptable, y veteranos de la talla de Michael Parks y William H. Macy encuentren su espacio para brillar desde sus secundarias aportaciones. Blood Father es, más que nunca, uno de esos vehículos orquestados a la perfección para lucimiento exclusivo de su estrella, y, en ese sentido, funciona con la precisión de un reloj suizo como espectacular despliegue interpretativo del genio australiano, que logra que el público empatice con este John Link perdedor y algo patético desde la primera escena en la que se le presenta (esa reunión de Alcohólicos Anónimos en la que se describe a sí mismo). El filme empieza y acaba en Gibson, por mucho que esté obligado a compartir protagonismo con una estupenda Erin Moriarty que, pese a su juventud y falta de tablas, no se achanta en ningún momento ante el astro, estableciéndose entre ambos una química extraordinaria sobre la que gira todo el relato.
«Una sencilla combinación de thriller criminal y road movie, no exenta de la habitual socarronería marca de la casa de Gibson, vigorosa, honesta y autoconsciente».
Blood Father, al igual que aquella Vacaciones en el infierno (Adrian Grunberg, 2012) que creímos que también resucitaría al intérprete pero se quedó en un disfrutable divertimento carcelario que pasó más inadvertido de lo que merecía, está lejos de las aspiraciones comerciales de los blockbusters de acción que Gibson protagonizaba en los 80 y 90, y tampoco cuenta con los presupuestos y medios de las grandes majors, pero sí tiene a su favor algo que aquellos no tenían. A sus 60 años, con el rostro marcado por las arrugas y la experiencia (su mirada azul permanece intacta) y una voz desgarrada, Gibson no solo continúa en espléndida forma física para rodar las escenas de acción, sino que ha ganado enteros como actor dramático –siempre fue bueno, solo hay que recordar aquel amago de suicidio, con el cañón de su pistola dentro de la boca, en la primera Arma letal (Richard Donner, 1987)–, y está perfectamente capacitado para cargar sobre sus hombros con cualquier proyecto que le echen. Blood Father es una más que agradable sorpresa de bajo presupuesto que viene después de un verano en el que la mayoría de los grandes estrenos, aparte de resultar aburridos y carentes de creatividad, se han hundido en la taquilla. Una sencilla combinación de thriller criminal y road movie, no exenta de la habitual socarronería marca de la casa de Gibson, vigorosa, honesta y autoconsciente de su condición de entretenimiento para consumo (y olvido) rápido, que no pretende engañar a nadie adjudicándose honores que no le corresponden. | ★★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2016. Título original: Blood Father. Director: Jean-François Richet. Guion: Peter Craig, Andrea Berloff (Novela: Peter Craig). Productores: Chris Briggs, Pascal Caucheteux, Peter Craig, Sebastien Lemercier. Productoras: Why Not Productions / Icon Film Distribution. Fotografía: Robert Gantz. Música: Sven Faulconer. Montaje: Steven Rosenblum. Dirección artística: Billy W. Ray. Reparto: Mel Gibson, Erin Moriarty, Diego Luna, Michael Parks, William H. Macy, Miguel Sandoval, Dale Dickey, Richard Cabral.