El oscuro sino de un género
crítica de El extraño (Goksung, 곡성, , The Wailing, Na Hong-jin, Corea del Sur, 2016).
Con precedentes nada menos que en las obras de Lang y Murnau, el cine negro logró fama entre el gran público en los años 30 y 40, en particular con las historias detectivescas interpretadas por Humphrey Bogart, dando vida a sabuesos de distinto nombre pero similares rasgos. Por esa época también empezó a aplicarse el código Hays, para censurar ciertas producciones, afectando entre otras a las de esta índole por su potencial violento y erótico. Tales restricciones estuvieron vigentes hasta 1967, coincidiendo con el estreno de Bonnie y Clyde (Bonnie and Clyde, Arthur Penn), una vuelta de tuerca a las tramas que mezclaban el crimen y el romance de la mano de esos dos célebres atracadores de bancos. Sería con todo un poco más tarde cuando empezaría a acuñarse la denominación de neo-noir, para referirse a esta renovación del género. La misma conservaría la mayoría de sus elementos estilísticos, como el fondo de intriga o los personajes malditos, junto a señas más visuales como la fotografía contrastada y sombría; a la vez que se acogerían componentes más actuales y atrevidos, aprovechando la superación de la censura. Con esta ampliación temática vino también la extensión geográfica de un tipo de cine que adquiriría identidad propia según su país de origen. Un ejemplo temprano sería el cine tardío del francés Jean-Pierre Melville, con varias películas protagonizadas por Alain Delon, con un estilo más sobrio e interiorizado, en el que luego se inspiraría entre otros su asistente Bertrand Tavernier. Fuera de Europa, donde más se ha desarrollado esta corriente es sin duda en Corea del Sur, hasta el punto de que en los últimos años se habla del neo-noir coreano como uno de los movimientos cinematográficos más distintivos. Nombres ya consagrados como Chan-wook Park y Joon-ho Bong han trabajado en él, destacando respectivamente Old Boy (Oldeuboi) y Crónica de un asesino en serie (Salinui chueok), ambas de 2003. Compartiendo ese fondo común negro, la primera se caracterizaba por cierta hiperactividad fantástica y la segunda por un tono más irónico e incluso cómico, mostrando así las múltiples derivaciones de dicho fondo, aun conservando su esencia.
Pues bien, en esta tendencia cabría argumentar que el tercer puesto en importancia lo está ocupando ahora Na Hong-jin. Su ópera prima The Chaser (Chugyeogja, 2008) seguía los pasos de un antiguo detective vuelto proxeneta, al investigar las desapariciones de sus empleadas a cargo de un psicópata en Seúl, conformando así un inquietante y enfermizo juego del gato y el ratón. Su siguiente cinta, The Yellow Sea (Hwanghae, 2010), desviaba el foco hacia un decorado más complejo, el de la región de Yanbian que separa Corea y China, para desplegar las crudas vicisitudes de un taxista transformado en matón. Y más ambición todavía registra su tercera incursión tras las cámaras: El extraño (Goksung), trasladándose ahora a un pueblo cuyos residentes comienzan a morir en las circunstancias más extrañas. El responsable de liderar o al menos participar en las investigaciones policiales es un tal Jong-Goo (Do Won Kwak), un hombre torpe y miedoso, caracteres poco propicios para desempeñar con garantías su profesión. La misma la compagina con su vida familiar, conviviendo con su suegra, su madre y su hija, hasta que esos dos mundos se entrelazan cuando esta última aparece como una de las potenciales víctimas del mal que acecha a la población. Y es que sus causas son misteriosas, pues aunque la mayoría le eche la culpa primero a una intoxicación de setas y luego a las maquinaciones de un solitario extranjero japonés, sus actos aparecen escasamente relacionados con los crímenes. Es tras la llegada de un chamán, a petición de la familia del protagonista, cuando la cinta cobra un decidido relieve místico, desbordando la línea que separa el suspense del terror. Esta sería por tanto la combinación propia de El extraño, ajena asimismo a los orígenes del género salvo en los trabajos más marginales de Jacques Tourneur, pero presente en cualquier caso con más fuerza en otros antecedentes cercanos de Chan-wook Park, con Thrist (Bakjwi, 2009); y Joon-ho Bong, con The Host (Gwoemul, 2006).
«La primera parte de la película sigue una dirección un tanto incierta, al compás de las pesquisas infructuosas de los asesinatos; mientras que la segunda se asienta (con prolongadas secuencias climáticas como la caza al japonés en la montaña) en un escenario ya más familiar y a la vez desconocido, por brotar entonces con todo su impacto las raíces de la perversidad».
No es de extrañar que sea recurrente esta infiltración pavorosa en el género en cuestión, al menos en su adaptación coreana, porque a su vez permite ajustar algunos mitos occidentalizados a la idiosincrasia del continente. Por ejemplo, la relación que se establece entre el diablo y el nipón trae causa del recelo que por tradición suscita en estos lares quien viene de fuera. Y esto se acentúa cuanto más lejos se está de la civilización, panorama que Na Hong-jin y su operador Hong Kyung Pyo retratan con energía y sugestión al dibujar una atmósfera opresiva, reforzándola con elementos climáticos insistentes como la lluvia o la oscuridad. En efecto, es raro el momento de la trama que se da un respiro, literalmente, al ambientarse a la luz del día; e incluso cuando no amenazan directamente las fuerzas de la naturaleza, unos esporádicos planos generales de su localización, con los montes boscosos, el lago grisáceo o el cielo nublado, deshacen su neutralidad descriptiva para adquirir un tono ominoso. En este contexto adverso es por tanto en el que deben luchar los personajes, condenados sin remedio, por mucho que para sobrevivir intenten también transformar su condición. Así ocurre con el protagonista, individuo como decíamos bastante patético y frustrante, que con el discurrir de los acontecimientos cobra el aliento trágico del héroe insospechado. Por otro lado, este componente irracional queda estructurado en sentido técnico por un montaje en paralelo que a ratos resulta bastante confuso, saltando de una breve escena a otra sin aparente conexión espaciotemporal. El montaje incluso rompe a veces con la inmersión visual que se ha ido creando, como en el plano secuencia de seguimiento que, siempre bajo la lluvia, introduce la primera escena del crimen: plano que sin embargo se resuelve a destiempo, demasiados segundos después de que el agente haya cruzado la cinta policial levantada por un compañero para dejar pasar también a la cámara (ya que tras el caminante no hay nadie más). En realidad, más que un error que quebraría la suspensión de incredulidad, este detalle puede tener otro significado, como es el de invitar desde un comienzo al espectador a adentrarse con el protagonista en el infierno del que ni él ni nosotros somos aún conscientes. En este sentido, la primera parte de la película sigue una dirección un tanto incierta, al compás de las pesquisas infructuosas de los asesinatos; mientras que la segunda se asienta (con prolongadas secuencias climáticas como la caza al japonés en la montaña) en un escenario ya más familiar y a la vez desconocido, por brotar entonces con todo su impacto las raíces de la perversidad. En cierto modo es como si el director y guionista hubiese jugado con nuestras expectativas para terminar por devolvernos a esa esencia que alimenta todo este tipo de cine, que no es otra que la de la fatalidad del hombre. | ★★★★ |
Ignacio Navarro Mejía
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Corea del Sur, 2016. Título original: Goksung, 곡성. Presentación: Festival de Cannes 2016. Dirección: Hong-jin Na. Guion: Hong-jin Na. Productoras: 20th Century Fox / Side Mirror. Fotografía: Hong Kyung Pyo. Música: Jang Young Gyu & Dalpalan. Reparto: Do Won Kwak, Jun Kunimura, Jung-min Hwang, So-yeon Jang, Han-Cheol Jo, Woo-hee Chun. Duración: 156 minutos.