Dos acepciones del poder
crítica de El caso Fischer (Pawn Sacrifice, Edward Zwick, Estados Unidos & Canadá, 2014).
En un momento de la última película de Edward Zwick, El caso Fischer (Pawn Sacrifice), un abogado se cita con el protagonista del título para convencerle de que en nombre de su país se enfrente a la Unión Soviética en el campeonato mundial de ajedrez. Su principal argumento es que en la fase de la Guerra Fría posterior a la crisis de los misiles de Cuba, es necesario trasladar el antagonismo a escenarios más intelectuales que bélicos, manteniendo la rivalidad aún en una era de distensión. Fischer responde que a él no le interesa el plano político, sino simplemente la relación que se establece entre quienes están a ambos lados del tablero, y cómo cada uno contrarresta el movimiento del otro. Tras ello el susodicho abogado entra en una disquisición de que no es posible obviar el conflicto nacional y estatal, soltando argumentos acerca del patriotismo, la responsabilidad y la ilusión de la gente. Pero lo cierto es que podría haber replicado con una frase mucho más ilustrativa y escueta, recordando que esa descripción del ajedrez también se aplica a la política. Y más en el periodo en cuestión que, como indica su propia definición y hemos adelantado, se caracterizó por la falta de enfrentamiento directo y por un estado de tensión permanente, enraizado según Rémond en dos claves: una distinta concepción de la democracia en ambos bandos, y una competencia por la hegemonía territorial. No hay mejor metáfora para ello que la mente calculada y paciente de los contrincantes y la posición de ataque y defensa de las piezas que componen este deporte.
Por ello enseguida cobró connotaciones más trascendentes el duelo que libraron la joven promesa Bobby Fischer y el vigente campeón Boris Spassky en 1972, partida sobre la que gira la trama de esta cinta. Así pues, la misma descansa en esa dualidad, aunque sin explotar todo su potencial ni llegar hasta su esencia, como demuestra por cierto la falta de incisión sintética en esa primera reunión entre Fischer y su letrado, ayudante, secretario y lo demás que se fuera a prestar. En otras palabras, el guion del ahora muy prolífico Steven Knight discurre con un trazo un tanto grueso, y en su afán por hacer justicia tanto a la vida del personaje como al contexto histórico en que se enmarca desvía a veces demasiado la atención del núcleo conflictivo: dos hombres cara a cara con sus respectivos Estados a sus espaldas. Antes de llegar a tal escenario, un prolongado prólogo nos da pinceladas de la infancia del ajedrecista norteamericano, de sus tempranas paranoias de que siempre lo vigilaban y de su carácter irascible y exigente, propio de un genio que suele extenderse a toda gran figura. En este punto sí resulta provechosa la mirada abarcadora de Knight y el fiel seguimiento que de ella hace Zwick, ya que por otro lado se nos muestra cómo vive Spassky al margen de su interacción con Fischer, y observamos en él varios de sus traumas y manías. Teniendo en cuenta la presión y la opresión a la que están sometidos, cada uno a su manera, las alteraciones de sus emociones y su sociabilidad no sólo se explican por causas internas. Por tanto en esta comparación sí se unen bien los dos niveles.
«El guion del ahora muy prolífico Steven Knight discurre con un trazo un tanto grueso, y en su afán por hacer justicia tanto a la vida del personaje como al contexto histórico en que se enmarca desvía a veces demasiado la atención del núcleo conflictivo: dos hombres cara a cara con sus respectivos Estados a sus espaldas».
Ello no ocurre sin embargo en instantes más decisivos, como en la resolución del conocido como match del siglo. Hasta entonces la cámara de Bradford Young (también muy de moda en su departamento) y el montaje de Steven Rosenblum (colaborador habitual de Zwick) casi han obviado las partidas en concreto, centrándose en sus preparativos y en su contorno. Quizás se agradecería por una presunta mayoría del público a la que esta forma de ocio y profesión le parecería aburrida, y si así se quiere ir construyendo un suspense progresivo y concentrar el clímax en el citado match final, la maniobra tiene sentido. Empero este último no cambia demasiado de planificación, ya que las jugadas transcurren con precipitación una vez que se han ideado, y nos falta una secuencia concluyente donde las piezas encajen del todo. De hecho, el argumento de que los intríngulis de los movimientos nos resultarían fastidiosos no se aplica en verdad aquí, porque la película parte de esta conexión intrínseca entre el ajedrez y la guerra, y no hay mejor forma de retratar la mezcla de ímpetu y estrategia que dar especial significado a la polaridad entre peones, torres, caballos y alfiles. Así pues, es en el tablero donde debería residir toda la acción, donde el tiempo se detiene y la metáfora cobra cuerpo, no en los decorados que lo rodean ni en los intervalos más triviales que lo anteceden.
Ello habría exigido un enfoque menos convencional del que, pese a la ya comentada dualidad, encontramos en El caso Fischer. En él sólo se evita en parte el mal que suele aquejar a todo biopic, como es intentar recorrer la vida de su referente en un metraje demasiado condensado, en lugar de ceñirse a hitos relevantes. En este sentido se suceden las décadas e incluso se introducen las imágenes de archivo de rigor, incluido el epílogo con el Fischer real. Ello nos saca de la interpretación anterior que se le puede haber dado, en este caso a cargo de un Tobey Maguire entregado a la causa pese a sus diferentes estaturas y ademanes, consiguiendo que su personaje sea empático y lo entendamos (al menos a ratos) pese a sus múltiples tics y crisis. Frente a él aparece un convincente Liev Schreiber en el papel de Spassky, tanto más cuanto que habla en ruso durante todo el metraje, aunque hay que recordar que este actor ya tuvo que aprender este idioma en un trabajo anterior de Zwick: Resistencia (Defiance, 2008), algo que seguramente tuvo en cuenta el veterano cineasta de Winnetka a la hora de dar cuerpo a su proyecto. Asimismo hay actores consagrados en papeles secundarios, en particular Michael Stuhlbarg y Peter Sarsgaard como acompañantes y confidentes de Fischer, también personajes reales que realzan el poso y la verosimilitud del retrato. Pero como decíamos este no esquiva del todo las habituales críticas del género, pese a la intención que trasluce su título original. El sacrificio de un peón quiere decir aquí tanto el de la pieza en la partida como el del hombre que la dirige, sacrificado en efecto por las altas esferas de su país para tomar la delantera en su lucha táctica con el bloque opuesto, aunque ello pudiera deteriorar ya del todo su problemática vida personal. | ★★★ |
Ignacio Navarro Mejía
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos & Canadá, 2014. Título original: Pawn Sacrifice. Presentación: Festival de Toronto 2014. Dirección: Edward Zwick. Guion: Steven Knight. Productoras: Gail Katz Productions / MICA Entertainment / Material Pictures / PalmStar Media. Fotografía: Bradford Young. Montaje: Steven Rosenblum. Música: James Newton Howard. Diseño de producción: Isabelle Guay. Dirección artística: Jean-Pierre Paquet & Robert Parle. Vestuario: Renée April. Reparto: Tobey Maguire, Liev Schreiber, Michael Stuhlbarg, Peter Sarsgaard, Lily Rabe, Robin Weigert. Duración: 115 minutos.