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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica en serie | Stranger Things (Primera temporada)

    Stranger things

    Algo más que nostalgia

    crítica de la primera temporada de Stranger Things.

    Netflix | EEUU, 2016. Directores: Los Hermanos Duffer (capítulos 1, 2, 5, 6, 7 y 8), Shawn Levy (capítulos 3 y 4). Guionistas: Los Hermanos Duffer (capítulos 1, 2 y 8), Jessica Mecklenburg (capítulo 3), Justin Doble (capítulos 4 y 7), Alison Tatlock (capítulo 5), Jessie Nickson-Lopez (capítulo 6). Reparto: Winona Ryder, David Harbour, Finn Wolfhard, Millie Bobby Brown, Gaten Matarazzo, Caleb McLaughlin, Natalia Dyer, Charlie Heaton, Cara Buono, Noah Schnapp, Matthew Modine, Joe Chrest, Joe Keery, Rob Morgan, Shannon Purser, John Reynolds, Mark Steger, Chris Sullivan, Randall P. Havens. Fotografía: Tim Ives. Música: Kyle Dixon & Michael Stein.

    Resulta inevitable que la primera palabra que nos asalte la mente cuando pensamos en Stranger Things sea “nostalgia”. Y así queda patente en todos y cada uno de los análisis o comentarios que sobre la serie de Netflix podemos leer en la Red o en medios impresos, hasta el punto que cuesta trabajo encontrar alguna opinión vertida sobre la serie que no tenga que ver con esa añoranza de tiempos pasados. Es lógico y, como decía, ineludible, pues el motor que mueve este proyecto de los Hermanos Duffer no es otro que el sentimiento melancólico por las décadas de los 70 y 80 del pasado siglo que, de un tiempo a esta parte, domina parte de la producción audiovisual y literaria que más repercusión consigue entre las masas, concretamente desde que los críos que crecieron en esa época han ido obteniendo lugares de poder dentro del cine o la televisión y lo han utilizado para, como hicieran antes otras generaciones, intentar recrear aquello que les hizo amar un arte al que ahora se dedican. Esto no es nuevo, aunque quizá nuestra generación sea la que más fácil ha tenido volver a esos días añorados, gracias a la rapidez con la que la cultura pop va quemando etapas (haciéndolas rotar fugazmente para volver siempre al principio) y a lo sencillo que es actualmente emular hitos pretéritos gracias a la tecnología con la que contamos para volver al pasado. Es connatural al hombre buscar la comodidad de lo conocido e intentar crear paisajes físicos, emocionales o mentales que nos retrotraigan a tiempos mejores en los que todo nos resultaba más fácil, fresco y prometedor, especialmente en los días difíciles que nos ha tocado vivir y que pronostican un mañana peor. Por eso no dejamos de construir máquinas del tiempo sensoriales que nos devuelvan durante un par de horas a la inocencia y lo primitivo, aunque lo que otrora era expectativa ahora sea únicamente evocación. Pero nos gusta engañar a la mente, ir contra las leyes del tiempo e intentar revivir la emoción de las primeras veces, o reencontrarnos con la comodidad de lo ya conocido y experimentado, algo que finalmente termina en muchos casos provocando la más pura tristeza cuando llegamos a la conclusión de que, efectivamente, por mucho que intentemos volver allí, esos días no volverán porque ni nosotros ni el mundo en el que vivimos somos ya los mismos. Esto es lo que pasará cuando, las próximas navidades, muchos prefieran adquirir la resucitada NES de Nintendo antes que cualquier consola de última generación o unas gafas de realidad virtual, sólo para darse cuenta horas después de que los mandos se le quedan pequeños y los juegos les parezcan añejos y no tan divertidos como los recordaban. Es casi inevitable, pero hasta que llegue ese instante, la mera promesa de poder sentirnos otra vez como niños es algo que nos hace la existencia más llevadera y que nos genera ilusión. Y de esa ilusión (que incluso sirve para que recordemos con cariño cosas que antes nos parecían un infierno, como los deberes) nos nutrimos a veces y se aprovecha la industria para mantenernos enganchados al siguiente gran regreso al pasado que nos tiren a la cara y del que no podremos (ni querremos) escapar.

    Stranger things

    «Si son de los que añoran los buenos viejos tiempos en los que cada día podía ser una aventura, quizá deberían darle una oportunidad a la serie, porque es, junto a Super 8 (Super 8, J. J. Abrams, 2011), lo más cerca que van a estar de su niñez como espectador».


    Stranger Things es, como se nos había prometido, el gran juguete nostálgico del momento y, como suele ocurrir, ha sido recibido por muchos con alegría y por otros tantos con hostilidad. Los primeros se muestran satisfechos porque han visto en la serie de los Hermanos Duffer un resumen apañado de todo aquello que recuerdan haber experimentado a través de la pantalla hace tres décadas. Los segundos reniegan del invento porque consideran que la serie no es más que un pastiche de mil y una referencias batidas sin mucho criterio y regurgitadas con descaro y alevosía. Se podría decir que ambas facciones llevan parte de razón: en Stranger Things tenemos niños con bicicletas, búsquedas nocturnas por el bosque, seres de otra dimensión, padres ausentes, pandillas de inadaptados… y muchísimos guiños explícitos que no se conforman con copiar planos exactos, sino que va más allá e incluso utiliza escenas en vídeo de aquellas cintas y exhibe sus pósters promocionales en las paredes de las habitaciones de los protagonistas. Así que es comprensible que la palabra “copia” sea utilizada por los detractores de la serie, pero en realidad todo es tan evidente, tan “en tu cara”, que no es muy lógico quejarse de algo que está tan a la vista y que forma parte del invento desde sus propios cimientos. Es decir, Stranger Things copia, pero no lo oculta, no pretende engañar al espectador, sino que manda un mensaje sin ninguna mala intención y que se podría traducir así: “Sabemos lo que os gusta y os lo vamos a dar en cantidades industriales”.

    De este modo, quejarse de que Stranger Things se parece demasiado a E.T. El extraterrestre (E.T. The Extraterrestrial, Steven Spielberg, 1982) tendría tan poco sentido como criticar que Kill Bill Vol. 1 (Quentin Tarantino, 2003) se parezca demasiado a una película de artes marciales. Forma parte de su ADN y no tiene ninguna necesidad de ocultarlo. Y, de hecho, el sentido de su existencia es el de celebrarlo. ¿Así que es justo decir que Stranger Things es un pastiche? Pues sí y no. Sí es de recibo porque, realmente, a lo largo de las casi ocho horas en las que se dividen los ocho capítulos de esta primera temporada, desfila ante nuestros ojos un arsenal de referencias (la mayoría perfectamente reconocibles, otras más sutiles) con las que los Hermanos Duffer buscan rápidamente nuestra complicidad. Piensen en algunas de sus películas favoritas de los primeros cinco años de los 80 (especialmente si son producciones Amblin) y lo más probable es que tengan su eco en Stranger Things. Tengan por seguro que se van a usar muchas linternas y cigarrillos. Apuesten a que entre los chicos protagonistas va a haber uno con algo de sobrepeso. Pueden jugarse los ahorros a que los villanos serán miembros del gobierno o del ejército. Y, definitivamente, no se criaron en los 80 si no saben ya que el principal medio de transporte de los héroes será la bicicleta. Si esto les parece mal de entrada, no pierdan el tiempo. Quizá hayan perdido definitivamente la inocencia que un día guardaron en su interior. O a lo mejor son de esas personas que no toleran bajo ningún concepto que les toquen su infancia y consideran que Los Goonies (The Goonies, Richard Donner, 1985) son sagrados o que nunca, jamás, bajo ningún concepto, puede mostrarse a otra niña rubia angelical en pantalla acercándose a algo sobrenatural porque para eso ya está Carol Anne. Si es así, ahórrense el disgusto. Pero si son de los que añoran los buenos viejos tiempos en los que cada día podía ser una aventura, quizá deberían darle una oportunidad a la serie, porque es, junto a Super 8 (Super 8, J. J. Abrams, 2011), lo más cerca que van a estar de su niñez como espectador.

    Stranger things

    «Por encima de todo este dechado de buenas intenciones y de resultados más que satisfactorios, habría que citar algo en lo que parecen coincidir tanto los detractores como los defensores de la serie: la arrolladora presencia de la actriz de origen español Millie Bobby Brown en el papel de Eleven, un rol fantástico para una intérprete que supone la gran revelación de esta producción y que tiene talento suficiente para convertirse en una nueva Natalie Portman».


    Ahora bien, ¿queda algo interesante en la serie más allá del factor nostálgico? La respuesta variará dependiendo de la capacidad (o voluntad) que cada uno tenga para que los árboles le dejen ver el bosque, pero el que aquí firma se atreve a decir que sí: Stranger Things es algo más que nostalgia. Eso sí, no esperen un artefacto renovador que capture la esencia del cine de nuestra niñez y lo adapte a la época actual sin perder nada por el camino, porque esto no es Attack the Block (Joe Cornish, 2011). Tampoco es una revisión postmoderna y metalingüística como las excelsas Drive (Nicolas Winding Refn, 2011), The Guest (Adam Wingard, 2014) o It Follows (David Robert Mitchell, 2014). Y, por suerte, está muy lejos de las intenciones y los resultados de juguetes simpáticos pero engañosos como Kung Fury (David Sandberg, 2015) o Turbo Kid (Anouk Whissell, François Simard y Yoann-Karl Whissell, 2015), visiones adulteradas de lo que era el cine de los 80 que, por la manera en la que están filmadas y por cómo mezclan las referencias sin coherencia alguna, terminan por parecerse muy poco a aquello a lo que quieren imitar. Stranger Things es algo más sencillo que todo eso: si en lugar de una serie estuviésemos hablando de una película estrenada a mediados de los 80, la creación de los Duffer podría pasar perfectamente por una serie B surgida a raíz del éxito de E.T. y haber compartido estantería de videoclub con Una pandilla alucinante (The Monster Squad, Fred Dekker, 1986) y El secreto de Joey (Joey, Roland Emmerich, 1985). Con la excepción de algunos efectos digitales que no están a la altura de lo exigido, pero que a fin de cuentas no dejan de acercar la propuesta a ese espíritu de cine-bis, la mayor virtud de Stranger Things quizá sea su alta capacidad para parecerse a aquello a lo que aspira a homenajear, y en ese sentido no puede calificarse de otra cosa que de triunfo. Pero, como decía anteriormente, hay más en la serie aparte de esa habilidad mimética. Y esto es que, simple y llanamente, narra una historia atractiva e interesante que va in crescendo y que según avanzan los capítulos va desvelando capas ocultas debajo de la superficie de guiños y codazos.

    Empezando por la poderosísima fuerza hipnótica de los títulos de crédito y la banda sonora de S U R V I V E, cada capítulo nos sumerge en un terreno ya explorado pero no por ello menos atractivo, y lo que en un principio nos parecen simples arquetipos (el niño tímido protagonista, la madre histérica, el adolescente raro, el policía patoso) van adquiriendo alma, trasfondo y personalidad, desarrollando arcos dramáticos inesperados en algunos personajes y conduciéndonos a una conclusión no tan previsible como cabía pronosticar y que, para variar, cierra de manera satisfactoria casi todos los conflictos abiertos y deja algunos cabos sueltos para que podamos esperar una segunda temporada que funcione como secuela. La progresión que sigue la serie es digna de elogio: de un suspense suave y amable en los primeros episodios hasta un clímax más oscuro y terrorífico que recuerda a King, a Carpenter y a Lovecraft, el transcurso de los acontecimientos va tiñendo de drama y horror la historia, en la que entran en juego elementos conspiranoicos y metafísicos que enriquecen el argumento y convierten la serie en algo mucho más jugoso de lo que parecía en un principio, alternando minutos ligeros con otros asfixiantes y escapadas pirotécnicas que nos hacen pensar en Wes Craven y Fred Dekker. Todo ello sin perder de vista el que sería el muy spielbergiano gran tema de la serie: la pérdida de nuestros seres queridos y cómo superarla gracias al resto de nuestra familia y amigos. Pero, por encima de todo este dechado de buenas intenciones y de resultados más que satisfactorios, habría que citar algo en lo que parecen coincidir tanto los detractores como los defensores de la serie: la arrolladora presencia de la actriz de origen español Millie Bobby Brown en el papel de Eleven, un rol fantástico para una intérprete que supone la gran revelación de esta producción y que tiene talento suficiente para convertirse en una nueva Natalie Portman. Queda esperar la confirmación de si Stranger Things continuará y, sobre todo, cómo lo hará. Aunque, en el caso de que una segunda temporada no llegara a producirse, estos ocho episodios tienen entidad propia y un desenlace justo con el espectador, de modo que no es absolutamente necesario continuar la historia para dejar satisfecha a la audiencia. Pese a ello, qué duda cabe, queremos más. No sé si mejor, porque la frescura se habrá perdido para entonces, pero queremos saber qué ha pasado con Eleven, qué consecuencias tendrá la aparición de ese invitado sorpresa surgido de las entrañas de uno de sus protagonistas, qué o quién es exactamente el monstruo que acecha a los héroes y qué es y dónde está exactamente ese lugar al que llaman “Del revés”. Un consejo final: si ven Stranger Things, no pierdan el tiempo anotando en una libreta todas y cada una de las referencias que utiliza; limítense a disfrutar de este producto honesto y hecho con amor. | ★★★★★ |

    [1] Anexo: Crítica del episodio piloto de Stranger things por Adrián González Viña.


    Pedro José Tena
    © Revista EAM / Badajoz


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