Mujeres y engranajes
crítica de The Bletchley Circle / Primera y segunda temporada.
ITV | 2 temporadas: 7 episodios | Reino Unido, 2012-2014. Creador: Guy Burt. Directores: Andy De Emmony, Sarah Harding, Jaime Payne. Guionistas: Guy Burt. Reparto: Anna Maxwell Martin, Rachael Stirling, Julie Graham, Sophie Rundle, Mark Dexter, Hattie Morahan, Faye Marsay, Michael Gould, Steven Robertson, Nick Blood. Fotografía: John Pardue, Jake Polonsky, Adam Suschitzky. Música: Nick Green. Productoras: World Production.
El esposo la mira y se muerde el labio inferior, avergonzado, como diciéndole «querida no insistas más, no me hagas quedar mal frente al Subinspector Wainwright, no ves, acaso, que están por ascenderme y que mi carrera y mi imagen pública son hoy más importantes que nunca». Se trata, pues, de gestos mínimos y fugaces, que muchas veces pretenden sugerir algo distinto a lo que se dice, como aquel otro, merecedor él solo de un Óscar no otorgado; aquella pequeña mueca cómplice con la que Leonardo DiCaprio le daba a entender a Mark Ruffalo que sí, que en realidad había comprendido todo, que había logrado despertar de aquella fantasía montada por sí mismo para sobrellevar la responsabilidad en el asesinato de su esposa e hijos, pero que el dolor y los recuerdos se volvían tan insoportables que, frente a la disyuntiva planteada sobre «morir como un hombre bueno o vivir como un monstruo», decidía continuar fingiendo su enfermedad para recibir la lobotomía “liberadora” del impaciente doctor Jeremía Naehring (Max von Sydow), antes que continuar en ese estado de discernimiento casi absoluto, de intolerable contemplación de la verdad. Para la mayoría gestos imperceptibles, son únicamente comprendidos por aquellos que conocen la totalidad del mundo que albergan: Ruffalo lo intuyó porque había sido el psiquiatra de DiCaprio y había participado del último intento desesperado por su recuperación, esa calibrada simulación pergeñada por su superior, el humanitario doctor John Cawley (Ben Kingsley); nosotros también lo entendimos porque habíamos asistido al desvelamiento de su drama familiar y la exposición de su historia clínica a través de esas dos horas de metraje hábilmente diagramadas por Martin Scorsese en Shutter Island.
Del mismo modo, entendemos el significado oculto en aquel gesto del marido porque conocemos la historia que los ha llevado hasta ese punto. Sabemos que él, Timothy Gray, ha facilitado a su esposa Susan el encuentro con el Subinspector Wainwright para que ella pueda exponerle su extraña teoría sobre un femicida serial que mata siguiendo patrones geográficos. La teoría, de difícil verificación en aquellos momentos, y la insistencia de Susan en su validez terminan por avergonzar a Timothy frente a Wainwright, un antiguo colega en la Artillería Real durante la Segunda Guerra Mundial. Pero lo que ambos desconocen, lo que ni el reconocido Subinspector Wainwright ni el anhelante de reconocimiento Timothy imaginan, es que Susan no es una simple ama de casa que ha llegado a elucubrar semejantes ideas como consecuencia de su marcada afición por los rompecabezas y su destreza para hallar patrones. Susan (Anna Maxwell Martin) es algo más, pero ellos no lo saben. No sospechan siquiera que el valor de su servicio durante la guerra pueda llegar a ser igual —o quizás menor— a lo hecho por aquella mujer durante la misma época. He aquí la sorprendente revelación: Susan, madre dedicada y esposa ejemplar, es también una eximia criptógrafa que, como tantas otras mujeres en los años finales del conflicto, trabajó en la Escuela de Cifrado de Blentchley Park desentrañando los mensajes en código del ejército alemán. La falta de avales hacia su teoría que le dispensen tanto Wainwright como su propio esposo la orientarán hacia la búsqueda de “oídos atentos” en sus excompañeras de trabajo, en la expeditiva y resoluta Millie (Rachael Stirling), la joven y memoriosa Lucy (Sophie Rundle) —un recurso descriptivo este, el de la memorización visual, utilizado hasta el hartazgo en las series modernas— y la otrora superiora de todas ellas, Jean McBrien (Julie Graham). The Bletchley Circle, entonces, lejos estará de ser el club de lectura que simulen organizar en sus primeras reuniones, y pasará a señalar, sí, la voluntad conjunta de todas ellas de contribuir con sus capacidades al esclarecimiento de un caso que las toca directamente, el de una serie de femicidios interconectados. Luego vendrán otros de mayor envergadura, que involucraran las prácticas secretas del Ejército o los negocios de una organización delictiva, pero durante mucho tiempo The Bletchley Circle denotará la contribución de ese grupo de amigas unidas por preocupaciones en común y atadas por su pasado a la Ley Oficial de Secretos.
«Filmada emulando las imágenes límpidas y brillantes del cine de posguerra de Douglas Sirk, The Bletchley Circle es un reconocimiento a las mujeres de aquella época y de todas las épocas que, además, se permite tratar aunque no sea de forma pormenorizada al menos tangencialmente, temas como los roles intrafamiliares, los prejuicios sobre las mujeres y la violencia de género, cuestiones todas ellas de notable importancia para nuestros días».
Lo interesante de la serie es observar cómo Susan y las demás duplican la condición general de varias de las mujeres de aquél tiempo: al deber al hogar y a la pareja, se suma el del secreto que están obligadas a guardar sobre su paso por Bletchley Park. Como la renguera que aqueja a su marido, las secuelas que Susan acarrea desde finales de la guerra se expresan en el silencio impuesto y autosostenido, en la inhabilitación para contar quién fue y qué hizo, en el vacío dejado por el despojo de su profesión, al cual unos meros rompecabezas no alcanzan a colmar. Su obsesión por los sucesos policiales no es otra cosa que su tentativa por revitalizar la utilidad de sus valiosas habilidades. No hay que exigirle a The Bletchley Circle más de lo que está dispuesta a ofrecernos, esa es la clave para no salir decepcionados de esta experiencia. El que esperaba asistir al desarrollo de persecuciones frenéticas, asesinatos sangrientos o peleas coreografiadas ad infinitum, deberá reconsiderar su elección. Esta es una historia de mujeres con sobretodos y guantes de cuero, que capean el frío de las calles inglesas para intentar desentrañar crímenes y complots cuyas dimensiones y alcances las exceden por completo. Esto atenta un poco contra la plausibilidad de la trama, como hubiese observado Raymond Chandler, un autor que algo sabía sobre el arte de escribir policiales y que solía preocuparse por asuntos de ese tipo. No obstante, este no es un noir como aquellos que gustaba escribir Chandler, sino más bien uno clásico y típicamente inglés. Su cierta falta de credibilidad se expresa no solo en la distancia creciente entre la dificultad de los casos que deben enfrentar y los instrumentos básicos y limitados con los que cuentan (con apenas un puñado de hojas en blanco, algunos mapas y una serie de documentos, estas mujeres son capaces de desmontar una operación entera), sino también en la ridiculización de algunos personajes masculinos, lo cual, debemos decirlo, resulta prácticamente innecesario aunque el propósito haya sido resaltar comparativamente las figuras femeninas. Las protagonistas de esta serie gozan de su propia potencialidad de desarrollo como para andar dependiendo de minusvalías ajenas, razón por la cual se debería haber profundizado en sus historias de vida, en sus problemas y sus anhelos. En este sentido, otras miniseries policiales como River, Luther, The Fall o incluso Sherlock se muestran más equilibradas y dan mayor margen al recorrido por las aristas personales de sus protagonistas. Filmada emulando las imágenes límpidas y brillantes del cine de posguerra de Douglas Sirk, The Bletchley Circle es un reconocimiento a las mujeres de aquella época y de todas las épocas que, además, se permite tratar aunque no sea de forma pormenorizada al menos tangencialmente, temas como los roles intrafamiliares, los prejuicios sobre las mujeres y la violencia de género, cuestiones todas ellas de notable importancia para nuestros días. | ★★ ½ |
Nicolás Woszezenczuk
© Revista EAM / Buenos Aires