El cuento que nunca debió continuar
crítica de Las crónicas de Blancanieves: El cazador y la reina del hielo (The Huntsman: Winter´s War, Cedric Nicolas-Troyan, EE. UU, 2016).
Desde hace unos cuantos años, da la sensación de que las ñoñas historias de princesas han dejado de interesar como antaño, dando paso a una nueva fascinación por las mujeres que se esconden detrás de las villanas de los cuentos de hadas, así como por los motivos que las llevan a ser como son. El ejemplo más representativo de esta tendencia lo encontramos, claramente, en Maléfica (Robert Stromberg, 2014), superproducción de Disney que volvió a refrescarnos la leyenda de La bella durmiente pero mostrada desde la óptica de la malvada bruja que siempre conocimos, convertida para la ocasión, gracias a un caprichoso requiebro de sus guionistas, en una bella hada de corazón puro a la que una traición amorosa convirtió en un ser despechado y sin escrúpulos, sediento de venganza. Angelina Jolie estuvo inmensa en un rol ideal para el lucimiento de cualquier diva de su talla, eclipsando a una Elle Fanning que, como la princesa Aurora, fue poco menos que una convidada de piedra en la función. Dos años antes, en 2012, Julia Roberts y Charlize Theron habían competido por ser la definitiva madrastra de Blancanieves en sendas adaptaciones del cuento de los Hermanos Grimm que también priorizaban el protagonismo del mal frente a la siempre menos carismática heroína. Mientras que Mirror, Mirror (Tarsem Sing) enfocó la historia desde una óptica ligera y cercana a la comedia, con una Roberts encantada con su descafeinada versión de malvada, Blancanieves y la leyenda del cazador (Rupert Sanders) fue una revisión mucho más oscura y violenta, con una retorcida Charlize Theron que se erigía en el mayor efecto especial de un espectáculo de fantasía medieval, si bien poco memorable, al menos sí suficientemente cumplidor en su apartado visual. Pese a que la rentabilidad de la fórmula fue más bien justita (menos de 400 millones de dólares recaudados sobre un presupuesto de 170), sus artífices pensaron que sería una buena idea continuar explotándola en una aventura más, sacándose de la manga un extraño experimento, a medio camino entre precuela y secuela de Blancanieves y la leyenda del cazador, que nace como spin off alrededor del hasta ahora poco aprovechado personaje del cazador.
Las crónicas de Blancanieves: El cazador y la reina del hielo es el demencial título con el que la película aterriza en las salas de cine españolas e, irónicamente, refleja a la perfección el carácter oportunista y la poca creatividad de una costosa producción cocinada con prisas y desgana en los despachos de Hollywood, con la única finalidad de engrosar sus arcas en taquilla. De nuevo, la intimidante presencia de Theron como la hechicera Ravenna es el principal reclamo sobre el que se pretende sustentar la propuesta, aunque sus momentos en pantalla ocupan muchos menos minutos de lo que cabría desear en esta ocasión, sirviendo más como apoyo complementario al nuevo fichaje que ocupa su espacio como villana oficial de esta segunda entrega. Su hermana Freya, al igual que la Maléfica de Jolie, encuentra en el mal de amores el motivo para endurecer su corazón y desarrollar un inmenso poder como una reina del hielo que acaba exiliada en un lejano reino del norte –cualquier parecido con la Elsa del éxito de Disney Frozen: El reino del hielo (Chris Buck, Jennifer Lee, 2013) es, como mínimo, sospechoso–, donde se hace rodear de un ejército formado por niños capturados de diferentes aldeas, a los que prohíbe conocer el sentimiento del amor. Sin embargo, dos de estos chicos, Eric (el futuro cazador) y Sara, se rebelan contra tan absurda norma e inician un romance secreto que les convierte en la mayor amenaza contra la tiranía de Freya. Esta débil historia se revela poco generosa en sorpresas, a pesar de que los guionistas tratan de camuflar (con pobres resultados) su desangelada vacuidad con una sólo aparente complejidad narrativa, al volviendo a introducir en la trama la amenaza del tenebroso espejo mágico al que rendía pleitesía Ravenna en el anterior filme, convirtiéndolo en la fuente principal de los nuevos conflictos.
«El mayor lastre de esta obra, moderadamente entretenida, es su constante indefinición en todos los aspectos. La mayor parte del tiempo, la historia parece no tener claro en qué dirección va encaminada, siendo su ritmo un tanto irregular en muchos pasajes, así como las escenas de acción están resueltas de forma tan rutinaria que apenas deja alguna para el recuerdo».
Que Cedric Nicolas-Troyan, responsable de los efectos especiales de la primera película de Blancanieves, haya sido el elegido para continuar la saga en su salto a la dirección, es un detalle más que revelador que habla por sí solo de las pretensiones de un producto más preocupado en las ampulosas formas que en el fondo de una historia mínimamente consistente. El problema es preocupante cuando Las crónicas de Blancanieves: El cazador y la reina del hielo tampoco está a la altura de las circunstancias en el apartado visual, ya que los efectos digitales (salvo excepciones como en las escenas de los goblins que custodian el espejo) resultan un tanto artificiosos, llenando el bosque de ardillas, erizos y otros animales chapuceramente creados por ordenador. El montaje y las coreografías de peleas también están despachados con más desgana que auténtica inspiración, por mucho que Chris Hemsworth (en su registro habitual de héroe canalla y simpático) y Jessica Chastain (en el papel más plano de su carrera hasta la fecha), se esfuercen por salir airosos de sus roles de guerreros, aun cuando tienen que lidiar con una más que considerable falta de química romántica entre ambos. Emily Blunt, excelente actriz por otra parte, tiene el difícil reto de cargar con el antagonismo de la cinta sin palidecer ante la alargada sombra de Theron, pero lo cierto es que su actuación carece de la fuerza y la garra de la de aquella, por lo que el choque entre ambas mujeres en pantalla no llega a ser todo lo explosivo que se esperaba, quedando Blunt eclipsada en sus confrontaciones. En sus contadas apariciones, Theron vuelve a instituirse en la gran atracción de la cinta, continuando una actuación excesiva y cargada de sensualidad que casi llega a caer en el ridículo en los momentos en los que los grotescos FX la convierten (por obra y gracia del poder del espejo) en una variante del famoso T-1000 de Terminator 2: El juicio final (James Cameron, 1991).
El mayor lastre de esta obra, moderadamente entretenida, es su constante indefinición en todos los aspectos. La mayor parte del tiempo, la historia parece no tener claro en qué dirección va encaminada, siendo su ritmo un tanto irregular en muchos pasajes, así como las escenas de acción están resueltas de forma tan rutinaria que apenas deja alguna para el recuerdo. Ni siquiera acierta en el tono del relato, ya que sus planteamientos (ese amor que todo lo puede, más allá de la vida y la muerte) son demasiado ingenuos y superficiales para contentar al público adulto y, al mismo tiempo, algunos ingredientes violentos e incluso sensuales, la hacen inapropiada para un público más infantil. Eso, pese a que un grupo de enanos (no siete, sino cuatro en esta ocasión, entre ellos, un Nick Frost al que cuesta ver sin Simon Pegg a su lado) que acompañan a los protagonistas funcionan (aunque a veces cargan) como típica aportación cómica con la que dotar de un aire más familiar a la historia, que encuentra en el recuerdo de Willow (Ron Howard, 1988) y la saga El señor de los anillos de Peter Jackson a su mayor enemigo. Las crónicas de Blancanieves: El cazador y la reina del hielo, con todo su despliegue de medios propio de un abultado presupuesto, ni por asomo se acerca al maravilloso espíritu aventurero de la fantasía ochentera de George Lucas, por mucho que trate de imitarla, y, por supuesto, carece de una base literaria tan apasionante como la de J.R.R. Tolkien. Lo que aquí hay es un hueco intento de franquicia, que emborrona cualquier acierto (sobre todo a nivel de capacidad de transgresión) de su antecesora, vendiendo su (poca) alma al diablo con fines meramente comerciales. Un blockbuster (en su acepción más despectiva) tan desprovisto de personajes carismáticos o subtramas interesantes que en cada fotograma provoca una constante sensación de déjà vu que solo el público menos exigente sabrá recibir con una sonrisa cómplice en los labios. En cambio, quien acuda al cine en busca de algo novedoso o con unas mínimas aspiraciones artísticas que vayan más allá de unos vestuarios de ensueño, acabará decepcionado. Puede que el invento, pese a desperdiciar el talento de tres actrices de primera categoría como Charlize Theron, Emily Blunt y Jessica Chastain, siga continuando con el favor de la taquilla, pero sus responsables deberían plantearse si este plúmbeo universo expandido alrededor de la figura de Blancanieves da más de sí. | ★★ |
José Martín León
© Revista EAM / Madrid
Ficha técnica
Estados Unidos. 2016. Título original: The Huntsman: Winter´s War. Director: Cedric Nicolas-Troyan. Guion: Craig Mazin, Evan Spiliotupoulos (Personajes: Evan Daugherty). Productor: Joe Roth. Productoras: Universal Pictures / Perfect World Pictures / Roth Films. Fotografía: Phedon Papamichael. Música: James Newton Howard. Montaje: Conrad Buff IV. Vestuario: Colleen Atwood. Diseño de producción: Dominic Watkins. Reparto: Chris Hemsworth, Jessica Chastain, Emily Blunt, Charlize Theron, Rob Brydon, Nick Frost, Sheridan Smith, Alexandra Roach, Sam Claflin.