Hora del cierre
Crónica de la novena jornada de la 66ª edición de la Berlinale.
Los días han transcurrido con una curiosa velocidad. Desde su inauguración, la 66ª edición de la Berlinale prometía mucha más longitud. Pero ya se sabe: el tiempo es relativo y depende de la perspectiva del observador. De repente parece como si todo hubiese acabado por precipitarse hoy, 19 de febrero. Si ayer asistimos a uno de los días más esperados por la crítica, la proyección de la más reciente obra del filipino Lav Diaz —evento que, dado su carácter de estreno mundial y su considerable metraje, acabó acaparando toda atención—, esta mañana pudimos ver las últimas dos cartas ocultas de la sección oficial. Por una parte, A dragon arrives!, película del iraní Mani Haghighi que no pasó de despertar cierto interés a nivel visual. Por otra, completamente distinta, el polaco Tomasz Wasilewski ofreció una estupenda aproximación a la fractura sociopolítica que supuso para Europa el colapso del comunismo y la caída del Telón de Acero. United states of love supone una despedida cálida y muy acorde con la línea discursiva que hemos podido apreciar en el desarrollo y propuestas presentadas en la capital alemana. Un festival cuya intención ha sido incidir en la cuestión social y el compromiso. En realizar un compendio de los mejores retratos del signo de los tiempos mediante distintos instrumentos: apelando a la imagen directa y frontal, prácticamente sin mecanismos prestados de la ficción, pues la realidad que encontramos es tan avasalladora que no necesita artificios —en concreto, la crudeza visual de Fuocoammare, la impresionante verosimilitud de la teoría de Zero days—; exhibiendo el conflicto en la cotidianidad de la vida, sea cual sea su particularidad cultural —L’avenir, Hedi, Soy nero, 24 wochen—, o bien acudiendo a la metáfora en sus múltiples posibilidades, el recuerdo de los sucesos pasados —Cartas da guerra, A lullaby to the sorroful mistery—, o más cercana al presente —Mahana, Kollektivet, United States of love—. Y quizás la gran sintetizadora de toda esta coherencia discursiva sea Smrt u Sarajevu, de Danis Tanović, dado que ha conseguido aunar los acontecimientos que dispararon la I Guerra Mundial con la crisis internacional más actual. Hay quienes han declarado cierta decepción ante la lista a competición, acusándola de poco homogénea; nada más lejos de la verdad. Este certamen ha querido explorar las manifestaciones artísticas, los límites de la experimentación estética y el cambio de paradigmas narrativos, sí; pero con un pie en la tierra, en la situación inmediatamente presente de la actualidad global, con conflictos ineludibles que están mutando las fronteras geopolíticas y también las socioculturales. Porque, como reza el proverbio en palabras del historiador Paul Preston,« aquel que no conoce su historia, está condenado a repetir sus mismos errores».
A DRAGON ARRIVES!
Ejhdeha Vared Mishavad!, Mani Haghighi, Irán / Competición.
por Luis Enrique Forero Varela.
La experimentación artística, sobre todo en el lenguaje audiovisual y gracias a la inestimable ayuda de la tecnología actual, resulta un espacio casi ilimitado; un mundo donde verter cualquier idea, concepto, intencionalidad, lo que sea, y darle forma, llenarlo de contenido y generar una estética. “En esta vida se puede ser de todo, menos…”, en palabras del poeta Michi Panero, “…un coñazo”, si se me permite la cita. Porque, licencias poéticas aparte, lo cierto es que, en algunas ocasiones, una propuesta cinematográfica se enuncia con elementos destacables, innovación formal y un contenido llamativo, pero acaba chocando estrepitosamente frente al resultado final. Tal es el caso, en opinión personal, de la última proyección de la sección oficial de competición a la que asistimos en la 66ª edición del casi terminado Festival Internacional de cine de Berlín: A dragon arrives!, título en inglés de la nueva obra del director iraní Mani Haghighi. Se presentaba como una suerte de thriller con elementos sobrenaturales y una fotografía más que digna de mención. Y los títulos de crédito ofrecían ya algo de todo esto. Una muy bien elegida dirección de música generaba ligeras reminiscencias del mejor David Fincher. Se nos presenta entonces un personaje confuso y desmemoriado ante una grabadora en una sala de interrogatorios, el cual resulta ser policía, y comienza a narrar ciertos acontecimientos acaecidos (precisamente el día posterior al asesinato del primer ministro). Tal evocación despliega un muy sugerente poderío visual en la narración de cómo el detective Babak Hafizi (Amir Jadidi) acude a la isla de Qeshm, en el Golfo Pérsico, a investigar las extrañas circunstancias del suicidio de un prisionero político. En medio del desierto yace impasible un antiguo galeón abandonado, atribuido a la época del explorador William Baffin. Los acontecimientos paranormales que el detective presencia le causan enorme inquietud. Es por eso que decide reunir un equipo con el geólogo Behnam Shokouhi (Homayoun Ghanizadeh) y el técnico de sonido Keyvan Haddad (Ehsan Goudarzi). A partir de esta premisa, todo el entramado del filme entra en graves complicaciones, producto quizás de una excesiva ambición. A los flashbacks y lo sobrenatural se suma una conspiración que pretende silenciar a los protagonistas. Todo esto mientras se entabla un juego de metaficción en el que aparecen entrevistados, a modo documental, los personajes reales de aquellos acontecimientos, mecanismo implementado con buenas intenciones pero con un andamiaje demasiado endeble. Los personajes resultan más bien planos: parecen funciones necesarias para crear una suerte de tensión narrativa que no consigue atrapar al espectador, por ese mismo afán de abarcarlo todo. La catarsis final evita explicitar muchos de los elementos, provocando dudas acerca de si esta decisión fue consciente o acaso se trata de un terrible fallo de guión. Lamentablemente, A dragon arrives!, tal vez en manos de alguien más experimentado, un equipo con la mitad del presupuesto y el doble de ingenio podría haber hecho una película notable. (25/100)
UNITED STATES OF LOVE
Zjednoczone stany miłości, Tomasz Wasilewski, Polonia / Competición.
por Víctor Blanes Picó.
El término de nuevo cuño «micromachismos» hace referencia a las pequeñas acciones cotidianas incrustadas por herencia en la sociedad patriarcal y que, sin incurrir en violencia física, suponen una discriminación de género. No es que la nueva película del polaco Tomasz Wasilewski trate exactamente sobre el machismo, pero si que lleva a la escala micro la opresión hacia las mujeres de una sociedad en pleno cambio. La trama se centra en los deseos de cuatro mujeres que conviven en una pequeña comunidad rural de Polonia a finales de los años 80, justo cuando el movimiento opositor encabezado por el sindicato Solidaridad apoyado por la iglesia había logrado derrotar el sistema comunista para restablecer de nuevo la democracia. En este contexto, del que no se puede extraer lo que cuenta la película, Agata, Renata, Marzena e Iza buscan, ante todo, amar y ser amadas, escapar de la feminidad impuesta por la sociedad y encontrar su felicidad alejada de lo cánones establecidos. La opresión no siempre implica apuntar a la cabeza con una pistola al oprimido. Es justo cuando enraíza en lo cotidiano cuando encadena más al individuo y lo ata física y psicológicamente a un modelo patriarcal. United States of Love está construida desde esta perspectiva. Wasilewski prefiere poner el foco en la intrahistoria a la grandilocuencia de las personalidades destacables. Es desde la cotidianeidad de las mujeres de a pie desde donde construye un discurso mayor que dibuja el frustrante sentimiento de cambio. Salpicada sutilmente por pequeños elementos contextuales (el despido de la profesora de ruso por la de inglés, el cambio de nombre del colegio por el del sindicado Solidaridad), la película crea la atmósfera histórica precisa para, también desde la contención y sutileza sentimental, desarrollar los cuatro personajes femeninos. Todo en la película ocurre entre líneas. La lectura unívoca de la mujer y del amor se dinamita para presentar todo un mosaico de anhelos, inseguridades y frustraciones que son un reflejo de toda una sociedad podrida que abraza nuevos cánones, como la religión o el capitalismo, que les abocan a los mismos fracasos. La magnífica fotografía del rumano Oleg Mutu, responsable de cintas como 4 meses, 3 semanas, 2 días, aporta a la película la profundidad visual y emocional que requería la historia. La tonalidad desaturada de los colores y la dirección seca y directa de Wasilewski crean no solo de la atmósfera propia de otras producciones ambientadas en la época comunista en el este de Europa, sino que le proporciona la belleza necesaria para que los conflictos de estas cuatro mujeres se transmitan de manera clara y precisa sin recurrir a la evidencia. Al fin y al cabo, la estética apagada del filme remite directamente al sentimiento interior de sus cuatro protagonistas, uniendo forma y fondo de manera magistral. (85/100)
NAKOM
Kelly Daniela Norris, T.W. Pittman, Ghana / Panorama.
por Víctor Blanes Picó.
Una constante temática en el cine africano actual es la tensión existente entre el mundo rural y el urbano, entre aquellos pocos que terminan su educación y consiguen trasladarse a la ciudad para continuar sus estudios. Bien es cierto que este conflicto existe o ha existido en la mayoría de países y sociedades actuales, pero en un lugar como África, donde el peso de las tradiciones, las costumbres y los roles sociales es tan fuerte, este tipo de historias cobra un significado especial. El peligro, sin duda, es caer en la vertiente documentalista y acabar dando más protagonismo a intentar capturar el estilo de vida de estas gentes para cautivar a espectadores occidentales e ir dejando a un lado el verdadero argumento que da sentido a la cinta. En muchas ocasiones, el resultado son producciones que no acaban de definir sus objetivos y muestran su torpeza narrativa yendo y viniendo entre su vertiente etnográfica y su voluntad cinematográfica. Nakom, de algún modo, escapa a esta dicotomía consiguiendo que el contexto emane de manera orgánica de la trama. Dando la importancia necesaria a la historia de Idrissu, un joven que debe volver a su pueblo natal Nakom por la repentina muerte de su padre y hacerse cargo de la granja familiar, los directores consiguen ir desgranando poco a poco las estructuras sociales del interior de Ghana. Su puesta en escena es sencilla: una buena fotografía para destacar los contrastes entre colores y texturas, el uso de la música tradicional como vector de los sentimientos de los personajes, un montaje dinámico, una dirección con algunos detalles artísticos y estilísticos más desarrollados… un estilo convencional pero que funciona, transmitiendo durante todo el metraje un tono amable y cercano que sienta bien a sus intenciones. Sin embargo, es el tratamiento de su final lo que la hace abandonar cualquier intento de endulzamiento o condescendencia. Alejándose de la resolución naïf de este tipo de conflictos, la película prefiere reafirmar esta tensión y, puede que por miedo a sonar moralista o por una voluntad modernizadora, presenta una conclusión agridulce y más madura de lo que nos hacía presagiar. Nakom es, en definitiva, una cinta con todos los ingredientes del cine africano actual, pero con algunos detalles que dejan ver un voluntad de ir un poco más allá en la representación. (65/100)
NUNCA VAS A ESTAR SOLO
Álex Anwandter, Chile / Panorama.
por Víctor Blanes Picó.
Hace unos 3 años, un joven de 20 años fue torturado y asesinado en Santiago de Chile solo por ser gay. Este hecho inspiró al músico Álex Anwandter para realizar su primer largometraje. Pero Nunca vas a estar solo no es una película al uso dentro de la temática queer. El foco de la cinta cambia del hijo al padre una vez se ha consumado la atrocidad para hablar del día después, de lo que ocurre en el pobre entorno del joven mientras este se debate entre la vida y la muerte en el hospital. Así, el director evita volver a realizar el retrato del joven gay y la discriminación de sus vecinos para centrarse justamente en ese entorno, en la reacción de una sociedad intransigente de doble rasero acostumbrada a mirar hacia otro lado. Un giro muy interesante que le permite experimentar formalmente con la trama y que abre nuevos caminos para la cinta.
La ciudad se nos muestra siempre cubierta por la niebla, un espeso manto que cubre las vidas de sus habitantes, estableciendo ese color grisáceo y apagado que tiene la fotografía. La sombra y la penumbra cobran especial importancia a la hora de mostrar a los personajes. Aparecen envueltos de una atmósfera tenue desestabilizante y sus siluetas se presentan a contraluz, como buscando el anonimato de la oscuridad. Este trabajo visual de desenfoque constante proporciona una acertada entidad estética muy marcada a la película. Ayuda también la música, que combina el uso de boleros en momentos de ritmo opuesto (escenas de sexo, discusiones) con composiciones de cuerda angustiantes. Si bien su puesta en escena demuestra el detenido trabajo de preparación que hay detrás de la cinta, es en la construcción de su segunda mitad donde falta un poco más de desarrollo. Algunos montajes paralelos, planos introspectivos y repeticiones de ciertas imágenes que funcionan como metáfora no acaban de encontrar su sitio en la trama. En lugar de cumplir con su objetivo, que no es otro que ayudar a transmitir la evolución del padre, entorpecen su desarrollo y evidencian una estructura con algunas lagunas. El resultado son algunos momentos de punto muerto que hacen languidecer su discurso. Empero no estamos ante una película fallida. Más bien, se trata de una ópera prima a la que le falta un toque de madurez para acabar de ser redonda. (68/100)