«Siento al cine como un ser vivo con alma».
«Creo que mis películas no suelen dejar a nadie indiferente. Hay quien me dice que le han hecho sentir una gran conexión, y quien me dice que no ha conseguido entrar en ellas en absoluto», advierte Apichatpong Weerasethakul. El tailandés, elevado a los grandes altares del cine contemporáneo por la crítica y condenado a la vez al ostracismo de los circuitos comerciales, parece ser consciente de lo especial que es su obra. En el pasado Festival de Gijón (que le dedicó una retrospectiva completa), el director estuvo presentando el pase de su nueva cinta, Cemetery of Splendour, que gira en torno a la experiencia de una voluntaria en un hospital que acoge a soldados afectados por una enfermedad del sueño. La advertencia previa que lanzó al público no puede ser más expresiva: «Mi manera de hacer cine está basada en cosas que no puedo expresar en palabras. Les pido que se dejen llevar, que floten en la película. Descarten la lógica del tiempo. Y duérmanse si les apetece, me parece bien». El de Apichatpong es un cine de la experiencia, de compartir la vivencia personal de tiempos y espacios. Un cine cuya conexión apela a lo intuitivo más que a lo narrativo. Esta pequeña entrevista, por tanto, se plantea como un intento de buscar formas de acercarse a los misterios que pueblan sus imágenes.
¿A partir qué elementos podríamos decir que compone su cine? ¿Y de qué influencias previas parte?
A partir de algunas cosas que tengo en la cabeza. Suelo basarme en mis recuerdos, mis sueños, lo que leo en libros o revistas... La historia viene después. En cuanto a las influencias, normalmente cito al cine iraní, a Spielberg, Tsai Ming-liang, Hou Hsiao-Hsien, Chantal Akerman... Son cineastas que me han inspirado para encontrar mi propia luz y representarla en la pantalla. Ahora bien, esta respuesta ha cambiado con los años. Porque cada vez he ido mirando más a lo que tengo en casa, a las cosas que me llenan y que echaría de menos si perdiera. Mis perros, mi novio, mis árboles... Ahora son mi mayor fuente de inspiración.
En el caso de Cemetery of Splendour, ¿cuáles fueron esas ideas que tenía en la cabeza al empezar?
La política, sobre todo. En Tailandia se ha hecho muy difícil no hablar de política, y es algo que también ha afectado al cine. Quizá los turistas no lo noten tanto en las calles, pero hay muchos temas tabú que han llevado a varios de mis compañeros a la cárcel, y yo mismo siento que a la gente le interesan cada vez más mis opiniones ideológicas y menos el contenido de mis películas. Así que quería compartir la experiencia de vivir en un sitio tan absurdo como es ahora mismo Tailandia, un sitio donde cuesta distinguir entre sueño y realidad. De hecho, planteé la filmación desde la perspectiva de uno de esos soldados durmientes que aparecen en ella, que quieren despertar pero que a la vez no saben si lo que viven es real o soñado. También me inspiré en una inquietud personal. Mi obstinación por dormir. En los últimos años cada vez duermo más y más. Y me obsesiono mucho con mis sueños, los escribo siempre. Hay una conexión entre las dos ideas, entre sueño y política. Porque la dictadura tailandesa te crea una necesidad de escapar a una realidad diferente, a refugiarte en tus sueños.
También es la primera película que rueda en su pueblo natal en la provincia de Khon Kaen. ¿Cómo han intervenido sus recuerdos?
He recurrido a mi memoria de rostros y lugares. Creo que eso le da cierta luminosidad a la película, pese a que el tema de fondo sea algo pesimista, porque al fin y al cabo contiene la vida del sitio en el que yo nací y crecí durante veinticuatro años. Mis padres eran médicos y vivíamos en un pueblecito en el que había poco más que un área hospitalaria, una escuela y un cine. Por eso la película combina esos tres lugares. Para mí es como una despedida a los recuerdos de mi infancia en una localización que ahora ha cambiado. Más aun, como una forma de cerrar el círculo, porque esta será mi última película rodada en Tailandia [en entrevistas posteriores, Apichatpong anunció que filmará su siguiente proyecto en Sudamérica]. Aunque tengo que aclarar que no sólo se trata de mi memoria. Al ir perfilando la película también introduje los recuerdos de Jenjira Pongpas, la actriz principal. Los que ella tiene de la región nordeste de Tailandia y algunos detalles de su vida real, como su matrimonio con un soldado americano o la enfermedad de su pierna.
¿Tiene alguna manera de intentar transmitir estos recuerdos a sus espectadores, de hacer que ellos puedan tener una experiencia propia con ellos?
No exactamente. Me planteo mis películas como algo que ruedo para mí mismo, buscando la mejor manera de plasmar en la pantalla las ideas que tengo acerca de mis recuerdos. Con suerte, el público podrá recurrir a su propio tiempo y a su propio ritmo para interpretarlas. Pero no me preocupa demasiado si pueden hacerlo o no.
Ha afirmado que no cree en principios budistas como el karma o la reencarnación.
Exacto. Me parece que no son más que formas de control social, de hacer a la gente conformista. Yo solía creer en el karma sin cuestionamientos, así es como me educaron. Pero he podido replanteármelo. Pasa lo mismo en todas las religiones, te hacen creer en algo que no puedes demostrar y que es una pérdida de tiempo y de esfuerzos.
Cemetery of Splendour de Apichatpong Weerasethakul |
Con todo, su cine se suele considerar muy trascendente. ¿Se puede decir que es un tipo de búsqueda espiritual?
En cierto modo sí. Me interesa sobre todo cómo la espiritualidad se relaciona con la vida diaria, porque a veces pensamos erróneamente en ella como algo situado en un estrato diferente de la existencia. Se la tiende a ver como algo opuesto a la ciencia, cuando yo creo que los descubrimientos científicos pueden conectarse con la experiencia espiritual. Saber cómo funcionan nuestros cerebros puede hacer más pura esa experiencia y alejarla de ideas sin sentido como el karma o la reencarnación.
En sus películas también hay una confrontación muy llamativa entre escenarios naturales y urbanos. ¿Le mueve una especie de atracción por la naturaleza?
Sí, sí. Digamos que es una combinación de varias cosas. No me gusta la ciudad, así que rodar es casi una excusa para salir de ella y disfrutar de la naturaleza con los miembros del equipo. Y a la vez, es un reto estar en un ambiente natural. Te sientes parte del mundo, parte de la tierra y del sol. Cuando haces una película, tienes que ser consciente de eso. Lo que se traslada al trabajo con la iluminación. Las luces y las sombras tienen que conectar de algún modo con ese sentimiento. Así que a un nivel técnico, necesitas planificar muy bien detalles de continuidad y de planos.
¿Le preocupa que podamos estar perdiendo una conexión con la natureleza?
Estamos yendo por un camino diferente en ese sentido, eso está claro. Pero no sé si hablaría de perder. Mi cine muestra ese cambio sin decir que sea bueno o malo. El de naturaleza, además, es un concepto difícil. Porque se está transformando y porque se aplica a muchas cosas. Va más allá de la jungla, que es su parte más visible en mis películas. La palabra naturaleza tendrá un significado diferente para la generación de mis nietos al que tiene ahora para nosotros.
¿Y respecto a lo religioso? Pienso en personajes de sus películas como el monje de Síndromes y un siglo que sueña con ser un DJ. ¿Es una forma de retratar una pérdida de la espiritualidad en Tailandia?
Es una forma de retratar que se están perdiendo sus formas. Pero no es algo malo. Simplemente una transformación. El corazón sigue ahí, seas budista, de otra religión o incluso no creyente. Esos ritos, esas costumbres que se están dejando atrás, son sólo una coraza. Lo que me gusta expresar en mis películas es que estos cambios de coraza llevan sucediendo muchos siglos.
Aun así, ¿alguno de esos ritos institucionalizados del budismo le resulta interesante al plantear sus películas?
La idea de la meditación, sobre todo. El tomar una conciencia profunda de uno mismo y de la propia existencia. Aunque tengo muy en cuenta que el cine puede ser justamente lo opuesto a eso. Te puedes perder a ti mismo al ver una película, olvidarte de tu propia existencia. Es lo que suele buscar Hollywood: tratar de hipnotizar al espectador, que sea arrebatado por las imágenes de forma pasiva. Por eso, cuando yo hago una película, me interesa lo artificial del cine. Transmitir que lo que estás viendo no es real. Hacerte consciente del hecho de que estás ante una película, usando recursos como que los personajes miren a la cámara. Para mí es una forma de intentar involucrar al público del mismo modo que hago en mis instalaciones.
Usted ha experimentado con muchas formas de expresión. ¿Cuáles son las especificidades que ha encontrado en el cine?
Bueno, antes decía que planteo mis películas desde cosas que tengo en la cabeza. Conceptos, ideas, palabras, colores, lugares... Para mí las películas no son grandes historias, porque para eso ya están los libros. Son otra cosa por sí mismas. El cine es la existencia de una experiencia invidual. Yo lo siento como si fuera un ser vivo que tiene alma. Que puede viajar y a la vez hacerte viajar. Es la herramienta de la libertad. Incluso creo, de forma inocente, que su impacto se puede usar para mejorar el mundo, y cada vez más con los avances tecnológicos. Creo que incluso el conflicto en Tailandia se podría resolver con el cine.
Miguel Muñoz Garnica
Lugar: 53º Festival de Gijón
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