El necesario y decepcionante tributo a un grande de Hollywood
crítica de Trumbo (Jay Roach, EE.UU, 2015).
Hay pocos episodios tan vergonzosos en la Historia de los Estados Unidos como el macarthismo. Tras la Segunda Guerra Mundial, los americanos inician una Guerra Fría con la URSS cuya maquinaria de paranoia colectiva haría estragos entre su propia población. La llamada “caza de brujas” condenó al ostracismo a cientos de personas acusadas de traición a la patria. El delito: ser comunista. Los medios de comunicación daban cuenta diaria de esos procesos arbitrarios contra políticos y periodistas; una nube sombría que se extendió rápidamente alimentada por el miedo y las delaciones. Hollywood tampoco escapó a esa nube. La fabrica de sueños, la fortaleza del glamour y del éxito pasó a ser un “nido de rojos”, y escritores y directores los principales objetivos de esa caza de brujas. «Papá, ¿eres un… comunista?», pregunta la adorable hija de Dalton Trumbo a su padre. En 1943, año en el que arranca la película, Trumbo era el guionista mejor pagado de la industria, y no escondía sus ideas políticas sobre igualdad y derechos de los trabajadores. Pero Hollywood no estaba dispuesto a asumir el precio. Directores y actores como Cecil B. De Mille, Frank Capra, John Wayne o Gary Cooper, se pusieron al servicio del Comité de Actividades Antiamericanas para perseguir a sus propios compañeros.
Partimos de la premisa de que la industria cinematográfica americana ha hecho borrón y cuenta nueva con su propia historia. Son muy pocas las películas que abordan el tema, quizá porque demasiada gente fue cómplice de ella. Buenas noches y buena suerte (George Clooney) y Caza de brujas (Irwin Winkler) son dos de los pocos ejemplos. Trumbo es, en este sentido, una obra noble que narra con nombres y apellidos los detalles de un capítulo que aún remuerde conciencias (en la memoria reciente está la tibieza con la que el teatro Kodak aplaudió a Elia Kazan por su Oscar honorífico en 1999). La cinta narra la exitosa carrera de Dalton Trumbo hasta que Hollywood le envía a la lista negra y como desde allí consigue ganar, gracias a su ingenio y a un seudónimo, dos premios de la Academia por Vacaciones en Roma y The Brave One . «Las respuestas que constan de un si o un no, sólo pueden ser contestadas por un idiota o un esclavo», proclama Dalton Trumbo frente al tribunal que le estaba juzgando. Con esta frase recogida literalmente en la película, Trumbo se erige como uno más de esos héroes americanos que pueblan su cine. Estados Unidos, ese lugar donde el lobo es un lobo para el hombre (y por eso se arman hasta los dientes) y la individualidad se celebra sobre el bien colectivo (y por eso se arman hasta los dientes), Dalton Trumbo representa al hombre de principios firmes que desafía el sistema y gana. Un David comunista contra el Goliat capitalista. Y por ello, aunque la palabra comunista aún sea tabú, Hollywood le debía este homenaje a uno de los mejores escritores de su historia.
Pero, ¿qué habría pensado Dalton Trumbo de su biopic? ¿La hubiera disfrutado? La respuesta en nuestra opinión es que no, porque el problema del filme reside, irónicamente, en el guion. John Macnamara (Aquarius, Lois y Clark, las aventuras de Superman) firma un libreto plano, con pretensiones cómicas poco logradas y que mezcla drama y comedia de forma un poco arbitraria. Lo que nos queda claro del texto es la admiración de Macnamara hacia Trumbo, a quien retrata como el genio que fue, poniendo el énfasis en el extravagante (escribía en la bañera) y explosivo carácter del personaje. Macnamara se ha apoyado en el libro escrito por Bruce Crook (coautor del guión) en 1977. La dirección de Jay Roach, responsable de Los padres de ella y Austin Powers, no consigue enmendar los fallos del guion. Puede ser que la tendencia de Roach a las comedias de gags pesara más que el enfoque serio de Macnamara, pero el resultado se queda a mitad de camino. El acertado casting de Trumbo es un punto a favor. No es poca cosa. Un biopic que depende de tantas caras conocidas podría haberse ido a pique por un mal casting, como le ocurrió a Leonardo di Caprio interpretando a J. Edgar Hoover en J Edgar, o a Val Kilmer con Jim Morrison en The Doors. La fórmula pasa por dos partes de parecido físico y una muy generosa de talento, bien mezclado, para que nos creamos a los falsos Edward G. Robinson (Michael Stuhlbarg), Kirk Douglas (Dean O'Gorman) o John Wayne (David James Elliott), que pueblan el filme. Pero los aciertos más redondos son, sin duda, los de Bryan Cranston y Helen Mirren. Es un auténtico goce ver a la actriz británica (tan elegante, tan sexy a los 70 años) como la pérfida Hedda Hopper, poderosa columnista de cotilleos. Y qué decir de la estrella de Breaking Bad, Bryan Cranston, como Dalton Trumbo, confirmando lo que ya vimos en televisión: que es un actor complejo y sólido. Cranston y Mirren son lo mejor de este tributo a uno de los genios de Hollywood, homenaje necesario y entretenido a ratos, pero decepcionante. | ★★ |
Inés Esteban González
© Revista EAM / Nueva York
Ficha técnica
Estados Unidos, 2015, Trumbo. Director: Jay Roach. Guion: John McNamara, Bruce Cook (libro); Reparto: Bryan Cranston, Diane Lane, Helen Mirren, John Goodman, Elle Fanning, Louis C.K., Michael Stuhlbarg, David James Elliott, Roger Bart, J.D. Evermore, Mark Harelik, Peter Mackenzie, Toby Nichols, Becca Nicole Preston, Elijah Miskowski. Dirección de fotografía: Jim Denault. Montaje: Alan Baumgarten. Música: Theodore Shapiro. Vestuario: Daniel Orlandi. Diseño de producción: Mark Ricker. Producción: Kevin Kelly Brown, Michelle Graham, Monica Levinson, Michael London, Nimitt Mankad, John McNamara, Kelly Mullen, Shivani Rawat, Janice Williams. Productoras: Groundswell Productions / Inimitable Pictures / ShivHans Pictures. Duración: 124 minutos.