La metamorfosis de Moro
crítica de Langosta (The lobster, Yorgos Lanthimos, Grecia, 2015).
La búsqueda del amor es una invención incorrecta, incoherente y vilmente manipulada por los estudios cinematográficos para que, cada 14 de febrero, la gente invierta cantidades ingentes de dinero y, lo que es peor, deposite toda su esperanza en encontrar a su media naranja; otro término absurdo que hace referencia a la falaz teoría de que en algún lugar del planeta existe una persona que reúne unos requisitos de compatibilidad absolutos con nosotros, y al primer contacto visual con ella sabremos —sabremos, y punto—, que "él/ella es el/la indicado/a, pausa-suspiro”. El resultado de esta búsqueda desesperada, para aquellos pobres pusilánimes que han estado influenciados por las rom-com de sobremesa hasta el punto del lavado de cerebro, suele ser tan catastrófico como la bancarrota absoluta o la depresión aguda e irreversible al comprobar, con una mezcla de espanto y ofensa, que esa media naranja a la que por fin han dado caza con total certeza, no cumple, una vez estudiado con proyección el venidero romance, los requisitos imprescindibles de idoneidad, ya sea por una discrepancia geográfica, un fallo de correspondencia o por tratarse el susodicho "semi-anaranjado", de un gato, un perro o una langosta (muchos han sido los casos de enamoramiento entre hombre y langosta, acabando casi todos ellos en desgraciados incidentes de canibalismo). Pese a que las relaciones entre humanos y animales son cada vez más frecuentes en nuestra sociedad (como también lo es la toxoplasmosis y, casualmente, —aunque quizá sin relación alguna—, la alergia al gluten), las explícitas reglas impuestas por Yorgos Lanthimos en su creación de un universo amorosamente distópico, establecen que las personas han de, llegada una edad, emparejarse con un par humano para poder continuar disfrutando de la bipedestación y (aunque quizá esto no sea tan necesario en la mencionada sociedad) el raciocinio. Así comienza The Lobster, el último desvarío sardónico del director de la revolucionaria Canino (Kynodontas, 2009).
Y precisamente una langosta es el animal escogido por David para, en caso de no cumplir con la fecha límite establecida por la “residencia de esparcimiento” en su romántica empresa de encontrar pareja, pasar sus últimos días en la tierra de esa guisa: “crustaceiforme”. Esa es la premisa principal del nuevo experimento sociológico de Lanthimos, en el que presenta una humanidad exenta de soltería, donde las ciudades están pobladas por parejas “felices” y todos los desgraciados solitarios se ven obligados a confinarse en centros de emparejamiento preventivos o, si lo prefieren, huir hacia los despoblados suburbios de las ciudades y establecer comunas sediciosas de supervivencia, convirtiéndose así en un problema para el sistema y, por lo tanto, en un potencial objetivo a eliminar. “El delito mayor del hombre es haber nacido”, comentaba hace cerca de 400 años Calderón y, ¡cuánta razón tenía el aurisecular dramaturgo!, y ¡qué desazonadoramente actual resulta ese verso! El director griego utiliza la estricta premisa del emparejamiento preceptivo como ejemplo metafórico de la completa privación del libre albedrío. Para ello, la cinta seguirá los pasos del mencionado David, un timorato y medroso Colin Farrell, desde el momento en el que entra al centro de terapia y se le ofrece un período de gracia de 45 días —prorrogables según un sistema de recompensas por “buen comportamiento”— disfrutando de todo el lujo y el confort de su nueva residencia antes de ser animalizado. No tardará en darse cuenta de que, por mucho empeño y tiempo que dedique a su cometido, sus posibilidades de terminar en una pecera o en una cazuela son cada vez mayores, por lo que decidirá buscar una alternativa que comience con un plan de fuga. Así es como el protagonista conocerá a un grupo de rebeldes con quienes comparte una afinidad mucho mayor que con cualquiera de las mujeres a las que había conocido anteriormente, aceptando sin mucho miramiento las necesarias normas que este grupo exige para poder admitirlo como nuevo integrante de su comunidad.
«Siguiendo unas pautas similares a las de las grandes “comedias de amenaza” que encumbraron a Harold Pinter, The Lobster se muestra tan irónica en su texto como onírica en sus formas».
El director acierta a mostrar dos regímenes de gobierno aparentemente antagónicos: la oligarquía institucional y la democracia oprimida que, una vez analizados, resultan más similares de lo que cabría esperar. Para ello recurre a la representación de dos mundos paralelos mostrados por medio de dos historias correlativas. Pese a reflejar unos hechos ocurrentes de forma simultánea, al compartir ambas lecturas un mismo protagonista, se descarta (deliberadamente) la posibilidad de utilizar varias líneas espacio-temporales en beneficio de una única narrativa lineal, que exponga los sucesos ocurridos de forma cronológica y sin grandes saltos. Los líderes de ambos grupos, y esto se hace extensible a la práctica totalidad de las instituciones jerárquicas, son representados como dos dictadores que se esfuerzan para que todos los miembros de su colectivo cumplan al pie de la letra unas normas que, supeditadas a cambios más o menos significativos, siempre constarán de unos preceptos básicos e inalterables aceptados de manera dogmática por cada nuevo integrante y asumidos por los más antiguos como algo incorruptible y beneficioso para el bien global. El oprimido es, por lo tanto y según Lanthimos, un reflejo del propio opresor; esperando paciente a que a su oponente le llegue la hora de ceder terreno para, entonces, apoderarse del poder y continuar con la misma actitud tiránica que hasta el momento había censurado en su predecesor. La base es, como podemos apreciar, puramente política, pese a ello, no debemos pasar por alto el grandísimo toque satírico con el que el director ha dotado a cada diálogo y a cada secuencia. Siguiendo unas pautas similares a las de las grandes “comedias de amenaza” que encumbraron a Harold Pinter, The Lobster se muestra tan irónica en su texto como onírica en sus formas. Al igual que ocurría en la obra El invernadero (The Hothouse, escrita por Pinter en diferentes intervalos de inspiración entre 1958 y 1980, y traducida y adaptada por Eduardo Mendoza en el presente año 2015), la ingenuidad de la premisa inicial presentada, en la que un grupo de “cuidadores” dialoga sobre aspectos de la vida cotidiana de los “cuidados”, cederá pronto terreno a una serie de trágicos y escabrosos sucesos siempre guiados por la incertidumbre y el absurdo.
«Como trasfondo queda una inequívoca demostración de autoría y dramaturgia de un director en plena forma y con las ideas muy claras, cuya visión pesimista de un mundo antiutópico comienza a ser ya un simple reflejo de la realidad».
Resulta pues muy sencillo para el espectador observar los acontecimientos de manera parcial y objetiva, ya que cualquier empatía con los protagonistas ha sido erradicada desde el comienzo por la incomprensión que estos provocan. Todo desembocará en una extravagante idea tomada del dicho popular “el amor puede surgir en los sitios más insospechados”, aunque adaptándola a las circunstancias donde lo insospechado del lugar no es tan importante como lo inapropiado. Un paradójico y, al mismo tiempo, entendible escenario en el que un hombre es incapaz de hallar pareja en un lugar idóneo, empero se encuentra de bruces con su mujer ideal en el único sitio donde las relaciones son ilegales y fuertemente castigadas. Otro ejemplo de materialización cinematográfica del amor, y de la necesidad imperante en la sociedad de pragmatizar todo aquello que escapa de la lógica capitalista, recordándonos nuevamente a esa guía del universo distópico que supuso 1984, sobre todo en la interpretación de dos factores clave del filme: el intento de simplificación del lenguaje sentimental, semejante al diccionario de “nuevalengua”, cuya finalidad era reducir el número de entradas al mínimo necesario para el entendimiento básico de los hablantes; y el tratamiento de las relaciones amorosas, en el que se prohíbe la genuinidad de las mismas en pro de un empirismo romántico ajeno al afecto, ya previsto por Orwell en el capítulo dedicado a la oposición explícita de las relaciones amorosas y a la incitación al consumo de prostitución como forma de paliar los impulsos irrefrenables. Como trasfondo queda una inequívoca demostración de autoría y dramaturgia de un director en plena forma y con las ideas muy claras, cuya visión pesimista de un mundo antiutópico comienza a ser ya un simple reflejo de la realidad donde, en efecto, lo único sorpresivo es la ingenuidad de las acciones de los personajes y no sus repercusiones pues, echando la vista atrás, ya nos resulta sencillo equiparar las calamidades ficticias a las reales. | ★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / Festival de Cannes
Ficha técnica
Grecia, Reino Unido. 2015. Título original: The Lobster. Director: Yorgos Lanthimos. Guion: Efthymis Filoppou, Yorgos Lanthimos. Fotografía: Thimios Bakatakis. Duración: 118 minutos. Productora: Coproducción Grecia-Irlanda-GB-Países Bajos-Francia; A Film4 / Irish Film Board / Eurimages / Netherlands Film Fund / Greek Film Center / British Film Institute / Element Pictures / Scarlet Films / Faliro House / Haut et Court / Lemming Film / Protagonist. Montaje: Yorgos Mavropsaridis. Diseño de producción: Jacqueline Abrahams. Diseño de vestuario: Sarah Blenkinsop. Intérpretes: Colin Farrell, Rachel Weisz, Ben Whishaw, Olivia Colman, Léa Seydoux, John C. Reilly, Roger Ashton-Griffiths, Ashley Jensen, Michael Smiley, Jessica Barden, Ariane Labed, Aggeliki Papoulia, Rosanna Hoult, Heidi Ellen Love, Anthony Moriarty. Presentación oficial: Festival Internacional de Cannes 2015.