Aquellos momentos remotos
Crónica de la quinta jornada de la 48ª edición del Festival de Sitges.
Continúa la programación del Festival de Cine Fantástico de Catalunya y, una vez más, desde muy temprano, demostrando su amplitud de miras. A las 10:30 estaba previsto, dentro de la sección Animada, un pase de Mune: le gardien de la lune (de Alexandre Heboyan y Benoît Philippon) en 3D, exclusivo para niños, contrastando con las propuestas habituales del certamen, sobre todo si se tiene en cuenta que ayer, a la misma hora, se proyectaba Love (Gaspar Noé, 2015). Con los mismos horarios, también, fue posible ver también una obra, digamos, más canónica para los tradicionalistas del festival, una curiosa revisión de la clásica obra literaria de Mary Shelley, Frankenstein, o el moderno prometeo, en este caso adaptada a los tiempos que corren. Pero, sin duda alguna, la principal protagonista de la jornada, esperada ansiosamente, hizo acto de presencia desde el inicio para robar importancia a las demás actividades. Tras una enorme expectación precedente, se exhibió la más reciente película de Paolo Sorrentino, Youth (2015) [crítica]. El director italiano apuesta en su nuevo trabajo por una bellísima estética ya reconocible, un abordaje de la melancolía de la senectud, con individuos a las puertas del final de su vida que evocan con profundo dolor aquellos momentos remotos, perdidos en la niebla del olvido; porque tiempo lo destruye todo, los cuerpos, la ambición, la paciencia. Parte de la crítica se sentirá tentada de aplicar adjetivos como hedonista, vana, vacua. Sin embargo, un espectador más atento se encontrará aquí ante un paisaje humano devastado por el desencanto vital, a pesar de la gloria, la fama y el reconocimiento. Citando al gran escritor Oscar Wilde —quien disponía de opiniones sobre todas las materias—, «la tragedia de la vejez no es ser viejo, sino haber sido joven».
A lo largo de la tarde también se ofrecieron las nuevas producciones de autores de prestigio como reclamo principal, esta vez centrándose en el cine asiático. Estamos hablando de The Assassin (Ho Hsiao-hsien, 2015) [crítica], presentada fuera de concurso en la sección Fantàstic Sessions Especials, y Cementery of splendour (Apichatpong Weerasethakul), en competición. La obra de Hsiao-hsien llega con la excelente acogida en el pasado festival de Cannes —merecedora del galardón al mejor director—, descrita con elogiosas palabras como un ejercicio de belleza lírica. Del mismo modo, la nueva cinta de Weerasethakul exhibe como credenciales el enorme éxito de su anterior trabajo, Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (2010), así como las buenas críticas, también en Cannes, de la presente película. Y es que este intenso ejercicio cinematográfico proyecta una concepción propia del tiempo, alejada de cualquier otro referente ajeno, para narrar de manera sensorial una historia de realismo mágico en medio de la belleza contemplativa. Asimismo, el esfuerzo de Sitges 2015 por reivindicar la importancia de las series como producto audiovisual al nivel del formato para gran pantalla ha incluido la proyección del inicio de las segundas temporadas tanto de The leftlovers y como de la esperadísima Fargo. Con el triunfo de una arriesgada apuesta a sus espaldas, Noah Hawley se lanza a continuar su personal reinterpretación de este clásico cinematográfico, una mecánica que quizás se extienda y utilice a partir de ahora.
THE LEGEND OF BARNEY THOMSON
Robert Carlyle, Reino Unido / Oficial Òrbita.
Los mecanismos del humor, por norma general, están regidos por emociones que tienden hacia lo irracional, más allá del control consciente del sujeto. Si planteamos una situación particular, cuyo resultado desemboca en la risa, ya sea ante la aparición del componente absurdo, o bien delante de una irrupción, digamos, violenta, en ambos casos lo que provoca la reacción cómica surge del mismo concepto emocional: el miedo como mecanismo de defensa. En el primero de los casos, si se presencia un suceso u objeto atípico, desconocido, la risa actúa como liberador de la extrañeza —de otro modo, esta podría generar una reacción defensiva activa—; en el segundo, observar por ejemplo cómo un hombre resbala al pisar una piel de plátano, se dispara la empatía de no ser el observador quien sufre este daño o esta humillación. Debido a ello, el denominado humor negro consigue efectos cómicos, a pesar de mostrar una serie de imágenes de una violencia elevada; el principio es el mismo.
El actor escocés Robert Carlyle, bien conocido por una dilatada carrera interpretativa —quizás, su personaje más memorable sea el del psicópata Begbie de Trainspotting, película generacional de Danny Boyle—, se atreve a ponerse al mando de la dirección, en su primer largometraje, titulado The legend of Barney Thomson (2015), reservándose, eso sí, el papel protagonista. Y su primera incursión como cineasta se cataloga dentro del del humor negro y, por ende, bebe de algunos referentes recientes del género. Barney Thomson es un hombre más allá de su crisis de mediana edad, en un estadio vital en que resulta ya demasiado tarde hacer ambiciosos planes de futuro o progreso social. Trabaja como mediocre peluquero en una barbería de barrio en Glasgow, sufre la humillación diaria de sus colegas de trabajo y su identidad individual está absolutamente subyugada a la figura materna, una mujer hedonista y decadente, aficionada al juego, el bingo y el alcohol en exceso. Un cierto día en su anodina vida, en el preciso segundo en el que se pone de manifiesto su patetismo de manera más evidente, ocurre lo inesperado, un suceso cómicamente violento que le da un vuelco a su rutina personal. De repente, se encuentra en el papel de presunto homicida, perseguido por un oficial de policía poco dotado de la virtud de la inteligencia, que además relaciona el “accidente” del que Barney es sospechoso, con una larga lista de asesinatos en serie. Al igual que el protagonista de la joya de los hermanos Coen. Fargo (1996), el personaje de Carlyle va cubriendo una mentira con otra, creando una inestable torre que podría llegar a derrumbársele encima.
El filme, que toma influencias tanto de la faceta cómica de los mencionados Coen como de, por ejemplo, un tipo de montaje que puede recordar en ocasiones a Martin McDonagh, transmite unos cuantos momentos de risa indiscreta y complicidad en situaciones de delirante brutalidad, así como la sensación de conmiseración hacia los enredos que envuelven a este pusilánime protagonista, encarnado brillantemente por Carlyle, quien demuestra un talento interpretativo intacto y también cierta buena mano para la dirección cinematográfica. Puede que, en algunos instantes, tienda al exceso, a la autoparodia o a la resolución mediante el deus ex machina, pero el resultado final es un correcto producto cinematográfico. [66/100]
FARGO
Episodio piloto de la 2ª temporada / Creada por Noah Hawley, Estados Unidos, FX / Proyecciones especiales.
Toda manifestación artística está supeditada al concepto de tiempo. En la pintura o la escultura se producen interferencias —entiéndase esto como algo no necesariamente negativo— entre el tiempo observado en su producción o creación y lo que evoca o describe en sí misma, además, claro, del tiempo del propio espectador que la contempla. En el caso de la narración, la cinematográfica, por ejemplo, la duración debe estar funcionando en armonía con el tema y el discurso. Este aspecto fue observado por creadores como David Simon o David Chase, artífices de The Wire (2002-2008) y Los soprano (1999-2007), respectivamente. Si se quería contar una historia rica en matices, con intención de edificar una cosmología propia, no era imprescindible regirse por la duración de una película; es decir, dos horas de metraje. Era posible concebir una obra de muy alta calidad en formato para televisión, sin recurrir al uso de los episodios autoconclusivos. Ha pasado algún tiempo desde entonces y, actualmente, las series ocupan una importancia capital dentro del panorama artístico audiovisual. Parafraseando a uno de los personajes de la estupenda Youth (Paolo Sorrentino, 2015), «las series son el futuro; son, de hecho, el presente». El guionista Noah Hawley se planteó la difícil y aparentemente contradictoria idea de abordar desde su punto de vista original una de las mejores películas de los hermanos Coen, Fargo (1996); hacer una revisión personal e innovadora, pero que no fuese exactamente Fargo. Y, contra todo pronóstico, su iniciativa resultó exitosa. Consiguió adaptar el universo ya conocido, expandirlo y reinterpretarlo, sin hacer un remake ni mucho menos un reboot. Creó un elemento autónomo sin sacrificar la calidad precedente.
La victoria obtenida con la primera temporada —o antología, como algún sector de la crítica ha decidido denominarlo— elevó exponencialmente las expectativas de crítica y público y, por lo tanto, la responsabilidad a la hora de enfrentarse al nuevo reto. Hoy, 13 de octubre, en el ecuador del Festival de Sitges, se ha proyectado en exclusiva un adelanto de lo que será la segunda parte de la serie Fargo. Y, en este caso, ha contado con la idea, quizás más convencional —pero, no por ello, menos interesante—, de realizar lo que podría ser denominado una precuela. Aquí el punto de partida es una pequeña anécdota de la primera parte, que Lou Solverson, padre de la protagonista de entonces, cuenta a Lorne Malvo (Billy Bob Thorton) —por cierto, un personaje magnético y uno de los mejores villanos vistos—. La historia, pues, se ha trasladado al pasado, a 1979, con el mismo paisaje gélido, hostil, y el mismo espíritu entre el thriller y la comedia negra, tan celebrado en la película original, así como en la serie. En este primer capítulo se nos presentan los diversos personajes, incluido un joven Solverson, encarnado por Patrick Wilson, cuyas tramas inician a partir de un violento crimen en un restaurante de carretera. Si uno de los grandes méritos de las anteriores producciones era su reivindicación de la heroína femenina, anulando la prejuiciosa idea de fragilidad, en esta nueva incursión se reafirma esta intencionalidad, pues, a pesar de mostrársenos un elenco más amplio, lo que observamos, como factor interesante, es que los papeles femeninos se llevan todo el protagonismo, con una identidad compleja y una honda importancia argumental. Estaremos atentos al posterior desarrollo y progreso de esta nueva (y poderosa) apuesta audiovisual. [80/100]
Luis Enrique Forero Varela
© Revista EAM / 48ª edición del Festival de Sitges