Explorando paisajes
crítica a Boi neon (Gabriel Mascaro, 2015).
En el Festival de Locarno del año pasado, el documentalista brasileño Gabriel Mascaro sorprendió con su primera incursión en la ficción, la estupenda Ventos de Agosto, que se llevó a casa una más que merecida mención especial por parte del jurado. En 2015, Mascaro da un salto, al menos en lo que a proyección internacional se refiere, presentando en el Festival de Venecia Boi Neon, su segunda película. El planteamiento de la cinta tiene muchos puntos en común con la anterior. De hecho, ambas conforman un díptico sobre los paisajes y las gentes de Brasil. Boi Neon escoge una zona concreta del país sudamericano, en este caso el noreste, y muestra las rutinarias vidas de los lugareños siempre adaptando la representación de su mirada a las posibilidades del entorno. Si en Ventos de Agosto los vientos y tormentas oceánicas marcaban la vida de los habitantes de un pequeño pueblo brasileño dedicado a la pesca y a la plantación de cocos, en Boi Neon el polvo y la tierra del interior de Pernambuco se cuelan en las vidas de un grupo de ganaderos que recorren la zona llevando a sus toros por distintas vaquejadas, una especie de rodeo típico brasileño donde un par de jinetes deben derribar al toro cogiéndolo por la cola. Viento y tierra; sonido y color. Ventos de Agosto creaba todo un mundo sonoro alrededor de la historia. Boi Neon potencia el contraste de los tonos pardos de la tierra yerma con los colores vivos que invaden la vida de Iremar, el joven vaquero protagonista de la cinta, gracias al excelente trabajo de fotografía de Diego García (responsable también de la última película de Apichatpong Weerasethakul, Cemetery of Splendour) que mezcla la luz cruda y realista de su día a día con escenas salpicadas de un aura mística en tonos bajos y colores estridentes.
Mascaro vuelve a dar en el clavo al tamizar bajo su pausada mirada una historia sencilla de gente sencilla. Con su ritmo de observación documentalista, haciendo un uso testimonial del montaje y dejando que la vida pase ante el objetivo de su cámara tras colocarla en el lugar preciso, el director brasileño capta el rutinario existir de Iremar, Zé, Galega y su hija Cacá, que se enfrentan a sus vidas casi con la misma apatía que los toros de los que se encargan. Sin hogar fijo, vagan de feria en feria transportando toros. Entre los dos hombres se encargan de preparar a los animales y lanzarlos al ruedo para que los jinetes los derriben. Con la misma fuerza que en Ventos de Agosto, el paisaje brasileño les marca y corta las alas de sus sueños. El polvo sacude su jornada; son como animales que se adaptan a su entorno: su cama es una hamaca colgada en el camión donde transportan a los toros; su privacidad se reduce a un espejo colgado de un árbol; su ducha, un par de telas que esconden sus vergüenzas tras el camión… Sus vidas se convierten en parte intrínseca del espacio que ocupan. De este hecho nace la dicotomía que recorre toda la cinta: la rudeza del toro se ve sometida a la elegancia del caballo. El caballo representa sus anhelos, todo aquello que nunca podrán alcanzar. Al toro se le trata a patadas, a golpes se le obliga a entrar en el camión, es una herramienta de trabajo. Al caballo se le peina, se le premia, se le cuida. La joven Cacá ansía tener un caballo. Está cansada de rodearse de toros. Galega baila ante los jinetes con una máscara de caballo y los vestidos que le diseña Iremar. Zé, casi de casualidad, consigue domar una yegua muy valiosa, hecho que tendrá consecuencias inmediatas. En sus vidas, de manera más o menos consciente, aspiran a acercarse al mundo del caballo, a dejar atrás la polvareda del camino, pero sus cuerpos, movimientos y sonidos se confunden con la manada: son uno más. Sus grandes sueños terminan teniendo muy corto alcance. Iremar es un modisto frustrado, pero se conformará simplemente con pasar de puntillas por una fábrica textil para sentirse realizado. Después, simplemente, volverá a ocupar su lugar en la sociedad. Toros y caballos. Vaqueros y jinetes. Siempre ha habido clases.
«Mascaro nos vuelve a regalar otra de las mejores escenas de sexo del cine actual. Esta vez utiliza un escenario mucho más austero, pero el valor reside en el uso de la luz, que nos recuerda a las composiciones de Caravaggio, potenciando en plano fijo los reflejos y las sombras en los cuerpos desnudos».
No cabe duda de que un país tan vasto como Brasil necesitaba de la atenta mirada de Mascaro para explorar sus infinitas posibilidades fílmicas. Y es así por dos motivos. En primer lugar, como venimos apuntando, por su capacidad de extraer el máximo del paisaje recurriendo a los elementos fílmicos que mejor se ajustan a su orografía. Vuelca su maestría al servicio de la historia y del entrono donde sucede. En segundo lugar, porque Mascaro es un narrador tremendamente avispado. Desprendiéndose de artificios narrativos o del pasado de sus personajes, consigue crear una trama centrada en el presente, en lo que ocurre aquí y ahora. Las películas de Mascaro son cintas de descubrimiento activo. El personaje y su historia se definen escena a escena, desde la primera a la última. Mascaro se interesa menos por la evolución arquetípica de tramas y mucho más por el retrato cinematográfico de un momento, de unas gentes, de un lugar. Y aunque pueda parecer lo contrario, esto nos regala personajes interesantísimos, llenos de matices y con un mundo interior por descubrir. A todo ello, Mascaro aporta la sensualidad de su planteamiento. Su pausa contribuye a la contemplación de las personas que pueblan sus cintas y la plasticidad de sus planos crea imágenes de poderosa belleza. Volviendo a comparar Boi Neon con su anterior obra, ya en Ventos de agosto nos demostraba su capacidad de crear lienzos y composiciones arrebatadoras, especialmente en las escenas de sexo. Tras ofrecernos aquella maravillosa escena entre los dos jóvenes protagonistas de su anterior historia haciendo el amor sobre un camión lleno de cocos, Mascaro nos vuelve a regalar otra de las mejores escenas de sexo del cine actual. Esta vez utiliza un escenario mucho más austero, pero el valor reside en el uso de la luz, que nos recuerda a las composiciones de Caravaggio, potenciando en plano fijo los reflejos y las sombras en los cuerpos desnudos. En conjunto, una verdadera delicia para todos los sentidos que coloca a Mascaro como una de las voces más interesantes del panorama fílmico actual. Solo queda esperar a que este díptico se convierta en trilogía y el director de Recife nos deleite con un nuevo acercamiento a otro lugar de su país. | ★★★★ |
Víctor Blanes Picó
© Revista EAM / Barcelona
Ficha técnica
Brasil, 2015, Boin Neon. Dirección: Gabriel Mascaro. Guión: Gabriel Mascaro, Marcelo Gomes, Cesar Turim, Daniel Bandeira. Reparto: Juliano Cazarré, Aline Santana, Carlos Pessoa, Maeve Jinkings, Vinicius de Oliveira, Josinaldo Alves, Samya de Lavor. Música: Carlos Montenegro, Otávio Santos. Fotografía: Diego García. Productoras: Desvia Filmes / Malbicho Cine / Viking Film. Presentación oficial: Mostra de Venecia 2015 (Orizzonti).