LAS HISTORIAS MACABRAS DE UNA ADORABLE DAMA
reseña de Cuentos góticos, de Elizabeth Gaskell | Alba, 2007.
Si bien aplicar el término gótico a este conjunto de relatos se me antoja poco adecuado, hay que reconocer sin embargo que no puede resultar más atractivo. Y digo que no me parece adecuado porque no encontraremos aquí a todas esas jovencitas tontuelas en apuros imposibles, a esos familiares terribles que hacen sufrir sin cuento a sus desvalidas primas o sobrinas, ni esas ruinas envueltas en brumas de misterio y horror, ni pasajes ambientados en las románticas, por entonces, España o Italia, ni volveremos tan atrás en el tiempo como para hablar de época medieval. Aunque igual me equivoco, porque todo esto que afirmo no estar presente en estos relatos, de alguna forma sí que lo podemos encontrar. Porque las protagonistas de las historias de la inglesa Elizabeth Gaskell (1810-1865) se encuentran por lo general bastante desvalidas, pero más por su condición de mujeres en la época en que transcurren los cuentos que por el hecho de que la autora lo considere el sexo débil. Al contrario, pese a las condiciones sociales adversas, sus protagonistas mostrarán siempre una fuerza de carácter admirable. Y claro que aparecen familiares que uno jamás los quisiera para sí (los de La maldición de los Griffiths o La bruja Lois, por ejemplo), y algunos de ellos transcurren en el pasado (de nuevo La bruja Lois como el caso más claro de relato de raigambre histórica), pero el afán de realismo característico de la autora, su cuidado con el dato y la ambientación exactos, la falta de erotismo y compulsión sexual soterrada y de requiebros fantásticos llamativos o histriónicos la alejan definitivamente del género. Referirnos a este conjunto de relatos como cuentos fantásticos tampoco sería del todo correcto, pues no todos lo son, si bien La historia de la vieja niñera debería figurar, a mi gusto, en todas las antologías de cuentos de fantasmas que se preciaran de resultar eso mismo: antológicas. En cualquier caso, quizá su adscripción genérica sea lo de menos: estamos ante unos cuentos narrados con una prosa elegante y certera, de ritmo preciso y que, lejos de florituras fáciles, rezuma gusto y belleza en cada página. Un estilo que pese, como ya indicaré, a determinados giros argumentales decididamente folletinescos, resulta de una modernidad pasmosa. Porque donde la Gaskell siempre ha demostrado su maestría, esa forma de escribir que reta al tiempo, lo vence y hace inmortal a quien así la posee, es en su perfecta creación de personajes y la forma en que los hace vivir en un entorno determinado descrito con precisión.
El primero de los nueve cuentos aquí incluidos es Desapariciones (Disappearances, 1851). Como si la Gaskell nos hubiera invitado a tomar el té, nos cuenta, entre misteriosa y divertida, diversas historias de desapariciones al estilo de la que magistralmente narrara Nathaniel Hawthorne en Wakefield (1835). Personas que se van de viaje por unos días y no se vuelve a saber de ellas, que van a un recado y si te he visto no me acuerdo o que se sientan en el porche de su casa y ese es el último recuerdo que de sí dejan a sus vecinos. Entre la crónica negra y el cotilleo entre amigos, es el estilo pausado y agradable de nuestra autora lo que nos hace leer con una sonrisa en los labios, aunque no todo lo que nos cuenta sea para reír. Pero uno imagina a esta dama victoriana hablando, llevándose su tacita a los labios y mirándonos entre aterrada y burlona, y creo que entenderéis por qué, al menos yo, no puedo sino rendirme a sus encantos.
La historia de la vieja niñera (The Old Nurse´s Story, 1852) es un fabuloso y modélico cuento de fantasmas protagonizado por una mansión desolada en medio del páramo, el frío cortante y el aullador viento del invierno, la nieve que cae cubriendo todo con un espeso manto blanco sobre el que camina una niña que no deja huellas en ella y que golpea sin hacer ruido las ventanas de la casa llamando a sus habitantes, clamando por que no la dejen morir de frío allí fuera, y que llora y gime en silencio. Una voz que resuena como una música de órgano que desgarrara con su sonido espectral las solitarias noches. En fin, nada nuevo visto desde hoy, pero narrado con tal fuerza y convicción que lo parece. Relatos como este crearon todos los modelos, todas las claves de los cuentos de aparecidos que se repiten hasta ahora mismo. Por eso su lectura resulta tan moderna: porque las fotocopias posteriores son un reflejo pálido del esplendoroso original. Mi favorito de estos nueve.
En La historia del caballero (The Squire’s Story, 1853) Gaskell nos narra una crónica de robo y crimen. Un cuento tan sencillo como entretenido y absorbente. Cuando las cosas se cuentan tan bien, cuando la ambientación es perfecta y los personajes están cuidados para hacerlos creíbles, auténticos desde su primera aparición, no es tan importante que no haya lugar para la más mínima sorpresa. Y la confesión frente al fuego de una chimenea, el crimen susurrado en una compulsión culpable, resulta excelente. En La clarisa pobre (The Poor Clare, 1856) el tratamiento de los personajes es demasiado moderno para ser considerado gótico, aunque una joven en apuros, la presencia de monjas pobres y un convento que representa un templo de expiación nos haga pensar en algunas de las constantes del género. La manera en que la Gaskell muestra la brujería y el enfrentamiento entre religiones (que alcanzará un grado superior en La bruja Lois) denota que, al menos ella, no vivía en el pasado: la tolerancia con la diferencia y la comprensión hacia el otro inundan el carácter de los personajes dando forma a sus acciones. Dibujados con maestría y precisión, son estos los que consiguen que este relato se eleve sobre el lugar común, pues es bien cierto que, en especial en su tramo final, cede a ciertas convenciones genéricas del folletín decimonónico. Lo mejor de todo, por supuesto, es la terrible maldición que emponzoña las vidas de aquellos que hacen acto de presencia en la historia. Las pocas páginas en las cuales aparece el doble diabólico de uno de los personajes son estremecedoras (pensé en la madre de Sophie de la segunda temporada de la impresionante serie de televisión Carnivàle). La única pega quizá sea esto mismo: que son pocas. Pero fantásticas y repletas de auténtico sentido del horror.
En La maldición de los Griffiths (The Doom of the Griffiths, 1858) Elizabeth Gaskell se descuelga con un drama desaforado en toda regla: un matrimonio celebrado a escondidas, amores rotos y destrozados por el destino, muertes accidentales que curiosamente acontecen en los momentos más oportunos para el relato... Todo esto no tendría interés si no fuera porque nuestra autora resulta admirable, de nuevo y siempre, en el dibujo de los personajes: atenta a los más mínimos detalles del carácter, cualquier mirada o gesto define en su totalidad una actitud vital. Mantiene la sensación de lúgubre ominosidad durante la narración gracias a que desde la primera página ya sentimos sobre nosotros la fuerza ineluctable de la maldición que se cierne sobre los protagonistas. Los páramos solitarios barridos por el viento del norte de Gales, el mar que no puede aportar paz a unos espíritus torturados, las casas gélidas habitadas por personas vencidas por la oscuridad de la existencia y un odio ancestral... Un buen relato lastrado por sus excesos folletinescos. Tan triste, tan deprimente, que por fuerza me ha encantado. La bruja Lois (Lois the Witch, 1859) es quizá el relato más conocido de su autora, al menos aquí en España, pues es el que se suele recoger en las antologías, sobre todo en esas dedicadas a escritoras y literatura fantástica. Es un cuento perfecto en lo que concierne al reflejo de qué demonios es eso del fanatismo religioso y los excesos que provoca, en la recreación de un ambiente angustioso y claustrofóbico en el cual los únicos sentimientos posibles son el miedo, el odio y la locura colectiva. Eso sí, siempre en nombre del dios de turno. Una auténtica marea ciega al más mínimo atisbo de razón en la que lo divino y la superstición más abyecta son uno. Gaskell, como es habitual en su obra, funde un relato con ciertos toques folletinescos (en especial en lo que se refiere a la desvalida protagonista, huérfana y sola en una tierra extraña, acogida por familiares que la desprecian por sus diferentes creencias religiosas, si bien pese a su indefensión, y tal y como dije al inicio de estas líneas acerca de las protagonistas femeninas, muestra una fortaleza de carácter a la hora de mantenerse firme en lo que cree bueno y correcto que no solo para mí la quisiera, sino que la alejan de la típica damisela gótica en apuros: es una joven de dieciocho años del siglo XVII que debe vivir en un entorno hostil y enfermo) con una recreación histórica documentada y precisa, en este caso la ciudad de Salem en la época de la celebérrima caza de brujas. Inolvidable resulta la vorágine en la que nos envuelve la narración: una bola de nieve de puro odio que arrasa todo lo que encuentra a su paso. Pero nunca buscando un culpable o reduciéndolo todo a una historia de buenos y malos: la Gaskell es formidable dando vida a sus personajes, ya lo he dicho como doscientas veces, y todos, hasta el más despreciable, no deja de ser una persona atribulada, enloquecida o cegada por lo que le rodea, por el lugar y las circunstancias en las cuales se desarrolla su vida. Nunca pierde de vista que está contando un caso de histeria colectiva, donde el fanatismo religioso tendrá sus líderes pero solo se tornará criminal cuando los miembros de la congregación, actuando como masa —¿recordáis Furia (Fury, 1936) de Fritz Lang?—, se contaminen apurando hasta la última gota de su tósigo. Como se indica en la contraportada del libro, este relato es un ejemplo impecable de cómo buscar dentro del género del horror sus fundamentos reales.
La rama torcida (The Crooked Branch, 1859) no es otra que el hijo descarriado capaz de robar a sus propios padres. Lo mejor de este relato, a mi gusto uno de los más flojos de los aquí incluidos, es la fuerza y la diestra caracterización de, otra vez, los personajes. Bueno, y cierto ataque nocturno a una casa. Pero tal vez el tono resulta en exceso moralizante y el hijo, esa rama torcida de marras, no posee ningún matiz aparte de su maldad. Aunque en la vida real, hay que reconocerlo, la maldad se suele presentar sin matices ni atenuantes en ocasiones. No utilizaremos esto, pues, como un elemento negativo del relato. Aunque sea el que menos me ha convencido, permitidme que os ponga un ejemplo de por qué su lectura será siempre recomendable y un placer. Desvelo un poquito sin destrozar la trama general. El joven Benjamin, nuestra rama torcida, se aparta del buen camino, de sus padres y de su futuro con Bessy, su prima, con la cual tenían previsto casarle. Idea esta que a ella le encanta, todo sea dicho, y que él explota solo con el fin de engañar a su familia y sacarles la pasta para sus correrías. Antes de marcharse a Londres para vivir una experiencia que todos temen apartará definitivamente a Benjamin de su lado, este se muestra hosco con su padre y autoritario y rezongón con su madre. Sin embargo, para la enamorada Bessy tiene algún cumplido interesado. Y ella contesta a sus requiebros:
“—¿Tanto han cambiado mis ojos desde la última vez que los viste que tienes que hablarme de ellos de ese modo? —le preguntó—. Preferiría con mucho ver que ayudas a tu madre cuando se le cae la aguja de punto y en la oscuridad no puede recogerla.
Pero Bessy recordaría el hermoso comentario de Benjamin sobre sus ojos mucho tiempo después de que él lo olvidara y no pudiera ya decir de qué color eran.” (p. 379)
El enfado de Bessy provocado por la actitud distante de Benjamin hacia sus padres cede ante el amor que siente por él. Pero este párrafo no solo es magistral por mostrar estos sentimientos de manera tan prodigiosa, destrozando y anulando lo que pudieran tener de tópico, sino por lo que anuncian del futuro, impregnándolo todo de una insoportable melancolía, de una profunda tristeza: el fruto del presente que se marchitará con el tiempo. Y en apenas cinco líneas.
Curioso, de ser cierto (extracto de una carta del señor Richard Whittingham), (Curious If True, 1860), supone una auténtica revelación por varios motivos: primero, porque en este cuento Elizabeth Gaskell se lanza de cabeza en el terreno del fantástico más brillante e irónico (recordando un tanto al Washington Irving del maravilloso Rip Van Winkle (1819) por el tono utilizado, si bien no llega tan alto) a costa de los protagonistas de los tradicionales cuentos de hadas (se puede jugar a identificarlos), y segundo, porque muestra un luminoso sentido del humor tan punzante como ingenioso. El invitado a quien todos toman por quien no es (en realidad se trata de un paseante perdido que busca albergue) asiste así a una curiosísima convención que en ningún momento deja de serlo, sea cierto o no su relato. Resulta extraño encontrar este cuento en un conjunto tan sombrío. Pero se agradece la liviandad y la intrascendencia si no se cede a la estupidez. Una simpática delicia que nos permite tomar aire antes del drama final. Y este drama final es el titulado La mujer gris (The Grey Woman, 1861), quizá el que más características góticas posea: joven confinada en un lúgubre castillo, un marido con un terrible secreto que la atormentará y una huida desesperada plagada de peligros y desgracias sin cuento. Sin embargo, el punto de vista adoptado (es la propia joven la que narra la historia) lo aleja de la tradición que asentara la madre de la novela gótica Ann Radcliffe. La persecución a la que somete a su joven esposa y a su sirvienta el despreciable y criminal marido (que su belleza y buenos modales alejan también al mismo de la imagen de malvado al uso) transmite página a página toda la angustia de saberse acosado y con pocas probabilidades de escapar. Una lectura emocionante, en especial cuando nuestra joven heroína queda atrapada en la habitación de su esposo, si bien se hubiera agradecido que su tramo final no resultara tan predecible. En conjunto, Cuentos góticos es un libro más que recomendado a aquellos que no busquen solo sorpresas en las tramas, sino que se deleiten con una historia bien contada. Con un clásico indiscutible (La bruja Lois) en su interior y otro que debería serlo (La historia de la vieja niñera).
José Luis Forte
© Revista EAM / Cáceres.
Cuentos góticos
de Elizabeth Gaskell
traducción | Ángela Pérez
editorial | Alba
colección | Alba Clásica, 94
nº de páginas | 541
ISBN | 978-84-8428-348-5
★★★★★