Confesiones de una adolescente sexualmente desorientada
crítica a The diary of a teenage girl (Marielle Heller, 2015).
Se produce una extraña sensación de incomodidad cuando vemos The Diary of a Teenage Girl, la ópera prima de Marielle Heller inspirada en la novela gráfica homónima de Phoebe Gloeckner. Esa embarazosa situación no es provocada por las explícitas escenas o diálogos que presenciaremos a lo largo de esta adaptación sobre las vicisitudes existenciales autobiográficas de Gloeckner, sino que se genera deliberadamente gracias a la sensación de estar violando la privacidad y la intimidad de una adolescente de 15 años al leer —o escuchar— ese diario secreto y personal que da título a la película. La historia nos sitúa en 1976, en la escena post-hippie californiana. El punk rock de The Clash o Sex Pistols comenzaba a desplazar progresivamente a los psicodélicos acordes de Hendrix o Traffic, la moda sufría una completa revolución, así como las formas de las modelos, que pasaban del arquetipo curvilíneo instaurado por Marilyn Monroe al ideal de belleza ultra-delgado de Twiggy. La gran pantalla se hacía eco de todos estos cambios y, en concreto, una película se erigía como el estandarte de la renovación cultural: The Rocky Horror Picture Show. En medio de todo ese alboroto patrimonial, la joven Minnie pierde la virginidad. Si el simple hecho de consumar la primera relación sexual no fuera un elemento suficientemente importante para una adolescente que se tambalea de un lado a otro buscando su camino hacia la etapa adulta, Minnie se encuentra con otro delicado componente que puede hacer ese complicado viaje mucho más turbulento: su primer amante no es otro que el novio de su madre, Monroe.
La protagonista abandona, tan abruptamente y con semejante desacierto amoroso, su etapa virginal influenciada por varios aspectos de su entorno, entre los que se encuentran la desorientación propia de la edad, la ausencia de una figura parental responsable (ahora incidiremos en este tema), y una gran inseguridad causada por las estrictas normas de belleza que comentábamos anteriormente. Entre sus muchos complejos destaca el hecho de que su físico no responde a la delgadez extrema que exigen los estándares contemporáneos, por lo que cualquier rechazo tiende a atribuirlo al hecho de que “está gorda”. Así pues, cuando el simpático y atractivo Monroe parece flirtear —intencionadamente o no— con ella, ésta no duda en aferrarse al calor del momento, al contacto humano y al deseo correspondido. «¿De qué sirve vivir si nadie te ama, si nadie te mira o te toca?», confiesa abiertamente Minnie a su confidente, el micrófono, mientras expresa con valentía —inconsciente— y con total convicción las mayores trabas e inquietudes a las que se enfrentan los adolescentes. Dicho objeto funciona como un perfecto transmisor indirecto (e indiscreto) del poderoso mensaje. Como decíamos antes, nos encontramos en los caóticos años 70, donde las libertades sexuales adquiridas en la década anterior seguían muy consolidadas y se extendían a todo el mundo independientemente del sexo o la edad. La pedofilia parecía un concepto aún inexistente y, en cualquier caso, no respondía a una definición tan estricta como la que tenemos en la actualidad; el consentimiento del adolescente, siempre que éste o ésta tuviera las formas de un cuerpo desarrollado —«tengo tetas desde hace 3 años»—, parecía suficiente para que la relación entre joven y adulto fuera aceptable. Obviamente se produce un conflicto ético en el espectador, quien mostrará cierto escepticismo al presenciar el giro frívolo que ha tomado la película, con un hombre que, por muy encantador que sea, podría encajar en las definiciones actuales de manipulador o, incluso, violador. Sin embargo, será la actitud feminista de la protagonista, que asume la situación con tremenda naturalidad y voluntariedad, llegando a forzar por momentos la situación, lo que permita a la directora tomarse algunas licencias que en otro contexto hubieran resultado escandalosas.
«El filme logra con éxito trasladar la innegable química existente entre sus fantásticos personajes al espectador, quien empatiza con ellos de tal modo que llegará a pasar por alto la frivolidad narrativa y visual».
El análisis individual de cada individuo es tan importante como la interacción de todo el reparto de forma conjunta. El filme logra con éxito trasladar la innegable química existente entre sus fantásticos personajes al espectador, quien empatiza con ellos de tal modo que llegará a pasar por alto la frivolidad narrativa y visual a la que hacíamos referencia. La joven Minnie no será una simple víctima de los oscuros deseos de un mujeriego, sino también de la inexorable fase de exploración y experimentación por la que atraviesa. Algo que, pese a no exculpar por completo a Monroe, quien no duda en sacar provecho de la situación, sí otorga mayor importancia al hecho de la incredulidad y la confusión del adolescente que se enfrenta a su primer amor. A todo ello habría que añadir los deficientes códigos educacionales de una madre dramáticamente anclada en el pasado, que prefiere rememorar sus batallas de juventud una y otra vez antes que hacerse cargo de su hija, pensando que si se aferra a ellas, lo hará también a la época y, por lo tanto, el tiempo no la avejentará del mismo modo que al resto de personas. Por otro lado encontramos la figura del padre ausente, un modelo diametralmente antagónico a la madre, que genera así un conflicto de identidad de consecuencias desastrosas para esta quinceañera que se enfrenta a una crisis existencial. Minnie y su madre (Charlotte) parecen haber llegado a un punto de entendimiento que funcionará siempre que ambas partes asuman la incuestionable belleza de Charlotte. Ésta compensa su madura inseguridad con la placentera certeza de ser todavía el objeto de todas las miradas, y a Minnie como el elemento que motiva y reafirma la confianza de Charlotte en su propia belleza, aquello por y para lo que ha vivido todos sus días. Lamentablemente (para la madre), los personajes de la película sufrirán un cambio perceptivo con respecto a la protagonista muy similar al que experimenta el propio espectador. Una vez que nos acostumbremos a su “diferente” apariencia física, la adolescente irradiará un irresistible atractivo casi inexplicable que nos cautiva, al tiempo que aumenta el recelo y mina la seguridad de la madre, derivando en un dilema existencial que alcanzará su pico máximo al sospechar la relación entre su hija y su novio.
«Una película sorprendentemente original y trasgresora».
Con todo ello, el aspecto moral de The Diary of a Teenage Girl deviene muy controvertido para analizar; podemos sacar opiniones pormenorizadas de cada actitud, pero no llegamos a entender si la finalidad última de Heller es la de criticar o defender ciertas situaciones que rodean el microuniverso en el que habita Minnie. «Puede que seas una ninfómana… ¡nah! Sólo me estoy metiendo contigo». La actriz principal se refugia en sus dibujos y sus cómics mientras piensa en lo que su heroína, la dibujante Aline Kominsky (mujer del famoso dibujante Robert Crumb), haría en su situación. Así tenemos dos voces complementarias a la de Minnie, por un lado, la voz de su conciencia (Kominsky) y, por otro, la voz de su diario, ese narrador en primera persona que nos llega desde el micrófono de una vieja grabadora. Este recurso agiliza el ritmo de la cinta, como también lo hace la fantástica imaginación de la protagonista al llenar de color la cruda fotografía de Brandon Trost, gracias a sus traviesos dibujos con los que esboza una representación de su universo particular, perfectamente plasmado en la camiseta de Mickey Mouse que la joven viste y que encarna una visión distorsionada del dibujo animado, del mismo modo que ella distorsiona su propia imagen en su imaginación o en sus dibujos. Un mundo lleno de sexo que, pese a no llegar a comprender del todo bien —o al menos la función de éste dentro de la sociedad—, es consciente de sus placenteros resultados. Algo que, por otra parte, la asusta pues se encuentra coartada por los infantiles y machistas comentarios de su entorno. Una película sorprendentemente original y trasgresora, lo que, bien pensado, dice muy poco en favor del cine feminista de los últimos años al hacer que un mensaje tan lógico en nuestros días como el de no avergonzarse por disfrutar del sexo y anhelar ser deseada sin mayores disyuntivas, suene tan poco familiar e irreverente en esta prometedora realizadora. | ★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / Dublín
Ficha técnica
Estados Unidos. 2015. Título original: The Diary of a Teenage Girl. Director: Marielle Heller. Guion: Marielle Heller. Fotografía: Brandon Trost. Música: Nate Heller. Duración: 102 minutos. Productora: Caviar Films / Cold Iron Pictures. Montaje: Marie-Hélène Dozo y Koen Timmerman. Diseño de producción: Jonah Markowitz. Diseño de vestuario: Carmen Grande. Intérpretes: Bel Powley, Alexander Skarsgard, Kristen Wiig, Christopher Meloni, Margarita Levieva, Madeleine Waters, Abby Wait, Quinn Nagle, Austin Lyon, Miranda Bailey, Natalie Stephany Aguilar. Presentación oficial: Festival Internacional de Sundance 2015.