Manuales de uso
Crónica de la primera jornada de la 50ª edición del Festival de Karlovy Vary.
José Luis Rebordinos, director del Festival de San Sebastián, hace unos meses en un acto público, subrayaba el modelo de certamen que ofrece Karlovy Vary. Si bien es cierto que a nivel estructural y personal el KVIFF se desenvuelve en cifras modestas, siempre comparado con los cuatro grandes del Olimpo A, su organización y ejecución merece todas las loas y un mayor reconocimiento internacional. Etiquetado, tradicionalmente, como un evento de explotación exclusiva del cine eslavo, tuvo su punto de inflexión hace ya una década con la llegada de estrellas internacionales. Cada año, cada entrega, el catálogo es más amplio; su programa mantiene la fidelidad a la tradición y además no deja rincón alguno por descubrir. Prueba de ello es la poderosa line up de la 50ª edición que ayer comenzó con gran expectación. De Australia a Kirguistán, pasando por Brasil, Colombia o Bélgica. Tanto para el espectador como para la prensa, un verdadero y confortable disfrute.
Y así llegó el pistoletazo de salida en la preciosa ciudad de la Bohemia checa, con aroma a feria, con miles de cuerpos agolpados en los aledaños del Hotel Thermal, moviéndose lentamente, degustando cada instante que ofrece el primer fin de semana de festival. Es complicado transitar por las zonas públicas de este gigante de cemento que expira una ilusión que se disipará con el paso de los días. Colas que invaden la salas de acreditación, las zonas de ocio y consumición; orbitando, numerosas pantallas que incitan a reventar el Grand Hall. Muchos curiosos y curiosas se amontonan en los umbrales de las salas buscando esa última oportunidad de ver una película for free. Pocos los consiguen. Las expectativas son un miembro más de un certamen, cerca o lejos de las pantallas. Lo que sí es obligado, tanto para el novel como para el veterano, es revisar esos manuales de uso que se olvidan una vez cerrados y que hacen más llevadero el despertar en una celebración de estas dimensiones. Sedes, lugares, trucos… todos necesitan cotejo para una correcta ubicación. De este modo, apreciamos que en este nuevo capítulo del KVIFF desaparece la fantástica carpa Dorleans –probablemente sus angostas puertas de entradas propiciaron su defunción— o que aparecen nuevos cines que logren exhibir la mastodóntica propuesta cinematográfica que ha puesto sobre el tapete Karel Och, su joven delegado general. Una vez reprogramados, acreditación, breves instrucciones en inglés y llega el fundido a negro.
Toda una constante durante los próximos nueve días. En el Gran Hotel PUPP, una joya arquitectónica, construido y firmado por Jan Jiří Pop en 1701, nos espera la primera cita: la australiana Partisan, un comienzo estilizado y agradable con una notable cara conocida: Vincent Cassel. El recorrido del Thermal al Pupp ofrece todo lo que cualquier turista necesita ver en Carlsbad. Es por ello que la serpiente monocolor se convierte en una pegajosa acompañante hasta la proyección del filme de Ariel Kleimann. Durante el trayecto, se escuchan bastantes palabras en castellano, algo que produce cierto sosiego, enunciadas por diferentes grupos de personas que superan, generosamente, los sesenta estíos. Éste, precisamente, se muestra implacable, borrando sombra alguna, atizando a cada paso. Tras la fábula apocalíptica de Partisan, se abre un túnel frenético de exhibiciones: la brasileña Aspirantes, la kirguisa Sutak, la colombiana La tierra y la sombra y, finalmente y mientras Richard Gere recibía el Globo de Cristal Honorífico ante los gritos de una muchedumbre entregada, la belga The Brand New Testament. Con la aluminosis límbica de Jaco Van Dormael se supera la medianoche y se cierra el primer día. Toca guardar fuerzas. Serán necesarias.
PARTISAN
Ariel Kleiman, Australia / Fuera de competición
Marca rápido el camino el debutante Ariel Kleiman con Partisan, una alegoría post apocalíptica sobre los lazos familiares que tuvo su presentación, con buena nota, en la Competición Internacional del Festival de Sundance. Kleiman, director australiano con una dilatada experiencia en el mundo del cortometraje –con premios en Cannes y el Australian Film Institute por Deeper than yesterday (2010), su proyecto de graduación—, abre con un plano medio que fija la intensidad de su metraje y los posibles caminos que tomará éste. En él, aparece la poderosa espalda de Vincent Cassel elevando metales pesados y, de fondo, el contexto donde se desarrollará esta obra de tintes bíblicos donde las elipsis y el sonido fuera de plano dominan por completo su narrativa. La fortaleza de su arranque, sin embargo, impondrá una muesca que a medida que el minutero avance irá perdiendo de vista de forma paulatina y decreciente. Pese a ello, Kleiman demuestra por qué es una de las promesas del nuevo cine independiente australiano a base de planos primorosos y una apuesta por el riesgo similar a la que acometió Ryan Gosling con Lost River.
Mucho de ese Detroit decadente que dibujó el neófito actor canadiense, aparece en este lar sin nombre, que adopta la geografía georgiana –su lugar de rodaje— pero que pudiera pasar por cualquier lugar decrépito del mundo. En un rincón plagado de agujeros y chatarra, convive Gregori (un brillante Cassel), el rudo quinquillero que aparecía en la primera toma, con un harén de prostitutas que salvó de las frías y deslavazadas calles. El propósito, engendrar. Crear un micromundo endogámico —similar al que delineó Yorgos Lanthimos en Canino—, donde sus vástagos se convertirán en pupilos y, también, esbirros. Pequeños e inocentes soldados que ayudan a limar la competencia. Todo hasta que, como es previsible, llegue la rebelión y comience la extinción. Kleiman representa esta distopía con tino, apoyándose en el sonido y la fotografía para calibrar las sensaciones de la platea. Es sencillo empatizar con esos jovencitos de mirada tierna y sonrisa evocadora; al igual que se aborrece a su forzado preceptor. De ambos lados se espera un twist que tarda en llegar. Y cuando lo hace, carece de impulso; el director aussie se ha perdido por el camino. El abuso de la narración elíptica condiciona ya su último tercio, anulando su interés pese al armado desenlace final. “Padres, no estén exasperando a sus hijos, para que ellos no se descorazonen”. (Colosenses 3:21). [60/100]
ASPIRANTES
Yves Rosenfeld, Brasil / Forum of Independents
Con potencia, también, arranca Aspirantes, el estreno en la realización del diseñador de sonido —de vital importancia en prólogo y cierre— brasileño Yves Rosenfeld. El parpadeo de blancos en una discoteca a golpe de música dance nos presenta el macguffin del filme; en la siguiente escena, ya con la iluminación de una urbanización como acompañante, conocemos al verdadero protagonista de esta ópera prima. Él pudiera ser un Savio Bortolini, Raí Souza Vieira de Oliveira o Juninho Paulista, futbolistas de perfil bajo que lograron convertirse en estrellas de sus respectivos clubes locales y emigrar hacia la tierra del Euro. Con seguridad, es el espejo que en el que se quiere ver reflejado Júnior, un joven honesto y trabajador pero tan inconsciente como todos los miembros de su generación. El balompié como única salida. No hay hueco para los estudios, ni para la promoción profesional. El balón en una ruleta rusa que depende de la fortuna y capacidades. Mientras llega el juicio que indique el sendero, y con esa única baza como leitmotiv, toca interpretar un engañoso rol de adulto. Rosenfeld, formado en una Universidad con gran tradición deportiva como la U.F. Fluminense, aborda esta dicotomía heredada de generación en generación por los adolescentes cariocas. Lo hace presentando todas las posibilidades y, con ellas, todos los tópicos posibles. Un chico consciente que la descomposición de su futuro está escrito mucho antes que él viniera al mundo. De que su destino lo dilucidará la persona adecuada en el momento correcto. De no ser así, esperan largas horas de rutina, de trabajo miserable por un jornal que sólo le dejará oxígeno. Aspirantes apenas profundiza en las catacumbas de la cantera futbolística brasileña. Deja a un lado la intrahistoria para relatarnos una vida maldita que ansía un giro. Poco importan las buenas intenciones o la camaradería. De este esquema tan específico apenas se mueve. Una obra tan aséptica como reiterativa cuya única conclusión a extrapolar es la constatación de que aún queda mucho para que aparezca un cineasta que sepa captar el gambeteo de un deporte que cada día lo es menos. [50/100]
LA TIERRA Y LA SOMBRA
César Augusto Acevedo, Colombia / Horizons
Con dos premios (Prix Révélation y SACD) de la Semana de la Crítica, arribó al Národni dum otra excelente evidencia de la salud del cine colombiano. Dirigida por César Augusto Acevedo, La tierra y la sombra nos adentra en el Valle del Cauca, territorio agreste e incómodo, donde la mayoría de trabajadores se juegan la vida en el campo, cortando caña de azúcar y quemando los restos. A este infierno terrenal vuelve Alfonso, un campesino afincado en la ciudad, tras 17 años. En una pequeña villa, se reencontrará con su hijo moribundo, su ex esposa a la que abandonó y conocerá a su nuera y su nieto. Los fantasmas del pasado tardarán poco en aparecer, pero es el tenebroso futuro lo que atemoriza a Alfonso mientras intenta recuperar el terreno perdido con el pequeño de la casa. La notable puesta en escena de Acevedo logra que, en tan solo dos minutos, conozcamos los derroteros de cada uno los cinco integrantes del linaje. Especialmente el choque entre el antiguo matrimonio, un trabajo de contención gestual digno de todo elogio que rebosa tanta sensibilidad como dolor. Tras el epílogo, el cineasta caleño, a fuego lento, va ahondando en una realidad dramática, en la que dos mujeres, machete en mano, deben intentar solventar una encrucijada de la que se saben perdedoras. El esposo e hijo de éstas, les cedió su empleo imposibilitado por una afección pulmonar que lo mantiene postrado e impotente mientras la vida propia y ajena se marchita. Y con todo de cruz, Colombia, su nación, les da la espalda. Acevedo arremete contra el abandono de su país a los trabajadores de las zonas rurales y agrícolas, privados de derechos legales, de un sistema sanitario decente y a merced de capataces que actúan de forma impune. La tierra y la sombra trasmite desesperanza pero también porta momentos emocionantes que nos trasladan a un final tan hermoso como cruel. La vida está hecha de lágrimas, repite una de las pocas melodías que se asoman. Al cine colombiano le quedan muchas por derramar. [75/100]
SUTAK
Mirlan Abdykalykov, Kirguistán / East of the West
Siguiendo la estela de la ganadora del Globo de Cristal del año pasado, la georgiana Corn Island, se ha presentado en la siempre sugerente East of the West, una verdadera sorpresa. Procedente de un país de industria cinematográfica neonatal como es Kirguistán, Sutak –traducida al inglés como Heavenly Nomadic— refleja el arraigo de una familia kirguís en el valle liberado de una remota zona montañosa. Allí convergen tres generaciones que se dedican a la ganadería, ajenos a un progreso que hace acto de presencia con cada vez más frecuencia; abuelos fieles al folclore autóctono, madre viuda que busca rehacer su vida con el meteorólogo vecino ante la desaprobación de sus suegros y, Umsunai, una entrañable niña de ocho años que busca respuestas a todo lo que le rodea. Su desparpajo es el motor de un filme que invita al espectador a abrazar las maravillosas fábulas que narra el cabeza de familia y donde la realidad adquiere ese componente mágico otorgado por el enclave. Un universo que lucha contra el paso inexorable del minutero y que morirá con el último de los ancianos que habitan esas chozas. Mirlan Abdykalykov entrega un ejercicio de lírica costumbrista tan bello como enigmático sobre la pérdida, que, por desgracia, en su tercio final pierde fuerza víctima de una montaje algo pedestre. A pesar de esto, Sutak brinda maravillosos instantes que nos hacen recordar, como hiciera Akira Kurosawa en Dersú Uzalá (Дерсу Узала, 1975), el cine como un vano donde descubrir otros cosmos tan cerca, tan lejos. [70/100]
LE TOUT NOUVEAU TESTAMENT
Jaco Van Dormael, Bélgica / Horizons
Cómo olvidar Las vidas posibles de Mr. Nobody (Mr. Nobody, 2009). La tercera cinta del belga de Jaco Van Dormael, una de las sensaciones de su año, era todo un torrente de originalidad al servicio de Jared Leto que nos ofrecía, a modo de tríptico, la dura batalla del hombre contra su fatal destino. Van Dormael, como ya hiciera con Totó, el héroe (Toto le Héros, 1991), demostró ser una rara avis del cine del viejo continente sacándole partido a una narración no-lineal que daba rienda suelta a una imaginación sin límites. Es por ello que las expectativas estuvieran cerca de la troposfera para recibir seis años después su nueva propuesta. Y no ha decepcionado. Le tout nouveau testament —traducido literalmente como El nuevo y más reciente testamento— hereda toda la esencia (y muchos de sus defectos) de su anterior largometraje para contarnos la problemática de un Dios bruselense que debe combatir la sublevación de una hija que ha descompuesto un universo que con maldad él elaboró. Al contrario que en Mr. Nobody, el castillo de naipes cae a mitad de metraje, algo que no impide que lleguen las sonrisas con este experimento cruzado con la filmografía de Terry Gilliam y Jean-Pierre Jeunet que no tiene ningún prejuicio, elevado por la soberbia interpretación de un Benoît Poelvoorde, cuya presencia le aporta otro aire a la película. Pese a ser una obra menor, Van Dormael sigue demostrando que sigue en plena forma, con un trabajo que rebosa ternura y amor y que está concebido solo para incondicionales. Estamos ante una perfecta ganadora de la próxima edición del Festival de Sitges. [70/100]
Emilio Martín Luna
© Revista EAM / Enviado especial a la 50ª edición del Festival de Karlovy Vary