Gold is cold
Crónica de la séptima jornada de la 50ª edición del Festival de Karlovy Vary.
A la par que llegaba el gélido viento –han descendido las temperaturas a 10 grados—, terminaron los pases de prensa de la Competición de esta 50ª edición del Festival de Karlovy Vary. Una vez presentadas oficialmente hoy viernes las dos últimas propuestas, comenzarán las cábalas y la cuenta atrás que finalizará mañana por la tarde con el anuncio del palmarés. Muy cara se presenta la lucha por el Globo de Cristal. Ninguna película ha destacado en exceso dentro de una selección interesante pero demasiado homogénea que, salvo pinceladas, han dejado frío al respetable. Los primeros rumores, provenientes de jurados secundarios, apuntan al ucraniana Song of the Songs como posible favorita. La obra de Eva Neymann es, artística y narrativamente, una ganadora estándar de un certamen como éste. Otros títulos que suenan con fuerza son Box, de Florin Şerban, y esta Montaña mágica de Anca Damian que llevará la polémica consigo allá por donde vaya. Lo tendrá complicado el jurado ante este muro de hormigón que es la sección oficial; un muro pulido pero no abrillantado, sin ningún tipo de ornamentación o lujo. Éste será uno de los aspectos a mejorar por la organización del KVIFF: idiosincrasia compatible con heterogeneidad. Un festival se define por su máximo apartado, Karlovy Vary necesita aristas, implora nervio. Este oro embrutecido que vende necesita muchas horas de orfebrería.
Y así, escuchando los resoplidos de la prensa, terminaba el antepenúltimo día. Muertos de miedo con la enfermiza The Witch, un aparente drama psicológico destacado en Sundance que ha encogido al público de la cámara inquisitoria del KVIFF, el Kinosal A. Mucho antes, dos obras muy interesantes en la competición: Bob and the trees y Gold Coast. La primera, precisamente, otro producto con la marca de Park City, apreciable pero tan insignificante que habría que analizarla con un microscopio; la segunda, una superproducción danesa con el actor escandinavo de moda. El resultado es tan desigual como digno. El capricho del día llegó, en un Kinosal C abarrotado, de la mano de Matteo Garrone y su The Tale of Tales. Un divertimento encabezado por un impropio logotipo de Cannes. Ya de vuelta al hotel, se aprecia que el cierre está muy cerca. Ya no hay colas, ni una marabunta en los aledaños; el silencio solo se toma un descanso con la llegada de ese efebo llamado Jamie Dornan. Los alaridos expiraban vapor. El invierno ha vuelto a Karlovy Vary.
GOLD COAST
Guldkysten, Daniel Dencik, Dinamarca / Competición.
La cinematografía danesa encabeza la renacida vanguardia escandinava. La aparición de nuevas generaciones de realizadores, unida a una mayor inversión en el sector, ha aupado la industria de un país que compite con los grandes del viejo continente. Prueba de ello son la concatenación de grandes producciones de época heredadas del éxito de cintas como Un asunto real (En Kongelig Affære, Nikolaj Arcel, 2012) o la serie de televisión 1864 (Ole Bornedal, 2014, Danmarks Radio). Precisamente, ésta aparece en nuestra mente en el arranque de Gold Coast, gracias a la presencia Jakob Oftebro, protagonista en ambas. El joven actor noruego caracteriza a Wulf Joseph Wulff, un aventurero que amerizó en el Atlántico con destino a la Guinea Danesa. Allí, además de ejercer de explorador (y científico) para el Reino, liderará la evangelización nativa. Un choque que, por supuesto, demostrará que la deshumanización es natural de Occidente. La ópera prima del Daniel Dencik es todo un alegato al idealismo anticolonial que, mediante una ambientación primorosa, traza un discurso similar al de Dieter Dengler (Christian Bale) en Rescate al amanecer (Rescue Dawn, Werner Herzog, 2006) sobre la privación de las libertades. Dencik muestra talento en la composición de planos pero acaba sobrecargando el metraje con un sinfín de recursos visuales anacrónicos. Algo que, unida a un mensaje reiterativo y a una indefinición genérica, consigue que Gold Coast no llegue a tierra en su último tercio. La labor de Oftebro, sin embargo, demuestra a un actor entregado y maduro, que, como el Bale de Rescue Dawn, es capaz de mimetizarse en esas remotas tierras, soltando calorías en cada ademán, sufriendo un mundo que él construyó y defendió y que, al contrario que otro viajero memorable, el Capitán Cook, supo establecer unos límites entre lo humano y lo divino, entre la rectitud y la compasión. La brillante partitura de Angelo Badalementi, con evidentes influjos de las melodías de Cliff Martínez para The Knick (2014-), suponen el tercer gran valor de un filme que no necesitará premio en Karlovy Vary para conseguir distribución internacional. [70/100]
BOB AND THE TREES
Diego Ongaro, Estados Unidos / Competición.
Imaginando otra dimensión, John Cassavetes se sienta en el tronco de un árbol reseco del Beartown State Forest de Massachussets. Rodeado de toneladas de nieve que no dejan ver el piso, y con un Eastern Bluebird a unos ocho metros saltando de rama en rama de un Ulmus Americana. Allí, Cassavetes, con un rictus serio, pasa las hojas de lo que parece un proyecto a presentar. En su portada, con fuente oscura, aparece rubricado el título y autor de éste: Nebraska, por Alexander Payne. Siete minutos después, el resucitado autor de Faces (1968), se levanta malhumorado y arranca la mayoría de las cuartillas arrojándolas hacia un Eolo que camina con pausa. El grueso del cuadernillo acaba enterrado en el espeso manto blanco y Cassavetes retorna a una vieja cabaña en la que asoma el resplandor dorado de una hipnótica chimenea. De uno de esos folios que el maestro neoyorquino deshojó, nace Bob and the Trees, la primera película de Diego Ongaro. Una mirada a la clase trabajadora estadounidense personificada en Bob Tarasuk, un leñador amante del hip-hop que lima los bosques de la profunda Massachussets gracias a un plan ecológico de la zona. Tarasuk convive con su esposa, una afable contable y pasa el horario laboral con su compañero y amigo Matt Gallagher, un joven que busca la estabilidad para formar una familia. Ambos dependen del crepitar de unos gigantes atados a la meteorología y la fauna autóctona. Por desgracia para ellos, el rumor de la oquedad anuncia un anónimo apocalipsis en sus vidas. Una caída que Ongaro delinea con franqueza, sin ningún tipo de adorno. Bob and the trees transcurre a base de pinceladas de humor, drama e, incluso, suspense. Todo con un tono minimalista, que extrapola sensaciones ínfimas. Es el apéndice de la versión en lengua anglosajona del cinema verite que fundó, extraoficialmente, John Cassavetes. Bob and the trees es sólo vida, con lo bueno y lo malo que ello conlleva. [70/100]
IL RACCONTO DEI RACCONTI
Matteo Garrone, Italia / Horizons.
Sorprende mucho, pese al apellido que la firma y el elenco que la compone, que The Tale of Tales haya vivido su presentación en un festival tan exigente como Cannes. El filme de Garrone bebe de los clásicos italiano del género –la mayoría serie C— de los ochenta para adaptar El Pentamerón (Lo cunto de li cunti overo lo trattenemiento de peccerille) de Giambattista Basile (1570-1632). Tres retratos de unas monarquías imaginarias que en su texto original tiene un brillante marco irónico que desaparece casi por completo en el guion escrito a ocho manos por Edoardo Albinati, Ugo Chiti, Massimo Gaudioso y el propio realizador. Demasiadas mentes en funcionamiento para un resultado un tanto naïf, agradable a la vista pero con una semántica demasiado pedestre. Estamos ante la película más impersonal de un Garrone que, pese a que los cuadros de honor de los festivales digan lo contrario, todavía le queda lejos la excelencia. Nuestro compañero Alberto Sáez se expresó en estos términos tras el citado estreno en la ciudad francesa:
«Matteo Garrone se presenta como la antítesis de Sorrentino. Sus filmes no tienen la misma acogida que los de su compatriota, posiblemente debido a la crudeza de éstos. Sin embargo, con su última película, el italiano se aleja de su clásico estilo seco y semi-documental, de clara factura neorrealista, y se sumerge en un mundo fantasioso-burgués para el cual ha contado, para variar, con actores de renombre. Su particular mirada, por otro lado, no parece haber cambiado demasiado, y sigue mostrando —ahora de manera completamente metafórica— las penurias de las clases más desfavorecidas de la Italia contemporánea (representada por un mundo medieval completamente imaginario).
Para combatir esa falta de alcance, el director se adentra en un drama que, contando con dos grandes nombres en su reparto: Vincent Cassel y Salma Hayek, muestra la perspectiva desde el otro lado de la lente, el de la nobleza, representada mediante una oscura fotografía en la que predominan los travellings de seguimiento por largos y lóbregos corredores poco iluminados. La razón de ser de este recurso parece que radica en el embellecimiento de los planos, cambiando su austeridad visual (que podría suponer una traba a la hora de acercarse al público en unos tiempos en los que precisamente se busca “La gran belleza” y la majestuosidad en el montaje), por una composición mucho más cuidada y llamativa.
Garrone nos presenta 3 historias separadas, cada una correspondiente a un rey, un reinado y un castillo diferentes. Para ello se basa en el clásico Lo cunto de li cunti overo lo trattenemiento de peccerille, posteriormente llamada El Pentamerón por sus similitudes estilísticas con El Decamerón de Boccaccio. El director mantiene, como comentábamos, la estética barroca en la que se hace gala de un elevado número de metáforas, que llegan a representar el sistema jerárquico italiano y el dramático destino de quien intenta salir del rol que tiene establecido. El realizador reinventa el clásico y se reinventa a sí mismo para componer un nuevo ejemplo de esos relatos renacentistas popularizados por las posteriores versiones mundialmente conocidas de los Hermanos Grimm». [65/100]
THE WITCH
Robert Eggers, Estados Unidos / Midnight Screening.
Un violín desafinado nos introduce en las entrañas de la Nueva Inglaterra del siglo XVII. Una familia de colonos ingleses se establece en la linde de un profundo bosque. Atrás quedan mohawks, mohicanos e iroqueses, y la mugre y la enfermedad de las, aún adolescentes, ciudades del corazón del Noreste estadounidense. Allí les espera una cómoda cabaña, con varias reses de ganado y terreno fértil con el que labrar una vida cómoda para este matrimonio y sus cinco vástagos. Los dos mayores han sobrepasado la pubertad y escalan ya la montaña del autodescubrimiento; los dos más jóvenes pasan su día jugando y entonando canciones populares que evocan a personajes de pesadilla, a mitos paganos que rondan las cabezas de los supersticiosos; el quinto en cuestión es un neonato que endulza la existencia del resto. Los cabezas de familia, un matrimonio de fieles convicciones religiosas, capitanean las labores y una vida plácida para los suyos. Esto es lo que evocan las dos primeras escenas de The Witch, un ejercicio de género que abrazó el éxito en su presentación en Sundance. Tras esos cinco primeros minutos que parecen anunciar un drama psicológico que jugará con el término que da título a la película, terminan las apariencias. A partir de un juego visual, comienza una vorágine de tensión y terror primario en un emplazamiento que invita a ello. El gran mérito de Robert Eggers, director del filme, es lograr mantener la presión ambiental y narrativa pese a mostrar un naipe al comienzo. Un factor que la convierte en una rara avis del género reciente y que logra que el espectador quede atrapado en esa red de locura expresionista que adapta un mito del folclore rural de la zona previo a los archiconocidos Juicios de Salem. Un fascinante cuento cuyas imágenes quedan instaladas, a tiempo completo, en nuestra memoria. [75/100]
Emilio Martín Luna
© Revista EAM / Enviado especial a la 50ª edición del Festival de Karlovy Vary