Yūgen: Delicadeza y misterio.
crítica a The Assassin (聶隱娘, Nie yin niang, Hou Hsiao-Hsien, 2015).
Cannes es un escenario peligroso para cualquier película. Cada filme, en su presentación, se verá sometido a un minucioso escrutinio donde la primera impresión lo es todo y, la valoración de un puñado de personas, puede condenarlo al ostracismo absoluto y a la falta de una distribución digna que le dé la oportunidad de entrar en un circuito comercial de mediana relevancia. No resulta fácil obtener la ovación del exigente público; y de unos aplausos al final del metraje puede depender el éxito o el fracaso futuro de cada cinta. Así, por poner un ejemplo, Mad Max: Fury Road obtuvo hasta tres multitudinarios y fervorosos vítores antes de la gran ovación final al término de la película. Esto sólo nos indica una cosa: el público europeo y el americano se sienten muy atraídos por la acción y las descargas de adrenalina. Les gusta que las películas tengan un avance rápido, atractivo y, en definitiva, muy occidentalizado —y no estamos diciendo que Mad Max sea un producto vacío, pero sí que utiliza un concepto muy simple: trazar una historia basada en la rapidez y espectacularidad de sus trepidantes secuencias—. Hou Hsiao-Hsien es bien consciente de este modo de pensar pero, pese a ello, prefiere no dar la espalda a su tradición cinematográfica, a la herencia recibida de una larga estirpe de realizadores. Los precedentes que tenemos en occidente de películas sobre artes marciales que han logrado el éxito en taquilla, están tan manidos por las cadenas de elaboración norteamericana que poco quedó de la esencia de su mensaje, y así, en películas como Tigre y Dragón (Wo hu cang long, 2000) —Del mismo director que haría posteriormente Hulk (2003)—, o La casa de las dagas voladoras (House of Flying Daggers, 2004) las secuencias de acción, aunque muy bien rodadas y de gran poder visual, suponen el 85% del metraje total. Este nuevo género llegaba influido por los taquillazos asiáticos de directores como Chang Cheh, y súper estrellas como Jimmy Wang, que popularizaron el llamado género “wuxia”, rescatando así una tradición filosófica-marcial china que data de hace más de 2000 años: el “xia”. Su transformación y gran aceptación en Estados Unidos, originó engendros de la talla de El reino perdido (The Forbidden Kingdom, 2008), dirigidos por realizadores como Rob Minkoff —Stuart Little (!)— que no parecían terminar de comprender el mensaje cultural originario de estas producciones.
Empeñado en diseccionar la historia de su país a través de su peculiar mirada, Hou Hsiao-Hsien hace tiempo que dejó atrás la exploración de la sociedad actual de Taiwán para adentrarse en un pasado remoto, y una metodología de rodaje que vuelva a orientalizar la mirada de sus compatriotas, otorgándole la honorabilidad atávica de la que había sido despojada. Totalmente reacio a dejar que el progreso contamine el arte, retoma ese género de antaño que fue tan popular cuando él era un niño, el mencionado wuxia, y lo reinventa para convertirlo en un producto que amalgama con mucha sutileza las mejores coreografías marciales, el héroe (o anti-heroína) implacable y una potencia visual inmaculada con un ritmo narrativo, taimado y poético, que invita a la reflexión y al ejercicio exegético individual en cada secuencia, tendente a prolongarse con maestría hasta la absoluta comprensión emocional. The Assassin es auténtica poesía audiovisual y, como tal, no es tan importante lo que dice literalmente —que también— sino lo que sugiere de manera metafórica; y esto lo consigue mediante la utilización de un procedimiento enunciativo (el punto de vista) y otro formal inherente al lenguaje cinematográfico (el uso de la elipsis y el fuera de campo). Hsiao-Hsien no tiene miedo a formular sus directrices en una orientación que le aleje del espectador real, asumiendo su papel de autor y ofreciendo un trabajo muy personal dirigido exclusivamente al “espectador ideal”, esa minoría utópica que lo encumbrará en las vertientes de culto de un cine alternativo de difícil lectura y escaso apoyo financiero. El realizador se asienta en la cima de los autores malditos, encarnando el paradigma de un discurso cinematográfico diferente, alejado de la normativa hollywoodiense (institucional y hegemónica), y sin renegar de la idiosincrasia dialéctica y las referencias culturales del lugar del que procede.
«The Assassin es auténtica poesía audiovisual ».
Un prólogo, narrado en imágenes de proporción casi cuadrada —relación de aspecto 4:3—, y en blanco y negro, nos presenta a Nie Yinniang, la protagonista que da título a la película (en versión original) y que se apoderará de la pantalla desde su primera y sangrienta aparición gracias a la hermética y misteriosa figura de la excepcional actriz Qi Shu. Tras la introducción, surge la amplitud cromática y la imagen panorámica. El personaje ha sido presentado, ahora se nos dará a conocer su historia. Una historia que gira en torno a la percepción dividida que la protagonista tiene de su entorno, un medio que se vuelve una encrucijada que la obligará a tomar una decisión dramática, mientras acecha como la eterna amenaza que recae sobre los habitantes de su antiguo pueblo, gobernado por su ex prometido. Por un lado, tendrá que cumplir la misión que le han asignado: atacar su tierra natal y acabar con su propia familia. Por otro, sus conflictos morales le impiden cometer una acción tan despiadada, por lo que tendrá que valorar traicionar a su maestro y el inclemente código marcial en el que ha sido educada, regido por unos preceptos tan fuertes y venerables como los del propio Bushido y que llevaron a algunos samuráis a terminar con su vida antes que apostatar. El guion, contextualizado durante el violento proceso de decadencia de la dinastía Tang, descubre un diálogo elegante y sin florituras, tan expeditivo y correcto como la letal actuación de Yinniang, un libreto cuya principal baza consiste en actuar de perfecto acompañante para la espectacular imagen, un recurso que se centra en la belleza de las formas y las acciones, ese oxímoron visual que supone la armonía de la vehemencia más salvaje.
Este punto de vista se manifiesta a través de una enunciación explícita que remite al efecto de extrañamiento e inestabilidad producido por la lejanía del episodio narrado y lo impenetrable de los personajes. La cámara, que tiene una función narrativa absolutamente protagonista, no es un ente desvinculado de la acción, sino que compone la mejor manera de acceder al imaginario del propio director, al erigirse como la misma mirada de Hou; una mirada inquieta, deslumbrada ante la vida y el miedo a la pérdida de la misma, en una palabra, humana. Con tal premisa, la cámara tiene que situarse en el exterior de los personajes y en el exterior de la historia misma, puesto que se enfrenta al entorno como los enemigos de la propia protagonista. La lente es un objeto animado, atemorizado por la violencia del mensaje, por lo que lo afronta huidiza, escondiéndose tras las cortinas de terciopelo mientras ofrece una visión carmesí tan espesa como la propia sangre, acercándose con sigilo e impidiendo que sus movimientos distraigan a los protagonistas o delaten su estrategia. Para lograr tal grado de mimetización habrá de funcionar como un elemento más de las coreografías; si el foco de atención se mueve lateralmente, así procederá ella, ya sea en el mismo sentido o en el inverso, por el contrario, si el protagonista queda inmóvil, derrotado, o incapaz de reaccionar ante la rapidez de los acontecimientos, la cámara aprovechará para acercarse más a él, obviando, en un sensacional fuera de campo, el ajetreo de la acción y los combates acalorados en pro de un astuto plano mantenido introspectivo.
«The Assassin revela la maestría de un director en la cima de su carrera, un ejercicio histórico que se mueve reflexiva y suavemente con un vaivén que oscila entre lo esotérico y lo bélico, tratando de testimoniar la difícil lucha de una mujer por encontrar su camino lejos de las delimitaciones que le han sido establecidas [...]»
La abstracción del mensaje aporta, por lo tanto, la fuerza necesaria para que la sutil combinación existente entre fotografía, interpretación y dirección no resulte un mero ejemplo más del elegíaco proceder asiático en materias marciales. The Assassin revela la maestría de un director en la cima de su carrera, un ejercicio histórico que se mueve reflexiva y suavemente con un vaivén que oscila entre lo esotérico y lo bélico, tratando de testimoniar la difícil lucha de una mujer por encontrar su camino lejos de las delimitaciones que le han sido establecidas, enfrentándose a la maldad inherente al ser humano y al arrepentimiento propio por unas acciones que asume con total responsabilidad, pero que llevó a cabo desprovista por completo del libre albedrío procedimental. Una película tan importante como novedosa que parece delimitar una senda por la que el cine oriental contemporáneo podría volver a encontrar y combinar los dos pilares básicos en los que un día se sustentaron algunas de las mayores obras de todos los tiempos: estética y elocuencia. Sin lugar a dudas, uno de los ejemplos artísticos mejor trazados que hemos visto en lo que va de siglo. | ★★★★★ |
Alberto Sáez Villarino
68ª edición del Festival de Cannes.
Ficha técnica
Taiwán, 2015. Título original: 聶隱娘, Nie yin niang (The Assassin). Director: Hou Hsiao-Hsien. Guion: Hou Hsiao-Hsien, Chu Tien-Wen, A. Cheng. Fotografía: Mark Lee. Música: Giong Lim. Duración: 120 minutos. Productora: Coproducción Taiwán-China. Diseño de producción: Wen-Ying Huang. Intérpretes: Shu Qi, Chang Chen, Satoshi Tsumabuki, Ethan Ruan, Nikki Hsieh, Ni Dahong, Zhang Shijun, Michael Chang, Jiang Wen, Zuo Xiaoqing, Xu Fan, Tadanobu Asano, Zhou Yunin. Presentación oficial: Festival Internacional de Cannes 2015 (Ganadora Mejor director).