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    Cine Alemán Siglo XXI

    Christopher Lee es inmortal

    Christopher Lee es inmortal

    El adiós a Christopher Lee
    panóptico por José Luis Forte (Cáceres) ©

    La oscuridad de la noche se ilumina de manera fulgurante por un rayo que parte la pantalla en dos. El rey de los vampiros agita su capa y sus víctimas caen subyugadas bajo su abrazo, exangües y solícitas a la llamada del que ahora es su amo y señor, ofreciendo sus blancos cuellos para que el conde Drácula tome y beba de su sangre. Para él es indiferente que se trate de una joven y virginal doncella o del mismísimo Van Helsing, el incansable cazador de vampiros y su eterno rival. Vemos sus afilados colmillos preparados para clavarse en la carne y al tiempo, en un instante de confusión, nos preguntamos cómo esa dentadura que es un arma mortal presenta unos dientes que se nos antojan unos montados en otros en imperfecta alineación, pero enseguida nuestra vista se detiene en sus ojos enloquecidos y furiosos y lo olvidamos todo, hipnotizados también por esa mirada cruel y salvaje. La criatura es tan feroz y está tan hambrienta que sentimos su aliento animal en nuestra propia nuca. Y comprendemos por qué no hay forma humana de oponer resistencia cuando el príncipe del mal se muestra ante nosotros. Nunca antes habíamos presenciado en el cine al vampiro creado por el escritor irlandés Bram Stoker como una alimaña en verdad tan impía e inhumana hasta que la productora británica Hammer se lanzó a finales de los años 50 a una revisión de todos los mitos del terror en una serie de películas hoy clásicas. Hoy, porque en su momento fueron acusadas de resultar en exceso violentas y gráficas a la hora de mostrar la sangre, que hasta entonces jamás había sido tan roja, espesa y brillante, o los colmillos afilados de la criatura en el caso concreto de Drácula. Cosas horribles y de mal gusto de las que se acusaron paradójicamente al corpus de películas fantásticas más elegantes del género. El actor Christopher Lee fue quien representó en ellas a la más horrenda criatura de la noche, heredero perfecto de la apostura de su mítico predecesor, Bela Lugosi, con el añadido inolvidable de su ferocidad implacable en su sed eterna de sangre.

    Aunque sin duda es esta de Drácula una de sus interpretaciones más recordadas, no podemos olvidar que Christopher Lee participó en La maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein, Terence Fisher, 1957), la película inaugural del ciclo de filmes de horror de la Hammer, interpretando a la sufriente criatura producto de las manos y de la mente enferma pero genial del doctor imaginado por Mary Shelley. Lee siempre odió estos papeles monstruosos que no permitían, según su criterio, mostrar sus cualidades de buen actor. Y eso que pasó muy poco tiempo para que junto a su futuro amigo y siempre compañero en la Hammer, el gran Peter Cushing, diera toda una lección de elegancia y presencia señorial en El perro de Baskerville (The Hound of the Baskervilles, Terence Fisher, 1959), interpretando al heredero del conde que daba título al filme. Aunque llevaba más de una década trabajando en el cine aún no era un actor valorado ni conocido, todo lo contrario que Cushing, el gran nombre que enarbolaba la Hammer en sus producciones. En su rol del señor de Baskerville en esta fascinante aventura de Sherlock Holmes, Lee parecía llevar a la pantalla toda su prestancia natural, con esa fama de caballero bon vivant que le acompañó toda su vida. El enorme éxito comercial de las primeras cintas de Drácula le encasillarían en los papeles de villano, si bien lo convirtieron en un actor popular y reconocido, lo cual le permitió ofrecer obras de su gusto a la Hammer. Así se gestó una de las películas más memorables de la productora: Lee propuso realizar una adaptación de una de las novelas de un escritor al que admiraba, Dennis Wheatley, de la que Richard Matheson escribiría el guion. La novia del diablo (The Devil Rides Out, Terence Fisher, 1968) es una de sus más intensas y mejores interpretaciones y una obra maestra absoluta del género de terror. Al tiempo rodaba películas más sencillas, enfrentándose en varias de ellas a ese otro personaje mítico de los pulps, el Dr. Fu-Manchú, sin duda el oriental más avieso y malvado de la literatura de evasión, creado por Sax Rohmer (sobrenombre del escritor inglés Arthur Henry Sarsfield Ward). Un Christopher Lee pletórico impregnaría de fuerza y malignidad al diabólico doctor. Volvería al universo de Conan Doyle y su personaje Sherlock Holmes interpretando al mismo detective consultor, si bien en el recuerdo permanece imborrable más que esta su personificación del hermano de Sherlock, Mycroft, en la emocionante La vida privada de Sherlock Holmes (The Private Life of Sherlock Holmes, Billy Wilder, 1970). Sólo tres años después protagonizaría la que quizá sea su obra de culto más importante, El hombre de mimbre (The Wicker Man, Robin Hardy, 1973), para muchos, y con razón, una de las mejores y más extrañas películas que nos ha dejado el género fantástico.

    Drácula
    Christopher Lee en Drácula (Terence Fisher, 1958).

    Aunque daría muestras de cansancio, como hemos comentado, ante estos filmes de horror que pensaba no le permitían demostrar toda su valía como actor, su actitud comenzó a cambiar en una conversación con su amigo el también actor George C. Scott. Jugando al golf con este, se quejaba de que no podía, encasillado como estaba, hacer esos papeles dramáticos e importantes en los que Scott brillaba. Su sorpresa fue mayúscula cuando Scott le respondió que no entendía sus lamentaciones: Lee había interpretado personajes que lo harían eterno, que lo harían perdurar y ser recordado para siempre, algo de lo que Scott sabía no podría disfrutar en la misma medida. Este recuerdo es el que lo traería de vuelta a las grandes producciones en el último tramo de su vida trabajando para Tim Burton, en la saga de Star Wars y, sobre todo, en la trilogía de El señor de los anillos. Hoy nos dicen que Christopher Lee ha muerto. Y nos preguntamos cómo puede ser, él que interpretó a tantos personajes inmortales. Miramos a la oscuridad y esperamos que en cualquier momento aparezca envuelto en la niebla agitando una capa roja, o levantamos la vista al cielo sabiendo que de aquella columna de humo surgirá una voz profunda anunciando “volveré”. Permanece en todas esas películas que amamos y que nunca nos cansaremos de ver. Nos dicen que ha muerto, pero no: él, como su legado, es también inmortal.

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